Natura
Las hojas de las lechugas son los billetes verdes de la naturaleza.
lunes, abril 30, 2007
sábado, abril 28, 2007
Domicilio
Salí del ascensor. La puerta estaba abierta, el felpudo colocado en el quicio para que no se cerrara. Seguramente ella estaría en casa de la vecina, intercambiando azúcares o huevos, o hablando de las últimas noticias. Llegué hasta la cocina. Levanté la tapa de la cazuela y vi que eran patatas. Saqué de la nevera una cerveza fresca y unos pepinillos. Me quité los zapatos y me calcé las zapatillas de Bart Simpson. Miré las notas de la puerta del frigorífico y fue cuando me di cuenta de que me había equivocado. Ni teníamos cita con ningún abogado al día siguiente ni debíamos tanto al departamento de electrónica del Corte Inglés, como decía aquella factura.
Salí del ascensor. La puerta estaba abierta, el felpudo colocado en el quicio para que no se cerrara. Seguramente ella estaría en casa de la vecina, intercambiando azúcares o huevos, o hablando de las últimas noticias. Llegué hasta la cocina. Levanté la tapa de la cazuela y vi que eran patatas. Saqué de la nevera una cerveza fresca y unos pepinillos. Me quité los zapatos y me calcé las zapatillas de Bart Simpson. Miré las notas de la puerta del frigorífico y fue cuando me di cuenta de que me había equivocado. Ni teníamos cita con ningún abogado al día siguiente ni debíamos tanto al departamento de electrónica del Corte Inglés, como decía aquella factura.
jueves, abril 26, 2007
miércoles, abril 25, 2007
martes, abril 24, 2007
lunes, abril 23, 2007
viernes, abril 20, 2007
Maleta (3/3)
Mi padre, ahora que es un anciano, se ha comprado una garrota para apoyarse al caminar. La tiene siempre a mano. Procuro no discutir con él y, sobre todo, no darle la espalda, por el bien de mis costillas.
Joaquinito es militar. Está en misión de paz en Afganistán.
Mi mujer adora ir a comprar al hiper y derrapar con el carro por los pasillos.
Yo sigo leyendo febrilmente.
Estamos hospedados en un hotelito de un pueblo de Salamanca. Se llama Ahigal de los Aceiteros y aquí pasaremos las vacaciones. He visto una maleta que se parecía mucho a aquella que recuerdo de la infancia. También era de cartón, atada con una cinta de cuero. Estaba en el vestíbulo, adornándolo junto con otros objetos. Me sobresalté. La primera intención de mi hija fue ir a abrirla. La recepcionista la amonestó con la mirada y desistió. Estoy seguro de que, más pronto o más tarde, en un momento de descuido de la señora, la abrirá.
Pienso que sí, que siempre deberíamos tener una maleta a mano. Que la vida es circular.
Mi padre, ahora que es un anciano, se ha comprado una garrota para apoyarse al caminar. La tiene siempre a mano. Procuro no discutir con él y, sobre todo, no darle la espalda, por el bien de mis costillas.
Joaquinito es militar. Está en misión de paz en Afganistán.
Mi mujer adora ir a comprar al hiper y derrapar con el carro por los pasillos.
Yo sigo leyendo febrilmente.
Estamos hospedados en un hotelito de un pueblo de Salamanca. Se llama Ahigal de los Aceiteros y aquí pasaremos las vacaciones. He visto una maleta que se parecía mucho a aquella que recuerdo de la infancia. También era de cartón, atada con una cinta de cuero. Estaba en el vestíbulo, adornándolo junto con otros objetos. Me sobresalté. La primera intención de mi hija fue ir a abrirla. La recepcionista la amonestó con la mirada y desistió. Estoy seguro de que, más pronto o más tarde, en un momento de descuido de la señora, la abrirá.
Pienso que sí, que siempre deberíamos tener una maleta a mano. Que la vida es circular.
jueves, abril 19, 2007
Maleta (2/3)
Al día siguiente de mi experiencia con la maleta de cartón le conté todo a Joaquinito, con pelos y señales. Él me miró estupefacto, calló durante unos momentos, se rascó la entrepierna y me preguntó si prefería jugar a los indios.
Vi que el abuelo no tenía la garrota a mano y aproveché para preguntarle si él había abierto la maleta del desván alguna vez. "Zoquete", dijo, "zoquete, ¿es que acaso no te das cuenta de que la vida es circular?"
No sé si dijo eso o: "Zoquete, zoquete, ¿es que acaso no te das cuenta de que vamos a comer ya?"
El caso es que aquellas vacaciones no volví a subir al desván, ni, por supuesto, a ver la maleta. Hace unos meses pregunté por ella a mi madre y me dijo que no recuerda que hubiera una maleta de cartón en el desván de la casa de los abuelos
Al día siguiente de mi experiencia con la maleta de cartón le conté todo a Joaquinito, con pelos y señales. Él me miró estupefacto, calló durante unos momentos, se rascó la entrepierna y me preguntó si prefería jugar a los indios.
Vi que el abuelo no tenía la garrota a mano y aproveché para preguntarle si él había abierto la maleta del desván alguna vez. "Zoquete", dijo, "zoquete, ¿es que acaso no te das cuenta de que la vida es circular?"
No sé si dijo eso o: "Zoquete, zoquete, ¿es que acaso no te das cuenta de que vamos a comer ya?"
