lunes, diciembre 21, 2009

Ayer

Amaneció un día luminoso y gélido.

Leí los periódicos en internet a primerísima hora de la mañana.

Fuimos a comer a casa de mis padres y comimos patatas rellenas.

Dormí una siesta grandiosa.

Estuvieron en casa dos amigos a los que hacía tiempo que no veía. Uno de ello venía de lejos, de Argentina y Uruguay, de esquilar ovejas. Nos habló de la Patagonia, de Fontanarrosa y de las librerías argentinas, en las que los libreros entienden de libros. Bebimos vino y hablamos muchísimo, hasta la madrugada.

sábado, diciembre 19, 2009

Ayer

Amaneció el día claro.

Fui a Ikea y me enfadé conmigo mismo por sentirme parte del rebaño. Compramos accesorios innecesarios para cocinar, una maceta, una lámpara y cinco frascos de arenques en salsa de pimienta.

Tomé café con pasteles.

Ví por primera vez la iluminación navideña de Madrid.

Pensé en todos los cuentos que no he escrito.

viernes, diciembre 18, 2009

Ayer

Hizo frío, y me abrigué.

Fuimos a comprar y el supermercado estaba lleno. La gente compraba jamones empaquetados en cajas como si fueran a acabarse.

Me acordé del Sr. Nilson, el mono de Pippi Langstrumpf, y de Pequeño Tío, su caballo.

Pensé que todo en esta vida está en equilibrio y que lo que se nos da por una parte, por otra se nos quita.

Me visitó, de nuevo, el insomnio.

jueves, diciembre 17, 2009

Ayer

Me dolió la cabeza toda la mañana.

Fuimos a comprar unas aletas de goma para que A. las utilice en la piscina.

Se fundió una luz de la lámpara del salón.

Revisité algunos blogs que tenía olvidados.

Comencé a leer Carpe Diem, de Saul Bellow.

miércoles, diciembre 16, 2009

Ayer

Quedaban hojas en los árboles. Amarillas, con manchas, arrugadas.

En el trabajo, una señora, apoyada en el mostrador, me dijo: "A que estoy guapa". Yo contesté que sí, y creo que me sonrojé, y ella me contó que había ido a la peluquería, que su hija estaba de Erasmus en Austria, que estudiaba arquitectura, que le mandaba un paquete con comida. "Adios,hijo, adios", pagó, sonrió y se fue.

Pasé más de una hora en un atasco. Con vaho en los cristales.

Me enteré de que un conocido sufre una enfermedad grave. Tiene una hija que se llama como la mía.

Compré lotería.

martes, diciembre 15, 2009

Ayer

Nevó. Débilmente, por la mañana.

Desayuné un café con leche muy cargado y muy caliente.

Me acordé del Capitán Trueno, de mi infancia, de los coches de choque en las fiestas de Vicálvaro, de una canción de la que no recuerdo el título, de las noches de finales de verano.

Miré por la ventana y apoyé la frente en el cristal frío.

Casqué una nuez.

lunes, diciembre 14, 2009

Ayer

Ayer desayuné pronto.

Ayer no compré el periódico.

Ayer dimos un paseo y se me heló la cara. Me sentí bien.

Ayer vi en la televìsión una entrevista con Antonio Muñoz Molina. Me parece una buena persona y un escritor pesado.

Ayer cenamos tomates al horno con rúcula.

domingo, diciembre 13, 2009

Ayer

Ayer amaneció el día frío y con niebla.

Ayer volví a pensar que se avecinan las Navidades.

Ayer no me afeité. Me miré en el espejo.

Ayer tapé con un trapo de algodón la jaula de los pájaros, porque, según dicen, se avecinan noches en las que helará.

Ayer leí Miles City, Montana, un cuento de Alice Munro y me emocioné. La escritura de esa mujer se parece a la lluvia cayendo al mar.

miércoles, noviembre 04, 2009

Atardecer

Miro por la ventana. Hay en estos días de otoño sin nubes unos minutos en la tarde en los que la luz parece estar concentrada. Como leche condensada, como café cargado.

