martes, febrero 26, 2008

Pueblo (y XXIV)
Esta mujer que vende los huevos de sus gallinas y que se limpia las manos en el delantal nos regala un trozo de pastel. A esta mujer se le mató un hijo adolescente en accidente de tráfico este verano.
—Todo pasa, todo pasa. —Dice, cuando le preguntamos.—Veréis cómo os gusta, lleva nueces y almendras.

lunes, febrero 25, 2008

Pueblo (XXIII)
Paseamos por las calles y al llegar ante una puerta vieja me dice que esa fue la casa de su abuelo, y esta la puerta de su patio. Nos acercamos al ojo de la cerradura. Es un orificio grande, viejo, como de castillo. Miro y veo: una trilladora desvencijada, unas hoces colgadas de una alcayata en la pared, un saco del que sobresalen piñas secas y podridas y mucha hierba, una hierba alta y extrañamente verde.
Ella mira después y dice: hay un conejo, un conejo que salta.
Miro y no veo ningún conejo.
Insiste, dice, insiste, y lo verás. Y me quedo quieto, mirando a través del ojo de la cerradura, durante unos minutos. Hasta que veo el conejo, que salta entre la hierba.

domingo, febrero 24, 2008

Pueblo (XXII)
Domingo. El sol da en la fachada del ayuntamiento y la raya de la sombra llega hasta donde estuvo la olma. Vivan los quintos del 84. Sale humo de las chimeneas y huele a sarmientos. Hay varios coches que nadie conoce en la plaza. Los bares están llenos. Nadie tiene monedas de céntimos en los bolsillos porque hoy la misa ha sido a las doce.

sábado, febrero 23, 2008

Pueblo (XXI)
Ya hay plantones de tomate en los pequeños invernaderos de las huertas. Levantan los plásticos y se ven unas hojitas verdes minúsculas, como tréboles de la suerte. Las yemas de los dedos de los hortelanos escarban a su alrededor para airearlas, para quitarles las malas hierbas. Estas hojitas que casi no se ven luego serán las ramas que sostengan los tomates rojos.

viernes, febrero 22, 2008

Pueblo (XX)
El caminante que todas las mañanas se acerca, en un largo paseo, atravesando el monte, a ver si mana la fuente del antiguo lavadero.
Si no ha llovido, y ayer estaba seca, es imposible que mane de ayer para hoy. Eso le dicen.
Es igual. Por si acaso.

miércoles, febrero 20, 2008

Pueblo (XIX)
Hay gente que discute en el bar si es posible ir a por un pino al pinar sin tener que pedir permiso a la Diputación.
Ni siquiera si el pinar es tuyo. Ni siquiera si el pino está seco y en el suelo a causa de un rayo.
El permiso hay que pedirlo. Por algo será, y pon otras cervezas

lunes, febrero 18, 2008

Pueblo (XVIII)
Hay viejas diminutas con el cabello azul —el tinte, es que a mi hija se le ha ido la mano con el tinte— que recorren el pueblo después de misa y van preguntando a la gente por su salud. Y ellas, sin que nadie les pregunte, cuentan que hace veintiún años que no tienen dentadura y que a cada embarazo perdían no sé cuantas muelas.

domingo, febrero 17, 2008

Pueblo (XVII)
Hay viejos que acumulan leña en la leñera para los herederos de sus herederos. Que cargan en la carretilla puertas viejas y atraviesan el pueblo con ellas. Luego las sierran en partes cortadas al milímetro para que se apilen unas encima de otras, y ver la leñera llena cuando se levantan por la mañana y se asoman al corral después de lavarse la cara con agua fría, helada.

jueves, febrero 14, 2008

Cuento (y V) De vuelta
Tardo en aparcar. Las cagadas de los perros se alinean sobre la valla del colegio. El kiosco de prensa está cerrado por vacaciones desde el pasado verano. Los coches están subidos a las aceras. De un contenedor de basura asoma un zapato. Las obras continúan. Huele a alquitrán. Hay un montón de arena en la puerta del portal. Una pala sobre él, como la espada de Arturo.
Y sin embargo el cielo está claro: dos nubes muy blancas se recortan tras los edificios.
Subo las escaleras detrás de la chica del tercero. Es preciosa. Parece gozar de la elasticidad del arquero, es rotunda como un bloque de granito. No sé si avergonzarme de mis pensamientos. Es cierto que nadie puede llegar al fondo de mi corazón.

