lunes, diciembre 31, 2007

Navidad
De madrugada, volvemos en coche de la reunión familiar. Silencio. No suena ni la radio. El vaivén de los badenes en la amortiguación del coche parece mecernos. Las luces de los semáforos brillan demasiado.
De pronto, el niño se despierta, saca una mano de debajo de la manta que le cubre, se apoya en su sillita, señala la luna que aparece tras unas nubes y dice: “la luna está rota”.

sábado, diciembre 22, 2007

Bombero
Vivo en un noveno. El otro día estaba solo, en casa, leyendo. De pronto oí golpecitos en el cristal de la puerta de la terraza. Me levanté, miré y vi a un bombero que me hacía señas para que le abriera. Llevaba casco y un hacha en la mano. ¿Qué hacía un bombero en mi terraza? Cuando le franqueé la puerta me dijo que había subido por la escala del camión, que necesitaba llegar al piso décimo, pero que el vado del portal estaba ocupado y el camión no podía arrimarse más. La vecina del décimo se había dejado la olla a presión puesta al fuego y las llaves de la puerta dentro de casa. Les había llamado.
—Desde su terraza he intentado subir a la suya. Para que no fuera necesario descerrajar la puerta. Pero no se puede.
Me asomé. Vi la escala metálica. El camión allí abajo, con las luces centelleantes, y más bomberos. Y varios coches de policía. Vi que este hombre con casco había desgraciado con sus botas varias macetas de geranios de mi terraza.
El bombero cruzó mi salón con el hacha en la mano. Se despidió.
Continué leyendo.

domingo, diciembre 16, 2007

Pinares
El hombre cumplió los ochenta hace unos meses. Vive en un pueblecito de Segovia famoso por el cordero asado. Es un pueblo en el que, si quieres utilizar el móvil, tienes que subirte a una montañita que hay a las afueras. El hombre es viudo, sin hijos, y las sobrinas le acompañan cuando debe ir al médico a la capital. De vez en cuando le hacen unas sopitas de ajo, o unos filetes empanados.
El hombre le regaló unas botellas de vino al señor que le realizó el examen psicotécnico para renovar el carné de conducir y así pudo continuar con su querido Renault 6. Quedó agradecido. Ahora necesita el coche más que nunca. Tiene una novia a la que adora. Esta mujer de ochenta años de edad, como él, vive en la Residencia de la Diputación en Cuellar. Son unos cuantos kilómetros los que tiene que recorrer entre pinares para ir a buscar a su novia.
Ella se pone una rebequita y se abraza a él cuando le ve en la puerta, frente a la estatuilla de la Virgen del Henar del vestíbulo.
—Tráigala a casa, tío. Váyase a un hotel, a una pensión, con ella.—Le dicen las sobrinas.—Invítela a comer en casa.
Pero los dos prefieren meterse con el Renault 6 por enrevesados caminos, atravesar arenales poblados de tomillo y llegar a pinares umbríos. Aparcan el coche y allí, en la soledad, se abrazan y se quieren.
Ya es famoso el Renault 6 en toda la comarca, y cómo se mueve, con esa suspensión tan antigua que tienen esos coches, pero tan recia.

