En el colegio las mesas eran de madera y era posible tocarle el culo a las chicas. Don Ramón, sopapo tras sopapo, fumando y preguntando por el teorema de Arquímedes. Botarates con borceguíes, cenutrios con flequillo. Su reino, sin embargo, era el patio. Ya entonces practicaba con cromos las artes de la vida y se comía el bocadillo de los más apocados.
Pronto abandonó por pueriles los cuadernos emborronados con el ying y el yang, el símbolo de la paz y los morritos de los Stones. Le levantó la mano a Don Ramón antes de despedirse de él. Una compañera de clase se quedó embarazada, otro encontró que irse al Retiro a quitarle las pelas a los pijos era fácil y conveniente y a otro le echaron de casa por algún motivo que nadie supo.
2 comentarios:
Esto va tomando forma de un relato magnífico
Es la historia de muchos, Miguel.
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