miércoles, febrero 13, 2008

Cuento (IV) En la gasolinera
Echo gasolina y el tío de la caja quiere cobrarme más. Discutimos. Detrás de él hay una vitrina con preservativos y revistas pornográficas. Dice que la pantalla marca lo que él dice y que no querré que me haga una rebaja. Sale conmigo a comprobar el precio que marca al surtidor. Dice que hace frío. No coinciden en la cifra el surtidor y la pantalla. Digo que pagaré lo que marca el surtidor. Él dice que no, que pague lo que marca su ordenador. Dice que pase tras el mostrador y vea lo que debo pagar. Me niego. Va a llamar a la policía. Espero. Hay una cola tremenda en el surtidor de la disputa. Suenan bocinazos. Llega un coche de policía. El más joven pregunta qué pasa. Se lo explicamos y me da la razón. El otro policía se rasca excesivamente la cabeza. Me marcho. Con el barullo me marcho sin pagar un euro. Que se joda.

martes, febrero 12, 2008

Cuento (III) La jornada
La jornada de trabajo se me da bien. Logro fijar la vista en la mesa y no pensar en nada especial. Consigo avanzar en la contestación de los expedientes de ayudas sociales. Baja el montón que tengo encima de la mesa. Me invento un juego que consiste en contar las personas que recorren el pasillo desde la puerta del negociado o desde aquí hacia la puerta. Ganan los que van hacia la puerta. Cada dos horas bajo al servicio. En el cuarto de baño me dedico a escribir guarradas tras la puerta. Desde que ya no fumo bajar a estas catacumbas no es lo mismo. A la hora de la salida me piden dinero para el regalo de Ramón, que se jubila. La fiesta es el viernes que viene y sí que iré, pero no me apetece beber, porque con cada nuevo trago me siento muy triste y se me van las ganas de hablar. Luego llego a casa y dice Juana que es que tengo dificultades para comunicarme y que me huele el aliento. Salgo a mi hora, hoy no le regalo ni un minuto a la empresa. El portero quiero contarme lo de su hija, pero escapo. ¿Qué será lo de su hija?

lunes, febrero 11, 2008

Cuento (II) En el trabajo
En el trabajo el jefe reúne a toda la gente del departamento. Parece que se olvida de llamarme, pero alguien me avisa. Bajamos a su despacho. A primera hora. Nos amenaza. Sin sutilezas. Grita que esto no puede seguir así. En los veinte minutos del desayuno alguien dice que tenemos que ir a por él. Tenemos que cargárnoslo. O él o nosotros. Va en busca del ascenso a toda costa. Otro dice que hay que cuidar lo que se dice, porque hay mucho chivato por ahí. Remuevo el azúcar y pienso que es increíble que vaya a cumplir cuarenta y cinco años. Me palpo la barriga, y luego me rasco los testículos. Para comprobar que siguen ahí.

domingo, febrero 10, 2008

Cuento (I) En casa
Nos sentamos a desayunar. El mayor habla de una excusión que debe realizar. No hemos firmado todavía la autorización. Es como si no existiera, se queja, y sorbe el contenido de su taza. El pequeño derrama la leche sobre el mantel. Juana se pone a llorar, desconsoladamente. No sé si atender a sus lágrimas o a las tostadas, que se queman. Dice que ayer olvidó comprar galletas. Por eso llora. No tiene otro motivo. De verdad, dice, no tengo otro motivo para llorar. Te lo aseguro. Digo que me lo creo.

sábado, febrero 09, 2008


En ocasiones nos echamos las manos a la cabeza no porque nos escandalicemos, sino para que se nos aireen las axilas.

jueves, febrero 07, 2008

Pretensión
El deseo que esta noche formulamos para llevar a la práctica mañana, nada más levantarnos podría ser: Procurar pisar con más levedad el lugar por el que caminamos.

miércoles, febrero 06, 2008

Campaña
Miro sus caras sonrientes en las vallas. Aunque, la verdad, no sé si sonríen o es una mueca.

martes, febrero 05, 2008

Parte contratante de la primera parte
Son unidades orientadas a dar asistencia a los órganos de superior dirección y gestión de la Sociedad Estatal, correspondiéndoles fundamentalmente funciones de asesoramiento a la Presidencia y al conjunto de la organización. Su objetivo corporativo y territorial es gestionar los servicios generales, coordinando las dos Divisiones”.
(Tema 2 del temario de Promoción Interna de Correos).

sábado, febrero 02, 2008

Volver
Abro la puerta. Oigo la televisión. Ahí está. Es un volumen imposible de cubicar, una montaña de arena y agua. Duerme, con los pies encima de la mesa, con los brazos cruzados. La palma de mi mano en su hombro, y despierta.
Me mira. Has llegado, dice.
Quiero descalzarme, beber un vaso de agua porque tengo sed.