miércoles, octubre 21, 2009

Policías y ladrones (y VI)

Había una muchacha que le soportaba los anhelos. Algunas veces cruzaba las piernas y miraba a otra parte, esperando siempre que escampara. Pero los dos se cansaron. Una, de esperar tan poca cosa. El otro, de esperar demasiado.

Él se fue al País Vasco, porque, decía, allí todavía quedaba gente auténtica. Luego se convirtió en punk, después en okupa. Un tiempo estuvo de pastor de ovejas lachas y otro intentó formar una empresa de marroquinería en cooperativa con un socio que se largó a Holanda con el capital social.

Volvió a aquellos descampados y encontró a unos pocos que todavía no se habían marchado. Allí estaban. Sentados, bebiendo, fumando. De vez en cuando aparecía por allí la policía y les pedía la documentación como el fumador que pide lumbre, como el pastor que cuida el rebaño.

lunes, octubre 19, 2009

Policías y ladrones V

Luego fueron los tiempos de la Joven Guardia Roja y de la ORT. Todos tenían un hermano mayor metido en política y la política eran reuniones a las tantas y barbaridades que se decían sin miedo, entre caña y caña, todos alrededor de una mesa enorme, demasiada mesa para tan poca gente.

Aquello era una fiesta. Las manifestaciones. Las pancartas, las tías, las pancartas, las tías. Pasó de pringao a héroe. Cómo corría. En cierta ocasión salió fotografiado en el ABC: un policía de ojos bizcos le apaleaba. Fue su momento de gloria y su aportación a la revolución, aunque los que entendían del tema siempre le dijeran que le perdía Bakunin. Eso, y el alcohol.

Lo probaba todo. Trapicheaba y era fácil. En la música estaba escrito que había que probarlo todo y que había más mundos y eran mejores. Había que ser auténtico. Sí, auténtico, era la palabra. Había que ser auténtico. En un concierto de Leño consiguió su primer coma etílico.

viernes, octubre 16, 2009

Policías y ladrones IV

En el colegio las mesas eran de madera y era posible tocarle el culo a las chicas. Don Ramón, sopapo tras sopapo, fumando y preguntando por el teorema de Arquímedes. Botarates con borceguíes, cenutrios con flequillo. Su reino, sin embargo, era el patio. Ya entonces practicaba con cromos las artes de la vida y se comía el bocadillo de los más apocados.

Pronto abandonó por pueriles los cuadernos emborronados con el ying y el yang, el símbolo de la paz y los morritos de los Stones. Le levantó la mano a Don Ramón antes de despedirse de él. Una compañera de clase se quedó embarazada, otro encontró que irse al Retiro a quitarle las pelas a los pijos era fácil y conveniente y a otro le echaron de casa por algún motivo que nadie supo.

jueves, octubre 15, 2009

Policías y ladrones III

La mayoría de los padres de aquellos muchachos había cambiado la vista de los majestuosos olivos de Andalucía y Extremadura por la de escombros amontonados en el extrarradio de Madrid. Todavía no se les habían acostumbrado los ojos. Vivían en cuchitriles, sin respirar. Comían, trabajaban, dormían, pero no respiraban.

Cumplían heroicas jornadas de trabajo en la albañilería, soportándolo todo, y llegaban a casa con ganas de arrear dos ostias a quien se le pusiera por delante. Por eso los niños estaban siempre en la calle.

Los niños jugaban al tute en las aceras, montaban en bicicleta y robaban patatas en los ultramarinos (todavía existían los ultramarinos) para asarlas en fogatas humeantes al atardecer. Luego oscurecía y en el aire flotaba un aroma incierto de aventura. Ya en aquel tiempo la policía recorría las calles cachazudamente. Las mondas de las patatas eran las huellas del crimen.

miércoles, octubre 14, 2009

Policías y ladrones II

En cierta ocasión, hace muchos años, le propinaron tres palizas en una sola noche. Estaba borracho hasta la extenuación, lleno, ahíto como un bebé que hubiera recibido el pecho de su madre. La primera paliza la recibió del servicio de seguridad de Tina Turner, cuando se acercó demasiado a las vallas protectoras y aquellos negracos interpretaron que quería abrazar a la cantante. Le pisotearon la espalda detrás del escenario.

La segunda paliza se la endosaron un par de horas más tarde unos críos que acababan de salir del concierto, con los que discutió por alguna razón estúpida. Fue una especie de intercambio de golpes y aquellos muchachos no pusieron demasiado interés en hacerle verdadero daño. Le dejaron tendido sobre el césped que rodea el Palacio de los Deportes, oreándose, preguntándose cuál era el motivo por el que faltaba amor en su vida.

La tercera paliza de la noche se la dieron un par de policías nacionales a los que interpeló cuando ya llegaba al portal de su casa, de madrugada. El coche —lechera se llamaba entonces— estaba aparcado allí, justo allí. Dentro, en la oscuridad, fumaban tranquilamente. Golpeó los cristales, les hizo algunas preguntas en voz muy alta. Por qué falta amor en mi vida, por qué falta amor en mi vida, gritó. Vosotros lo sabéis, preguntó. Primero le ordenaron que se marchara. Luego le aporrearon concienzudamente durante un par de minutos. Les animó el verle con la cara y la ropa de toda la noche, una noche muy larga, una noche ensangrentada.

miércoles, octubre 07, 2009

Policías y ladrones

Llegan los coches de policía de vez en cuando y parece que se conocen. Es como un baile.

Ellos depositan en el suelo, con cuidado, la lata de cerveza, no vaya a derramarse, y enseñan con desgana la documentación, que está en una cartera gorda, en el bolsillo trasero del pantalón.

La madre que me parió, dicen. Lo repiten cada minuto, aproximadamente, mientras los policías les miran y esperan. La madde que me paddió, dicen, porque les faltan algunos dientes y no vocalizan bien. También les falta cabello en la cabeza. Ya son un poco mayores para estas cosas.