jueves, marzo 31, 2011

Historias del cesped

Empezaron a salir juntos después de aquellas noches en el césped del Allende, a la luz de las farolas de luz amarilla, mecidos por el ruido de los coches en la avenida de José Garate. Parecía que en las sombras alargadas de los setos se escondían demonios, que en los toboganes y columpios solitarios quedaba el rastro del último movimiento, la última sonrisa de los niños. Era verano y se veían nubes de mosquitos alrededor de las cagadas de los perros o del agua de las fuentes.

Había fines de semana que tocaba algún grupo en el anfiteatro de piedra. Algunas veces eran amigos, o conocidos, y siempre la música les parecía gloriosa.

Las litronas embutidas en bolsas de plástico, las palmeras de chocolate, los ganchitos con sabor a kétchup, las bolsas de pipas. Los corros. Los amigos. El móvil, que sonaba. Hablaban de todos los temas con una sabiduría de monjes tibetanos: a ellos nadie se la daría con queso. No creerían en nada para no ser engañados. Mirarían de reojo.

lunes, marzo 28, 2011

Deporte

Me hacen jugar de defensa. Aunque estoy confundido, yo sé que soy muy bueno y que debería ser delantero. Delantero centro y marcar goles. Correr la banda y celebrarlo. Sé celebrar los goles mejor que nadie. Lo he practicado. Lo veo en la tele.

El entrenador dice que todos somos importantes en el equipo, que todos tenemos nuestra función. No soy un chupón, entreno más que nadie, pero hace que juegue de defensa. ¿Defensa de cierre? Dice que la pelota puede pasar pero el contrario no. Que tengo que cargarme al contrario, que suelte leña.

Para eso estoy, para soltar leña. ¿Es esto vida?

sábado, marzo 26, 2011

Cambio de hora

Fui a la biblioteca. Vi a algunas estudiantes sentadas a las mesas y cómo levantaban la vista de los libros. Es completamente necesario que llegue la primavera, proclamo. (Una come una manzana, otra se sienta en las escaleras para hablar por teléfono y ya las ecuaciones no dan resultado ni los apuntes están claros).

Ya estamos llegando al tiempo en el que no apetecen los guisos y sí las ensaladas. Ya apetece un trago de agua. Abrir las ventanas. Ya acechan la manga corta y los escotes.

Ya los perritos cagan duro en las esquinas mientras sus dueñas se rascan impacientes la nuca. Brotan del asfalto figuras con chándal. Los niños ocupan posiciones frente a los columpios. Ya hay colas en las gasolineras para hinchar las ruedas de las bicicletas. Ya las mamás están en los parques, dispuestas a hablar en corro mientras comen pipas de girasol a velocidad supersónica. Ya las abuelas se sientan en los bancos y tratan de poner la espalda recta, de mirar al horizonte.

Llega la primavera. Aunque llueva.

jueves, marzo 24, 2011

He leído Las batallas en el desierto



He leído Las batallas en el desierto, una novelita de José Emilio Pacheco, y me he enamorado de Mariana, la mujer bella y madura, con los ojos del niño protagonista.
He experimentado el amor desmesurado que solo se siente en la infancia.

He descubierto la diferencia entre ricos y pobres con los ojos de un niño.

“Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquél?” Así comienza esta novelita deliciosa.

jueves, marzo 17, 2011

Japón y la tortuga

A veces me quedo embelesado mirando mi tortuga. Cómo come. Cómo se mueve. Cómo se baña en su pequeña pila. Es lo contrario de mirar la tele en estos días. Qué pensaría este animal, si pudiera pensar, sobre la hecatombe nuclear que parecer ser que se avecina.

Hay un movimiento slow muy de moda en ciertos lugares. Vivir lento, comer lento. Disfrutar lentamente de todo lo que se hace. Parece un descubrimiento importante. Hay libros, blogs y hasta películas sobre el movimiento slow. Los japoneses que vemos ahora en las pantallas parecen todos integrantes convencidos del movimiento slow. Bien, pues todo eso lo inventó el abuelo de mi tortuga. Solo hay que ver cómo mastica las hojas de lechuga mi tortuga. A los japoneses, que lo aguantan todo debajo de las mesas cuando el suelo tiembla, y que ahora más que nunca nos parecen verdaderamente admirables, les falla lo de las nucleares. (A nosotros también, y hasta tenemos a Aznar y a González a sueldo de grandes empresas eléctricas, para que nos convenzan, los muy sinvergüenzas). El abuelo de mi tortuga no habría permitido nunca que existiera la energía nuclear. Así habría sido feliz en Japón.