La sombra en estos edificios tan altos es sombra, no hay duda, pero la última luz del sol de la tarde brilla más y con más intensidad. Parece que no quisiera dejar sitio a la noche, que llega.

lunes, noviembre 02, 2009

Melancolía

Ver la tabla de planchar con camisas colgadas en uno de sus extremos, o ver un reloj de pulsera depositado en el lavabo del cuarto de baño, reflejándose en el espejo. Parece que faltara el cuerpo y solo estuviera el objeto.

domingo, noviembre 01, 2009

Conversación

Polideportivo. En el partido infantil de balonmano. Hay una algarabía fenomenal, con gritos de ánimo a los jugadores e insultos al árbitro. Yo me acerco a ella para contarle todo. Casi grito, tan cerca. Hablo y me mira fijamente. Creo que le interesa lo que digo. Me animo a seguir. De pronto, echa mano del bolso y saca un caramelo. Me lo da. Dice: Te huele el aliento.

miércoles, octubre 21, 2009

Policías y ladrones (y VI)

Había una muchacha que le soportaba los anhelos. Algunas veces cruzaba las piernas y miraba a otra parte, esperando siempre que escampara. Pero los dos se cansaron. Una, de esperar tan poca cosa. El otro, de esperar demasiado.

Él se fue al País Vasco, porque, decía, allí todavía quedaba gente auténtica. Luego se convirtió en punk, después en okupa. Un tiempo estuvo de pastor de ovejas lachas y otro intentó formar una empresa de marroquinería en cooperativa con un socio que se largó a Holanda con el capital social.

Volvió a aquellos descampados y encontró a unos pocos que todavía no se habían marchado. Allí estaban. Sentados, bebiendo, fumando. De vez en cuando aparecía por allí la policía y les pedía la documentación como el fumador que pide lumbre, como el pastor que cuida el rebaño.

lunes, octubre 19, 2009

Policías y ladrones V

Luego fueron los tiempos de la Joven Guardia Roja y de la ORT. Todos tenían un hermano mayor metido en política y la política eran reuniones a las tantas y barbaridades que se decían sin miedo, entre caña y caña, todos alrededor de una mesa enorme, demasiada mesa para tan poca gente.

Aquello era una fiesta. Las manifestaciones. Las pancartas, las tías, las pancartas, las tías. Pasó de pringao a héroe. Cómo corría. En cierta ocasión salió fotografiado en el ABC: un policía de ojos bizcos le apaleaba. Fue su momento de gloria y su aportación a la revolución, aunque los que entendían del tema siempre le dijeran que le perdía Bakunin. Eso, y el alcohol.

Lo probaba todo. Trapicheaba y era fácil. En la música estaba escrito que había que probarlo todo y que había más mundos y eran mejores. Había que ser auténtico. Sí, auténtico, era la palabra. Había que ser auténtico. En un concierto de Leño consiguió su primer coma etílico.

viernes, octubre 16, 2009

Policías y ladrones IV

En el colegio las mesas eran de madera y era posible tocarle el culo a las chicas. Don Ramón, sopapo tras sopapo, fumando y preguntando por el teorema de Arquímedes. Botarates con borceguíes, cenutrios con flequillo. Su reino, sin embargo, era el patio. Ya entonces practicaba con cromos las artes de la vida y se comía el bocadillo de los más apocados.

Pronto abandonó por pueriles los cuadernos emborronados con el ying y el yang, el símbolo de la paz y los morritos de los Stones. Le levantó la mano a Don Ramón antes de despedirse de él. Una compañera de clase se quedó embarazada, otro encontró que irse al Retiro a quitarle las pelas a los pijos era fácil y conveniente y a otro le echaron de casa por algún motivo que nadie supo.

jueves, octubre 15, 2009

Policías y ladrones III

La mayoría de los padres de aquellos muchachos había cambiado la vista de los majestuosos olivos de Andalucía y Extremadura por la de escombros amontonados en el extrarradio de Madrid. Todavía no se les habían acostumbrado los ojos. Vivían en cuchitriles, sin respirar. Comían, trabajaban, dormían, pero no respiraban.