domingo, diciembre 09, 2007

En el despacho

Cuando fichamos me está esperando. Luego, un rato antes de la hora del bocadillo, levanto la vista de mi banco de trabajo y adivino su figura detrás, apoyado en la barandilla de la rampa de talleres, con la vista fija en mi nuca. Imagino que se muerde el labio inferior y sonríe. Después se marcha en compañía de otros como él.
A media mañana alguien me da en el hombro. Es él. Me quito la mascarilla. Me dice que en cuanto termine esa pieza quiere verme en su despacho.
Atravieso la nave. Algunos compañeros ven a dónde me dirijo y me hacen gestos de apoyo. Lo agradezco con la mirada. Llamo con los nudillos a la puerta. Me hace señas para que pase. Cierro la puerta y se amortigua el ruido del exterior.
—Siéntate—me dice.
Pero durante un rato no habla. Asiente con la cabeza y me observa como si yo estuviera actuando de una forma que él hubiera previsto. Da un trago de un vaso de agua que hay sobre la mesa. A su lado, el estadillo mensual.
Por fin dice:
—No estás rindiendo. Tienes un porcentaje altísimo de piezas invalidadas por Control de Calidad.
—Son piezas de precisión. No dispongo de herramientas apropiadas—me excuso.
—¿Cómo que no dispones de herramientas apropiadas?
—Las piezas que se me encargan se fabrican en la nave dos, con herramienta apropiada.
—¿Quién ha ordenado que fabriques esas piezas en esta nave?—pregunta.
—Usted.
—Pues yo soy tu jefe. Si te lo he ordenado debes hacerlas.—Sonríe. Se acaricia la corbata con la yema de los dedos.
—Yo hago lo que usted ordena.
—De acuerdo. Pero haz las piezas bien. No quiero ni una devuelta por Control de Calidad.
—Eso es imposible—protesto.
—No es imposible. Esfuérzate.
—Lo haré.
—¿Qué harás?
—Esforzarme.
—Tengo todas tus estadísticas a mano. Voy a por ti. Que lo sepas. Voy a machacarte.
Entonces veo que los dos estamos solos. La puerta del despacho está cerrada. Podría decirle cuatro cosas. Preguntarle el motivo de todo esto. Quedaría entre nosotros. También, si quisiera, podría agarrarle del cuello y retorcérselo. Pero caigo en la cuenta de que esto podría ser una trampa, podría tener un micrófono escondido, por ejemplo, así que hago un esfuerzo, debo hacerlo, doy un volantazo y salgo de la autopista por la salida del Bronx. Este camino es muy peligroso. Abandono el coche en el cruce entre la Cuarta y la Séptima. Corro. Suena música trepidante a mi espalda. Procuro esquivar a los transeúntes. Derribo el carrito de un bebé, no puedo evitarlo. Subo por una escalera de incendios. El gángster abre la puerta de su coche y dispara contra mí con una metralleta. Me ha alcanzado. Cesa la música. Sangro. Ríe como una hiena. Pero los malos nunca ganan, así que me rehago, es solo un rasguño, y saco la pistola de la sobaquera. Apunto y le meto un tiro entre las cejas. Ya no sonríe el hijo de puta.
—¿Me has entendido?—dice.
Ahora los negocios de prostitución, los garitos de apuestas, la droga, todo, pasará a manos del orfanato al que estaba extorsionando. Quería especular con los terrenos, quería abusar de los pobres huérfanos, pero ya no podrá ser. Está muerto. Yo soy el bueno y él era el malo.
—Digo que si me has entendido.
Le miro. Da un poco de pena. Tan joven, con esa corbata tan bonita y ya está muerto.
Contesto que sí, que le he entendido.
Atravieso la nave. Los compañeros me miran. Preguntan con la mirada. Sonrío, porque otra vez he ganado la partida.

miércoles, diciembre 05, 2007


Objetivo
En la calle Santa Ana había un fotógrafo, Pérez, que hacía que te vistieras de detective o de científico loco y que colocaba tras de ti unos fondos de nubes o de caballos de cartón. Ese era para los grandes momentos.
Para los juegos o las excursiones, o para una moto que no se hubiera visto nunca en aquellas calles empedradas estaba la cámara que trajeron de Alemania. En el pueblo había unas cuantas traídas de Alemania, porque en todas las familias hubo emigrantes que volvían con juguetes, cámaras de fotos y ropa. Eso de la ropa sí fue una revolución y no la del bikini en la costa.
Los mayores levantaban la barbilla ante el objetivo de la cámara, como retando a alguien. Los niños parecían querer hacerse amigo de él, de ese objetivo ante el cual les colocaban. Y frente al objetivo, las cosas maravillosas que se veían en el pueblo.

lunes, diciembre 03, 2007

Jornadas
Buscábamos mejillones entre las rocas, conchas en la arena. Jugábamos con los cubos y las palas. Una vez vimos un pulpo.
Siempre nos metíamos al agua con los mayores, que no nos quitaban la vista de encima. Si hubieran podido, nos habrían atado con una cuerda. Para que no nos llevara la corriente. Niño, al mar hay que tenerle respeto.
Por las tarde olía a eucalipto y a sal. Nos untábamos de crema la piel roja, candente. Después, cenábamos con voracidad y nos acostábamos. Los mayores hablaban en voz baja. Nadie estaba enfadado.