miércoles, marzo 16, 2011

He leído El pez volador



He leído El pez volador, una antología de cuentos de Hipólito G. Navarro, y salgo a la calle creyendo que todo puede suceder, que el aire tiene virutas, que el panadero que me vende el pan tiene una doble vida como súper héroe, que del cielo van a caer mujeres enamoradas, que cuando nieva suceden cosas importantes.

domingo, marzo 06, 2011

Rita

Parece un vodevil lo que arman en el patio, entre geranios y perejiles, esta perrita negra recién llegada que ayer todavía mamaba de las ubres de su madre, y el gato resabiado y bigotudo. Somos espectadores y llamamos a los demás, para que contemplen el espectáculo. La recién llegada corretea alrededor del cuenco lleno de pienso, y el micifuz gordo y con galones enseña las uñas y bufa desde lo alto de la pared, esperando que todo vuelva a ser como antes, cuando despreciaba cuanto la dueña le ofrecía y se marchaba por días enteros para casarse en los tejados con todas las que encontrara. (Por ahí, a la sombra de las ruedas de los tractores, han quedado camadas enteras que el padre no se digna visitar).

El gato llega al suelo y salta sobre el mismo lugar, una y otra vez. Enseña las uñas. Bufa. Se pone rígido, arquea el lomo. La perrita lo mira, parece sonreír, y lame la cazuela. Esta perrita lustrosa, con el pelo brillante y cara de calendario, que menea el rabo cuando nos siente cerca, nunca conocerá un día nublado. Todo en su vida será perfecto; la vida le sonreirá, con los debidos cuidados. Está escrito en la cartilla que le ha dado el veterinario esta mañana.

De pronto el gatazo lanza su pata delantera hacia ella y la perrita gime, ladra, llora, porque la garra del minino gordo y melifluo se ha llevado por delante uno de sus ojitos lustrosos, que está ahí, en el suelo encementado, entre geranios y perejiles.

La perrita queda tuerta y el gato se marcha por los tejados.

miércoles, marzo 02, 2011

Cebollas

El anciano se para, azadón al hombro. Lo deja en el suelo, saca un paquete de ducados, resopla, mira hacia el final de la calle, enciende un cigarrillo. Que no me vea fumar la Berta, resopla. Después de unas caladas pregunta: Qué tal por Madrid, salao? Mucho coche, contesto, y sé que le apetece hablar.

Dice que ha plantado mil trescientas cebollas. Para toda la familia, hasta para los tres biznietos. Le han ayudado a plantarlas dos de sus hijos. Se desriñonan, los jóvenes se desriñonan. Voy y vengo. Está uno medio malo, pero yo si salgo de casa no es para pasear. Que pasee la Berta. Yo tengo que sacar algo en claro. Plantar algo en la huerta, partir leña, recoger los huevos de las gallinas.

Dinero no tengo, pero memoria, ay, memoria tengo mucha. El cementerio nuevo lo inauguraron el año 89, y desde ese año tengo yo un cuaderno en el que apunto a los que se van. A todos. En esta calle éramos muchos: Antonio, el otro Antonio, Pedro… ya quedamos pocos para celebrar los cumpleaños con un café y una pasta flora. Si alguien tiene alguna duda de fechas, mándamelo, que abro el cuaderno, que yo soy el notario de los muertos.

Me gustaría tener una grabadora a mano cuando este hombre se pone a hablar y cuenta y cuenta, mientras mira al final de la calle, por si se asoma a la puerta Berta. Habla este hombre alzando y bajando la voz, en plan épico.

He hecho de todo. He pasado hambre, pero no más que otros que tenían más obradas y una yunta. Se igualaron las cosas hace tiempo. Ahora vamos todos a misa y nos sentamos todos en el mismo banco. He sido labrador, mayormente. Pero también he capado cochinos, he ido a las ferias a comprar y vender mulas, he sido cartero. Y fui el portero del baile, porque este pueblo tuvo baile, aquí donde lo ves, y yo cobraba las entradas. Más de una pareja la he arreglado yo, en la puerta. Cuánto cuchicheo. A mí me utilizaban de celestino, y no es una ignominia decirlo.

Asoma Berta a lo lejos y se va el juglar, calle adelante. Recuerdos a los madriles, salao, dice.