Cumplían heroicas jornadas de trabajo en la albañilería, soportándolo todo, y llegaban a casa con ganas de arrear dos ostias a quien se le pusiera por delante. Por eso los niños estaban siempre en la calle.

Los niños jugaban al tute en las aceras, montaban en bicicleta y robaban patatas en los ultramarinos (todavía existían los ultramarinos) para asarlas en fogatas humeantes al atardecer. Luego oscurecía y en el aire flotaba un aroma incierto de aventura. Ya en aquel tiempo la policía recorría las calles cachazudamente. Las mondas de las patatas eran las huellas del crimen.

miércoles, octubre 14, 2009

Policías y ladrones II

En cierta ocasión, hace muchos años, le propinaron tres palizas en una sola noche. Estaba borracho hasta la extenuación, lleno, ahíto como un bebé que hubiera recibido el pecho de su madre. La primera paliza la recibió del servicio de seguridad de Tina Turner, cuando se acercó demasiado a las vallas protectoras y aquellos negracos interpretaron que quería abrazar a la cantante. Le pisotearon la espalda detrás del escenario.

La segunda paliza se la endosaron un par de horas más tarde unos críos que acababan de salir del concierto, con los que discutió por alguna razón estúpida. Fue una especie de intercambio de golpes y aquellos muchachos no pusieron demasiado interés en hacerle verdadero daño. Le dejaron tendido sobre el césped que rodea el Palacio de los Deportes, oreándose, preguntándose cuál era el motivo por el que faltaba amor en su vida.

La tercera paliza de la noche se la dieron un par de policías nacionales a los que interpeló cuando ya llegaba al portal de su casa, de madrugada. El coche —lechera se llamaba entonces— estaba aparcado allí, justo allí. Dentro, en la oscuridad, fumaban tranquilamente. Golpeó los cristales, les hizo algunas preguntas en voz muy alta. Por qué falta amor en mi vida, por qué falta amor en mi vida, gritó. Vosotros lo sabéis, preguntó. Primero le ordenaron que se marchara. Luego le aporrearon concienzudamente durante un par de minutos. Les animó el verle con la cara y la ropa de toda la noche, una noche muy larga, una noche ensangrentada.

miércoles, octubre 07, 2009

Policías y ladrones

Llegan los coches de policía de vez en cuando y parece que se conocen. Es como un baile.

Ellos depositan en el suelo, con cuidado, la lata de cerveza, no vaya a derramarse, y enseñan con desgana la documentación, que está en una cartera gorda, en el bolsillo trasero del pantalón.

La madre que me parió, dicen. Lo repiten cada minuto, aproximadamente, mientras los policías les miran y esperan. La madde que me paddió, dicen, porque les faltan algunos dientes y no vocalizan bien. También les falta cabello en la cabeza. Ya son un poco mayores para estas cosas.

viernes, septiembre 11, 2009

Terrazas


En las terrazas, tomando una cerveza fresquita, en estas tardes de final de verano, se producen las conversaciones más insustanciales, leves como mujeres con vestido al viento, piernas cruzadas y sonrisas melancólicas; como hombres sin tiempo para ir al cuarto de baño, porque no apetece levantarse.

Van los camareros entre las mesas con el itinerario aprendido y como gozosos de que les necesites, levantando la barbilla y agitando el mandil si les apetece.

