lunes, julio 28, 2008

Málaga (V)
Los niños hacen agujeros en la arena de la playa como si quisieran llegar a las antípodas. Pequeños tesoros en cubos de plástico azul: un cangrejo y cien pequeños guijarros.

Algunas mujeres se agarran los pechos como si fueran a escaparse. Otras tensan los músculos y se acarician las rodillas.

Las sombrillas parecen parabólicas para el móvil: la gente habla al auricular y parece pensar en otra cosa. Las boyas que se ven allá a lo lejos son el punto y seguido del horizonte.

Las páginas de los libros se llenan de sal y parecen pergaminos. Lecturas sobre la indolencia.

Hay gente que se relame en las duchas de la playa. Que se lava los pies de forma bíblica.

Caminar por la arena que quema para volver, para dejar paso a los que llegan.

martes, julio 22, 2008

Málaga (IV)
La casa que hemos alquilado es una casa grande y fresca. Esta casa está enclavada en un barrio de Málaga que antes fue pueblo. Es un barrio con reminiscencias agrícolas, eso hasta lo puedo notar yo: todo tierra fértil y llana, todo naranjos y limoneros a lo largo de la carretera, el verdor de los enormes árboles aguacateros tras las vallas. Aquí hubo una cooperativa que se dedicaba a la caña de azúcar y que llegó a contar con 102 socios.
Mucho dinero, me dice el vecino, aquí los tractores no paraban. Pero vino la crisis de la caña, y después vinieron los bancos. ¿Ve usted donde está el caballo? Pues eso van a ser naves industriales. Es de La Caixa.

domingo, julio 20, 2008

Málaga (III)
Estamos esperando para pagar el periódico que hemos cogido del expositor. La gente camina ya hacia la playa como iban los Beatles por aquel paso de cebra famoso, a grandes zancadas. Una señora, supongo que asturiana, ve venir a una pareja de guiris con la piel enrojecida. Tan enrojecida que parece que vayan a arder, tan enrojecida que da miedo verlos, que dan ganas de rascarse, pero suavemente. La señora dice: “Cuézome”. Luego me mira y repite, como disculpándose: “Es verlos, y cuézome”.

miércoles, julio 16, 2008

Málaga (II)
Todas las mañanas nos despertaba el relinchar de un caballo. Te asomabas a la ventana y no había amanecido, pero el caballo ramoneaba entre los cardos, relinchando en el silencio de la madrugada. Mi hija le puso de nombre Charlie y en algunas ocasiones se acercó a acariciarlo. Yo le puse Puto Despertador, y creo que se reía de nosotros, veraneantes de pacotilla.

Luego, ya despierto, iba a la cocina, me sentaba frente a la ventana, con el fresquito de la mañana, y me ponía a leer durante una hora o dos, hasta que el sol empezaba a subir y me daba en la cara. El tiempo para leer a David Torres, Anna Gavalda o Samuel Bentrechit se lo debo al relinchar de un caballo en la madrugada.

martes, julio 15, 2008

Málaga
En los chiringuitos había camareros que andaban entre las mesas como los toreros en la plaza. En las mesas, platos de pescado con el lomo dorado y aceitunas respingonas. Cervezas frías, manteles de papel, pan en colines y moscas habituales que se sabían el camino hacia la espalda desnuda de los clientes.