lunes, agosto 31, 2009

Mariano (El bicho)


A este hombre que viene en bicicleta de un pueblecito tan pequeño, tan pequeño, que no tiene ni bar, le reciben todos como si fuera el embajador de un lejano país, agasajándole e invitándole a un chato. Este hombre se apoya en la barra y dice chasqueando la lengua: “Mi pueblo es pequeño, pero los he contado y en mi pueblo hay catorce tontos. Catorce, sin contarnos a mi hermano y a mí”.

domingo, agosto 30, 2009

La señora Filo


La señora Filo da el espectáculo todos los domingos cuando va a misa.
La señora Filo ya ha cumplido los ochenta años y está sorda como una tapia. Tiene audífono, sí, pero le vale de poco. La señora Filo reza a gritos. Lo peor es cuando a mitad de la misa hay que pedir por el Papa y por los necesitados y por la familia. Entonces pide como la que más. Y empieza lo peor: Cuando pide por la familia todos los asistentes a misa, desde los sentados en los primeros bancos hasta los que están en pie, cerca de la puerta, se enteran de todos sus buenos deseos. “Por mi nuera, para que coma más y engorde un poco. Por mi Pedrito, para que no sea tan basilisco y me llame a menudo. Por mi nieto, que estudie (medicina, si es posible). Por la Antonia, que mejore de las piernas para que no cruce por mi cerco.”
Su voz retumba entre aquellos muros de piedra, y no permite que los codazos de los vecinos de banco pidiéndole que calle interrumpan sus peticiones. El cura sonríe y reza para sí, rogando que el audífono de la señora Filo no se acople con su micrófono, porque entonces sí, entonces si que aquello parece el apocalipsis.

lunes, agosto 03, 2009

Pepe

Se me mueren los padres de los amigos. Ante esta congoja de la muerte que no se espera siempre le recordaré como un hombre que fumaba, que fumó, y que no hablaba mucho, pero sí lo justo, sí lo suficiente, si lo importante.

Era un padre de los de antes, de los que ya no quedan. Todos los padres eran así antes, y esa suerte tuvimos.

Era un hombre que miraba y con su mirada te abarcaba. De su mirada nacieron las de sus hijos y parece que ellos también miran así. Tienen algo socarrón en el semblante y siempre un pellizco de humor, como una mecha a punto de encenderse.

Unido para siempre a los amigos de la infancia, a todos los recuerdo con sus padres, atados entre sí por la cuerda del tiempo, ese tiempo severo que pasa y que pone piedras en el camino.

Mis amigos. Pepe, Ángel, Fernando… y sus padres. Ellos, ahora que han pasado ya los cuarenta, son sus padres, han asumido todo lo de ellos, sus gestos, sus palabras y hasta sus risas, y los hijos de mis amigos son ellos mismos – o lo serán - cuando jugábamos en los descampados, cuando íbamos al Astoria y cuando tomábamos las primeras cañas en el Zeppelín.