Parece ser que en estos momentos en los que la espuma de la cerveza se posa en nuestros labios es cuando nuestros pensamientos se convierten en volutas indolentes, y surgen en la conversación, mezcla de olas, trampolines de piscina, ensaladas de tomate y cebolla, y noches sudorosas.

miércoles, septiembre 09, 2009

Septiembre

Si se presta atención, hay un momento en el que en la soledad de este patio, junto a la parra, cerca del brocal del pozo, ese ruido silencioso que se oye, semeja el crepitar de los antiguos discos de nuestra juventud, cuando la aguja llegaba al final, cuando terminaba la canción y no habíamos sacado a bailar a la chica. Pero no. Es solo silencio y que la tarde se está yendo suavemente.

domingo, septiembre 06, 2009

Fiestas


Vete a las fiestas patronales de un pueblo, con su plaza, con su olmo seco, con su orquesta y sus pasodobles, sus charangas, sus peñas, su limonada en cuba, su vino desde por la mañana, sus madrugadas etílicas, e intenta leer, en los tiempos muertos, en las siestas, por ejemplo, “De la brevedad de la vida”, de Séneca.

jueves, septiembre 03, 2009

Pinar


El hombre ya ha cumplido los cincuenta años y se acaba de separar de su esposa. A estas alturas, dice. Lo que no se os ocurra en Madrid, le contesta la gente del pueblo.

A primera hora de la mañana sube al coche con dos sillas plegables. Llega al pinar, busca una sombra, y las coloca allí. Se sienta en una de ellas hasta la hora de comer. Algunos de los que saben lo que hace y pasan cerca paran a conversar con él. Él ofrece al visitante la silla vacía ahí, en medio del pinar. Hablan de los años mozos, de la crisis económica o del sabor de los tomates de antes. Luego, al mediodía, cuando más calienta el sol, recoge las sillas y vuelve al pueblo para comer con su anciana madre, que le prepara chicharro en escabeche o ensalada de pimientos.
La tarde la tiene libre.

miércoles, septiembre 02, 2009

Gallinas


El hombre sufre un cáncer sin remedio que le tiene agostado el cuello. Está siempre en la penumbra del salón de su casa, pensativo. Ante quien le va a visitar hace una especie de resumen de su vida. Todos los que le conocen coinciden en que ha sido una persona trabajadora, honesta. Un buen vecino. El hombre, tocado con una gorrilla y calzando zapatillas de felpa, siempre termina diciendo: “Y antes de morirme tengo que quitar las gallinas. Porque las gallinas solo dan qué hacer. Mucho trabajo, pocos huevos. Tengo que quitar las gallinas antes de morirme”.

martes, septiembre 01, 2009

Girasoles


Al atardecer fuimos a pasear por el campo. Hacía un calor tremendo, terrible, un calor de cuento de Aldecoa. Nos detuvimos ante un campo de girasoles. Miles de ellos miraban al sol, con su cabezón amarillo, en una sincronía perfecta. Pero, en medio, dos entre tantos miles miraban a otro sitio. Hacia el pinar, creo.

lunes, agosto 31, 2009

Mariano (El bicho)


A este hombre que viene en bicicleta de un pueblecito tan pequeño, tan pequeño, que no tiene ni bar, le reciben todos como si fuera el embajador de un lejano país, agasajándole e invitándole a un chato. Este hombre se apoya en la barra y dice chasqueando la lengua: “Mi pueblo es pequeño, pero los he contado y en mi pueblo hay catorce tontos. Catorce, sin contarnos a mi hermano y a mí”.

domingo, agosto 30, 2009

La señora Filo


La señora Filo da el espectáculo todos los domingos cuando va a misa.
La señora Filo ya ha cumplido los ochenta años y está sorda como una tapia. Tiene audífono, sí, pero le vale de poco. La señora Filo reza a gritos. Lo peor es cuando a mitad de la misa hay que pedir por el Papa y por los necesitados y por la familia. Entonces pide como la que más. Y empieza lo peor: Cuando pide por la familia todos los asistentes a misa, desde los sentados en los primeros bancos hasta los que están en pie, cerca de la puerta, se enteran de todos sus buenos deseos. “Por mi nuera, para que coma más y engorde un poco. Por mi Pedrito, para que no sea tan basilisco y me llame a menudo. Por mi nieto, que estudie (medicina, si es posible). Por la Antonia, que mejore de las piernas para que no cruce por mi cerco.”
Su voz retumba entre aquellos muros de piedra, y no permite que los codazos de los vecinos de banco pidiéndole que calle interrumpan sus peticiones. El cura sonríe y reza para sí, rogando que el audífono de la señora Filo no se acople con su micrófono, porque entonces sí, entonces si que aquello parece el apocalipsis.

lunes, agosto 03, 2009

Pepe

Se me mueren los padres de los amigos. Ante esta congoja de la muerte que no se espera siempre le recordaré como un hombre que fumaba, que fumó, y que no hablaba mucho, pero sí lo justo, sí lo suficiente, si lo importante.

