jueves, octubre 15, 2009

Policías y ladrones III

La mayoría de los padres de aquellos muchachos había cambiado la vista de los majestuosos olivos de Andalucía y Extremadura por la de escombros amontonados en el extrarradio de Madrid. Todavía no se les habían acostumbrado los ojos. Vivían en cuchitriles, sin respirar. Comían, trabajaban, dormían, pero no respiraban.

Cumplían heroicas jornadas de trabajo en la albañilería, soportándolo todo, y llegaban a casa con ganas de arrear dos ostias a quien se le pusiera por delante. Por eso los niños estaban siempre en la calle.

Los niños jugaban al tute en las aceras, montaban en bicicleta y robaban patatas en los ultramarinos (todavía existían los ultramarinos) para asarlas en fogatas humeantes al atardecer. Luego oscurecía y en el aire flotaba un aroma incierto de aventura. Ya en aquel tiempo la policía recorría las calles cachazudamente. Las mondas de las patatas eran las huellas del crimen.

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