PuebloEs domingo. Son las nueve de la mañana en este pueblo situado entre pinares. Voy a comprar el periódico a la panadería y hay cola. Así son los fines de semana del verano en estos pueblos: gente por la calle que se saluda, perros solitarios, señoras en bicicleta...
Me pongo el último, en la acera, a la sombra, esperando mi turno para comprar el periódico, porque el periódico se vende en la panadería. Huele a anises y a magdalenas recién hechas. Va saliendo la gente, con su barra de pan, con el periódico, con unas docenas de huevos. Pero dentro permanece un anciano que rebusca en su bolsillo.
—Que son setenta céntimos. —dice la panadera.
—Sí, sí.—contesta el viejo, que sigue rebuscando en su bolsillo. Saca unos caramelos, tres, los pone encima del mostrador y dice:—Pues cóbrate.
—Que son setenta céntimos.
El hombre se guarda los caramelos. Los demás clientes vamos pasando, entrando y saliendo con nuestra compra.
Antes de que me vaya, oigo de nuevo al hombre. Saca otra vez los caramelos del bolsillo y dice:
—Cóbrate. Cóbrate, que hay uno de limón.