Era un padre de los de antes, de los que ya no quedan. Todos los padres eran así antes, y esa suerte tuvimos.

Era un hombre que miraba y con su mirada te abarcaba. De su mirada nacieron las de sus hijos y parece que ellos también miran así. Tienen algo socarrón en el semblante y siempre un pellizco de humor, como una mecha a punto de encenderse.

Unido para siempre a los amigos de la infancia, a todos los recuerdo con sus padres, atados entre sí por la cuerda del tiempo, ese tiempo severo que pasa y que pone piedras en el camino.

Mis amigos. Pepe, Ángel, Fernando… y sus padres. Ellos, ahora que han pasado ya los cuarenta, son sus padres, han asumido todo lo de ellos, sus gestos, sus palabras y hasta sus risas, y los hijos de mis amigos son ellos mismos – o lo serán - cuando jugábamos en los descampados, cuando íbamos al Astoria y cuando tomábamos las primeras cañas en el Zeppelín.

domingo, julio 19, 2009

Vacaciones


Preparamos el viaje a la playa. El equipaje. Busco en Google la forma de llegar.

Yo elijo tres libros y los meto en la maleta, a escondidas. También me acuerdo de las pastillitas para la diarrea, que uno es propenso.

Mi hija hace el traspaso de poderes. Le cede sus dos hámsters y su pareja de canarios al vecino. En un par de folios van todas las instrucciones, con diagramas y calendario incluido. No sospecha este niño que se hace cargo de estos bichos cuánto se lo agradecemos.
Es de noche. Acabamos con los restos que hay la nevera. Unos tomates, anchoas, queso. Unas croquetas congeladas.

Hoy ya estábamos en nuestra casa de forma provisional.
Hasta la vuelta.



viernes, julio 17, 2009

Ellas

Ellas se van a las rebajas como el que va a la guerra, en grupo y en fila de a tres, con la Visa como bayoneta.

Ellas compran bikinis, bañadores y camisetas, y lo meten todo en bolsas de asas grandes. Pasean entre los maniquís de mirada fija. Husmean entre perchas. Las yemas de sus dedos rozan una costura, un ojal, un botón.

Se introducen en el probador y todos querríamos ser acariciados como ellas acarician lo que se colocan sobre sí. Están en una nave espacial, el pestillo echado. Se enfrentan a su mirada en el espejo. Susurran, y nadie las oye.

jueves, julio 16, 2009

Sola

La mujer se ha separado. Está en batallas legales con el marido. Le reclama, un burofax tras otro, como le ha indicado el abogado, ayuda económica y aclaración del régimen de visitas. Lo está pasando mal, y con ella, sus dos hijas. La conocemos a través de una de ellas, que durante todo el curso ha tenido problemas escolares.

Ahora está mirando el escaparate de una perfumería. Con la más pequeña de sus hijas. Están las dos de espaldas. Es una mujer a la que le va bien estar de espaldas, pienso. Se echa la vida a las espaldas. Resiste. Reclamamos su atención y se alegra de vernos. Nos dice que está bien. Trabajaba, pero ya no. Se acabó el contrato. Que va a ir con la niña a ver la película de Harry Potter. Que está haciendo tiempo hasta que comience la sesión. Que le gusta mirar el escaparate de la perfumería.