El caso es que aquellas vacaciones no volví a subir al desván, ni, por supuesto, a ver la maleta. Hace unos meses pregunté por ella a mi madre y me dijo que no recuerda que hubiera una maleta de cartón en el desván de la casa de los abuelos
miércoles, abril 18, 2007
Maleta (1/3)
Todo eran órdenes y prohibiciones. Me dijeron que no cruzara la calle, que no le llevara la contraria al abuelo y que, por nada del mundo, abriera la maleta de cartón que había en el desván.
No crucé la calle porque traían a Joaquinito para que jugara conmigo. El abuelo me atizó un garrotazo en la espalda el día que le dije que le olía el aliento. Y al desván no subía porque siempre estaba vigilado.
Cierto día, a la hora de la siesta, subí. Lo primero que hice tras ascender por aquellos escalones de madera que crujían, evidentemente, fue buscar la maleta. Era una maleta de cartón, atada con una cinta de cuero y cerrada con una llave que parecía de juguete. Estaba puesta.
Abrí la maleta y vi a mis padres cuando eran niños. Vi a mi abuelo atizándole a mi padre con la garrota, atizándole con el mismo movimiento elástico y perfecto, exactamente como me había atizado a mí. Discutían por algo, pero no les entendía. Vi a mi madre con el brasero de picón en las manos, soplando al aire. Los vi a los dos en una era, un atardecer. Mi padre subiéndole la saya, mi madre negándose. A los dos, comiendo morcilla patatera y pan. Bebiendo vino y riéndose. Luego, a ella dando a luz. A mí berreando en una cuna enorme que luego heredó mi primo. A mi abuelo atizándome de nuevo con la garrota porque me reía de su aliento. A Joaquinito en la mili. Yo, también en la mili, escuchando las estupideces de un tipo barrigón. A mí leyendo febrilmente. Yo, con mi mujer, comprando en el supermercado. A mí, escribiendo estas líneas. Estas justamente, línea por línea, palabra por palabra.
Cerré la maleta y bajé corriendo, porque me llamaban para que tomara un vaso de leche con galletas.
Todo eran órdenes y prohibiciones. Me dijeron que no cruzara la calle, que no le llevara la contraria al abuelo y que, por nada del mundo, abriera la maleta de cartón que había en el desván.
No crucé la calle porque traían a Joaquinito para que jugara conmigo. El abuelo me atizó un garrotazo en la espalda el día que le dije que le olía el aliento. Y al desván no subía porque siempre estaba vigilado.
Cierto día, a la hora de la siesta, subí. Lo primero que hice tras ascender por aquellos escalones de madera que crujían, evidentemente, fue buscar la maleta. Era una maleta de cartón, atada con una cinta de cuero y cerrada con una llave que parecía de juguete. Estaba puesta.
Abrí la maleta y vi a mis padres cuando eran niños. Vi a mi abuelo atizándole a mi padre con la garrota, atizándole con el mismo movimiento elástico y perfecto, exactamente como me había atizado a mí. Discutían por algo, pero no les entendía. Vi a mi madre con el brasero de picón en las manos, soplando al aire. Los vi a los dos en una era, un atardecer. Mi padre subiéndole la saya, mi madre negándose. A los dos, comiendo morcilla patatera y pan. Bebiendo vino y riéndose. Luego, a ella dando a luz. A mí berreando en una cuna enorme que luego heredó mi primo. A mi abuelo atizándome de nuevo con la garrota porque me reía de su aliento. A Joaquinito en la mili. Yo, también en la mili, escuchando las estupideces de un tipo barrigón. A mí leyendo febrilmente. Yo, con mi mujer, comprando en el supermercado. A mí, escribiendo estas líneas. Estas justamente, línea por línea, palabra por palabra.
Cerré la maleta y bajé corriendo, porque me llamaban para que tomara un vaso de leche con galletas.
martes, abril 17, 2007
lunes, abril 16, 2007
domingo, abril 15, 2007
viernes, abril 13, 2007
jueves, abril 12, 2007
miércoles, abril 11, 2007
Ayer
Hice un largo viaje por carretera y al llegar a casa vi que una ventana estuvo abierta todos estos días.
Vi llover, y, desde casa, correr a una mujer que se tapaba con el periódico.
Saltó aceite de la sartén mientras cocinaba, y me quemé el brazo.
Alguien llamó por teléfono y colgó.
Deseé estar cansado.
Hice un largo viaje por carretera y al llegar a casa vi que una ventana estuvo abierta todos estos días.
Vi llover, y, desde casa, correr a una mujer que se tapaba con el periódico.
Saltó aceite de la sartén mientras cocinaba, y me quemé el brazo.
Alguien llamó por teléfono y colgó.
Deseé estar cansado.
martes, abril 10, 2007
Cronos
Ordenaba el otro día papeles y facturas de un archivador. Miré y vi. Allí había notas que yo no había escrito. Planos de lugares que no había visitado. Extractos bancarios de otro banco que no es el mío. Efectivamente, lo que sospechaba, el papeleo va por delante de mí. Debo darme prisa. Me he dormido en los laureles.
Ordenaba el otro día papeles y facturas de un archivador. Miré y vi. Allí había notas que yo no había escrito. Planos de lugares que no había visitado. Extractos bancarios de otro banco que no es el mío. Efectivamente, lo que sospechaba, el papeleo va por delante de mí. Debo darme prisa. Me he dormido en los laureles.
lunes, abril 09, 2007
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