viernes, mayo 29, 2009

Aire

Llevar a mi padre en el coche, ahora que él ya no conduce, y verle bajar la ventanilla en cuanto se sube, como siempre ha hecho, despreciando el aire acondicionado, y que le de el viento en la cara, me hace añorar aquellos viajes largos en el Renault 6, el aire dándome en el flequillo, los ojos bien abiertos.

jueves, mayo 28, 2009

Cine

El domingo volví con mi hija de la sesión matinal de cine, de ver la famosa película de Hannah Montana. Ella regresó encantada, tarareando las canciones. Yo, deseoso de comerme un cocido madrileño completo, con su chorizo y su morcilla, su sopa y sus garbanzos. Para desengrasar.

lunes, mayo 25, 2009

Mario

Ya tenía arrugas en la frente a los dieciséis años, ya sabía más que nadie cuando todos se fumaban los bisontes sin boquilla en manada. A los dieciocho se largó con una separada cuarentona que le dejaba conducir su 600 con una mano, mientras que le exigía que la otra estuviera sobre su pierna todavía dura, todavía musculosa.

Bebía y bebía bien porque le sentaba como a Dios. Ella le regalaba joyas que él malvendía, y nunca le faltaba el dinero. Hasta que la cuarentona se cansó. Al 600 le rascaban las marchas y lo dejaron. Eso fue hace más de treinta años. Acumuló arrugas en la frente, caries en su dentadura y polvo en su melena recogida en una coleta. Parecía que le lloraban los ojos. Sobrevivió con una sonrisa y un gesto como de disparar apuntando con el dedo corazón, como si fuera un bandolero.

Conoció a muchas y acabó casándose con una. Tuvo que ser así, dice, y menea la cabeza, cuando me lo cuenta. Se separaron a los pocos meses, pero les dio tiempo a hacer un hijo, un chaval que ahora tiene dieciocho años y que se va de marcha con su padre, que comparte rayas con él en los conciertos de los colegas y que resiste hasta las tantas de la mañana con los ojos saltones, que resiste echándole las manos a los hombros y susurrándole viejo, viejo, cómo te enrollas.

sábado, mayo 23, 2009

Jornada laboral

Llega un señor mayor y pregunta si es aquí, en la oficina de correos, donde se vota por correo, y a quién se vota. Que si en cada oficina se vota a unos, que se pensará si votar aquí o en otra oficina.
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Llega un señor malhumorado y pregunta si tenemos sobres especiales para apostatar. Le dicen que no. Pregunta si hay que certificar la carta. Le dicen que, para apostatar, mejor acuda al Obispado. Se marcha indignado. Dice que todo son trabas.
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Llega un señor y dice que trae una lista para que firmemos y no readmitan en su puesto a Ginés, el sheriff de Coslada. Con civismo, la gente que espera turno en la cola de giros y certificados, una vez que termina, se pasa a la del señor con la tablilla y la lista cuadriculada.

lunes, mayo 18, 2009

Pasillos del centro comercial (II)

Nebulosas de adolescentes. Ocupan los pasillos, gritan como estorninos. Ellos, empujándose con energía de Nesquik. Ellas, buscando un pedestal en el que apoyarse. A media tarde visitan los cuartos de baño y luego devoran hamburguesas sentados en sillas como tronos. Miran de reojo y se protegen a codazos.
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Hay un crío que come un helado y es el dueño del mundo, él lo sospecha. Se sube al caballito, que se encabrita, pero él, con una moneda, es capaz de domarlo. Relincha, pero galopa. Y el niño se relame, sí, en una mano el helado, en la otra las bridas.
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La mujer madura que saborea el café apoyada en la barra del bar, con el carro de la compra repleto a su vera, es la imagen de la eficiencia. De la lista no falta nada, excepto las galletas de soja, que no había. Espera a su marido, que se retrasa, y piensa que está en lo mejor de la vida, que debería disfrutar, que debería ser feliz, pero que no había galletas de soja.

sábado, mayo 16, 2009

Pasillos del centro comercial (I)

Van solas. Niñas descoyuntadas con argollas en el ombligo miran el escaparate, que refleja su figura tísica y su mirada triste. Son niñas que se venderían por una camiseta nueva, porque no saben lo que valen y nadie les toca el hombro escuálido para decirles no importa, de verdad, no importa.
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Señores barrigones, preferiblemente en chándal, que arrastran el carro del Carrefour y salen de allí como el minero de la mina. Fuman. Caminan dos pasos más atrás que la mujer y los hijos, que, lógicamente, van dos pasos por delante, y que le azuzan, vamos, hombre, vamos.
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Parejas que se quieren y se abrazan, que parecen miembros en excedencia de un circo. Miran los cartelones del cine, sesión numerada, y todas las películas son increíbles. Se quedan con la mirada fija y parece que estuvieran así horas, pensando en sus cosas, pero son solo segundos, mientras deciden entre la de guerra o la de amor (las dos americanas).
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Jubilados bronceados. Él, con los zapatos lustrosos, caminando por los largos pasillos con mirada de aguililla, no lo puede evitar. Ella, acarreando bolsas de plástico con las compras más baratas y más bonitas. Mira a los ojos de la gente, y le gusta lo que ve.

viernes, mayo 15, 2009

Ayer

Ayer estuve triste.
Ayer anduve y corría un viento de cara, fuerte y molesto.
Ayer no pude concentrarme en el trabajo y me faltaron 20 euros en la caja al final de la mañana.
Ayer cené pizza con sabor a salsa barbacoa.
Ayer leí en la cama unas páginas de los diarios de Trapiello y me reí un rato y me puse las manos en la barriga, contento.

martes, mayo 05, 2009

Descampado

Mi padre tiene setenta y tres años, un enfisema de tanto fumar y una cadera mal soldada desde que era un crío y se cayó de una mula. A mi padre no le gusta salir a la calle, le da pereza. Pero a veces sale para ir a la farmacia, o a la caja de ahorros, y se queda en la calle un rato, para tomar el sol y fumar. No hay parques cercanos, ni flores ni césped que contemplar. En la acera que mira al descampado hay tres bancos a los que les da el sol de frente por la mañana. Dos de esos bancos, cincelados a navajazos, con pintadas que proclaman la añoranza de Ecuador o el amor con iniciales, los suelen ocupar los jubilados, en corrillos, y allí se sienta él, porque no puede estar más de diez minutos de pie. El tercer banco lo ocupan unos drogadictos que andan gritando siempre con voz ronca. Tienen siempre en el suelo unas cervezas de lata, como si fueran sus mascotas. Antes les acompañaba una puta esquelética que cobraba muy barato sus servicios, y que debía padecer una cistitis enorme y fabulosa, porque cada muy poco tiempo se ponía a orinar entre los coches del descampado. A veces se llevaba la cerveza, que sostenía con una mano, agachada. Con la otra se apoyaba en un coche. Desde los bancos se le veía el culo blanco. Y los jubilados la señalaban con sus bastones. Ya hace mucho tiempo que no la ven por el barrio.

lunes, mayo 04, 2009

Madurez

Veo a C. en la biblioteca. Está en el paro, y su marido, desde el mes pasado, también. Me dice que está preparando unas oposiciones. A Justicia y a la Comunidad de Madrid. Mira, dos enormes tomos, los señala. Me dice que lo malo es que ya, a ciertas edades, en lugar de retener conocimientos se retienen líquidos.