miércoles, julio 01, 2009

Miércoles


Este calor tremebundo, que consigue desquiciar a cualquiera, nos empuja a la ducha. Cae el agua un buen rato y luego, tras secarnos sin mucho interés, salimos a la terraza a ver cómo vuelan o planean en el cercano horizonte de los bloques de enfrente los vencejos o las golondrinas o los pájaros que sean. Parece que no se cansan, parece que van en pareja. Hay muchos ahora, al anochecer ¿Dónde se meterán a la hora del calor? Parecen cometas que volaran sujetas por un hilo invisible.
Martes

De compras en una enorme tienda de deportes. Mi hija, que tiene once años, se marcha de campamento. Brújula, saco de dormir, linterna, chubasquero, bronceador, repelente para los insectos. Practicará piragüismo, senderismo, escalada, etc. Después, cuando vuelva, irá a la playa, más tarde al pueblo, con su abuela, porque sus padres tendremos que trabajar. Hoy mismo ha ido a la piscina.

El otro día no quisimos llevarla al cine. Se enfadó y dijo: “Es que no lo comprendéis, pero NECESITO vivir mi juventud”.

lunes, junio 29, 2009

Lunes

Horario laboral. Ser extremadamente educado, sobre todo con quien más lo merece: inmigrantes que acuden a enviar o recibir dinero, ancianos que envían cartas como botellas de náufragos, oficinistas estresados con montones de correspondencia para franquear.

En el desayuno, conversaciones sobre la crisis económica, fabulosa e indiscriminada, que nos azota. El mundo está lleno de eruditos y moralistas que lo arreglarían todo con facilidad. Son, sospecho, los que más han contribuido a que esto esté así. Y siguen zampando bollos.

domingo, junio 28, 2009

Domingo

Mañana de domingo. Estoy preparando el desayuno. Por las ventanas que estuvieron abiertas toda la noche entra todavía el fresco, aunque el sol esté ya en lo alto. Huele a café. Y, aunque parezca mentira, y estando a más de 400 kilómetros del mar, el aire huele a sal, a arena de playa, a bronceador.

miércoles, junio 24, 2009

Cita

Desde que inventaron el bidé y la máquina de cortar, los coños y el jamón no saben igual.
Fernando Quiñones

sábado, junio 20, 2009

Edad


El novelista norteamericano Wallace Stegner escribió En lugar seguro, la que es su obra maestra, a los 78 años de edad. Esa monumental novela, que estoy devorando, fue la culminación de toda una obra y de toda una vida, así está reconocido por la crítica. Qué fuerza. Lo imagino corriendo unos kilómetros todas las mañanas, inspirando, aspirando, inspirando, aspirando, antes de ponerse a escribir esas páginas asombrosas.
Yo he cumplido ya cuarenta y cinco y noto que esa energía que debería acompañar a la mínima sabiduría que da la edad no está conmigo. Me canso, y hasta me cuesta descansar.

viernes, junio 19, 2009

Verano


Este tiempo de tormentas, con cielos oscuros al atardecer, con aguaceros imprevistos día sí, día no, consigue mantenernos a la espera, al acecho. Queman los días, queman las aceras. Ahí fuera hay un rotundo muro que es necesario franquear. Esperamos: el fresco, las vacaciones, lo nuevo.

domingo, junio 14, 2009

Fiestas


Las fiestas patronales. Los caballitos, el tren de la bruja, el pincho moruno. Las risas de los niños. Los fuegos artificiales.

Pero nadie, absolutamente nadie, debería ser obligado por la urgencia a visitar esos urinarios portátiles que instalan a las afueras de los recintos feriales.

martes, junio 09, 2009


Ducha
Cerré la puerta del cuarto de baño tras de mí. Eché el cerrojo. Abrí el grifo y gradué el agua caliente. Sonaba la música en el aparato de radio. La mampara se llenó de pequeñas gotitas que rebotaban desde la bañera. Un día muy largo, pensé. Comencé a desnudarme.
—Cariño, ¿estás bien?— preguntó ella desde fuera con su voz dulce, que lo envuelve todo, como papel de regalo, vaya por donde vaya.

Dije que iba a ducharme. No necesitaba toalla. No necesitaba nada. Si acaso un poco de soledad, allí dentro. Me miré reflejado en el espejo y estuve tentado de golpear mi frente contra él. No un golpe fuerte, no, pero sí uno leve, seco y contundente, a ver si se me ordenaban las ideas.

Pensé en el instituto. Un timbre y una escalera. Un campo de fútbol sin porterías y otro de baloncesto con una sola canasta. Profesores y compañeros. Una profesora con falda que se sentaba en su silla y pedía el análisis sintáctico de una frase como el sediento que pide agua, y cruzaba las piernas y ese momento era la eternidad. Un profesor que hablaba del arte griego y las columnas dóricas y yo veía la nuca de Julia, y ella miraba hacia atrás como si la hubiera llamado y en el movimiento de su cuello se mezclaban las declinaciones latinas con las derivadas matemáticas, la revolución rusa con el románico tardío.

Me metí en la bañera. El agua caliente golpeaba mi cara, mi frente, mis párpados. Oí de nuevo su voz fuera, tras la puerta, casi pegada a ella. De nuevo preguntó si necesitaba algo. Repetí que no, ya un poco cansado de su insistencia.

Pensé en el sonido del timbre, a la salida de clase. Qué confusión, aquello era como el agua que hierve. Sillas que se movían, pequeños terremotos en los pasillos. Julia con los libros abrazados sobre su pecho y mis ganas de llorar. Todos corriendo, escaleras abajo. Alegría. Eran otros tiempos. No como ayer por la mañana, a la salida de la reunión. Con la cabeza baja. De nuevo me gané una bronca del jefe del departamento. Delante de todos. Balances, expectativas, cuenta de resultados. Que soy un inepto, que vaya buscando otro trabajo. Vaya puta mierda. Decidí mientras me duchaba, mientras el agua chorreaba sobre mí que mi vida debía dar un giro, sí.

miércoles, junio 03, 2009


Colombo


Me acabo de enterar leyendo el periódico: Peter Falk, el actor que interpretaba al sagaz Colombo, padece demencia senil. Qué tío, con su gabardina y su puro, cómo haciéndose el tonto resultaba el más listo. Ya sé que es cosa del tiempo, el hombre tiene ochenta y dos años, pero no puedo evitar pensar que se me acumulan los ídolos en el suelo.
Joder, es como si a esta edad uno caminara por una senda muy larga y tuviera que ir sorteando zurullos.

martes, junio 02, 2009

Primavera

Hace un calor que convierte en difuntas las mejores intenciones.
Se asoma uno a la ventana en estas horas de luz y pólenes de todas clases y dan ganas de quedarse quieto, de no moverse, si acaso de mimetizar el estilo de esos pájaros que suben y bajan de la rama del árbol como si probaran con un poco de asquito un menú de Adrià.

viernes, mayo 29, 2009

Aire

Llevar a mi padre en el coche, ahora que él ya no conduce, y verle bajar la ventanilla en cuanto se sube, como siempre ha hecho, despreciando el aire acondicionado, y que le de el viento en la cara, me hace añorar aquellos viajes largos en el Renault 6, el aire dándome en el flequillo, los ojos bien abiertos.

jueves, mayo 28, 2009

Cine

El domingo volví con mi hija de la sesión matinal de cine, de ver la famosa película de Hannah Montana. Ella regresó encantada, tarareando las canciones. Yo, deseoso de comerme un cocido madrileño completo, con su chorizo y su morcilla, su sopa y sus garbanzos. Para desengrasar.

lunes, mayo 25, 2009

Mario

Ya tenía arrugas en la frente a los dieciséis años, ya sabía más que nadie cuando todos se fumaban los bisontes sin boquilla en manada. A los dieciocho se largó con una separada cuarentona que le dejaba conducir su 600 con una mano, mientras que le exigía que la otra estuviera sobre su pierna todavía dura, todavía musculosa.

Bebía y bebía bien porque le sentaba como a Dios. Ella le regalaba joyas que él malvendía, y nunca le faltaba el dinero. Hasta que la cuarentona se cansó. Al 600 le rascaban las marchas y lo dejaron. Eso fue hace más de treinta años. Acumuló arrugas en la frente, caries en su dentadura y polvo en su melena recogida en una coleta. Parecía que le lloraban los ojos. Sobrevivió con una sonrisa y un gesto como de disparar apuntando con el dedo corazón, como si fuera un bandolero.

Conoció a muchas y acabó casándose con una. Tuvo que ser así, dice, y menea la cabeza, cuando me lo cuenta. Se separaron a los pocos meses, pero les dio tiempo a hacer un hijo, un chaval que ahora tiene dieciocho años y que se va de marcha con su padre, que comparte rayas con él en los conciertos de los colegas y que resiste hasta las tantas de la mañana con los ojos saltones, que resiste echándole las manos a los hombros y susurrándole viejo, viejo, cómo te enrollas.

sábado, mayo 23, 2009

Jornada laboral

Llega un señor mayor y pregunta si es aquí, en la oficina de correos, donde se vota por correo, y a quién se vota. Que si en cada oficina se vota a unos, que se pensará si votar aquí o en otra oficina.
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Llega un señor malhumorado y pregunta si tenemos sobres especiales para apostatar. Le dicen que no. Pregunta si hay que certificar la carta. Le dicen que, para apostatar, mejor acuda al Obispado. Se marcha indignado. Dice que todo son trabas.
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Llega un señor y dice que trae una lista para que firmemos y no readmitan en su puesto a Ginés, el sheriff de Coslada. Con civismo, la gente que espera turno en la cola de giros y certificados, una vez que termina, se pasa a la del señor con la tablilla y la lista cuadriculada.

lunes, mayo 18, 2009

Pasillos del centro comercial (II)

Nebulosas de adolescentes. Ocupan los pasillos, gritan como estorninos. Ellos, empujándose con energía de Nesquik. Ellas, buscando un pedestal en el que apoyarse. A media tarde visitan los cuartos de baño y luego devoran hamburguesas sentados en sillas como tronos. Miran de reojo y se protegen a codazos.
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Hay un crío que come un helado y es el dueño del mundo, él lo sospecha. Se sube al caballito, que se encabrita, pero él, con una moneda, es capaz de domarlo. Relincha, pero galopa. Y el niño se relame, sí, en una mano el helado, en la otra las bridas.
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La mujer madura que saborea el café apoyada en la barra del bar, con el carro de la compra repleto a su vera, es la imagen de la eficiencia. De la lista no falta nada, excepto las galletas de soja, que no había. Espera a su marido, que se retrasa, y piensa que está en lo mejor de la vida, que debería disfrutar, que debería ser feliz, pero que no había galletas de soja.

sábado, mayo 16, 2009

Pasillos del centro comercial (I)

Van solas. Niñas descoyuntadas con argollas en el ombligo miran el escaparate, que refleja su figura tísica y su mirada triste. Son niñas que se venderían por una camiseta nueva, porque no saben lo que valen y nadie les toca el hombro escuálido para decirles no importa, de verdad, no importa.
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Señores barrigones, preferiblemente en chándal, que arrastran el carro del Carrefour y salen de allí como el minero de la mina. Fuman. Caminan dos pasos más atrás que la mujer y los hijos, que, lógicamente, van dos pasos por delante, y que le azuzan, vamos, hombre, vamos.
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Parejas que se quieren y se abrazan, que parecen miembros en excedencia de un circo. Miran los cartelones del cine, sesión numerada, y todas las películas son increíbles. Se quedan con la mirada fija y parece que estuvieran así horas, pensando en sus cosas, pero son solo segundos, mientras deciden entre la de guerra o la de amor (las dos americanas).
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Jubilados bronceados. Él, con los zapatos lustrosos, caminando por los largos pasillos con mirada de aguililla, no lo puede evitar. Ella, acarreando bolsas de plástico con las compras más baratas y más bonitas. Mira a los ojos de la gente, y le gusta lo que ve.

viernes, mayo 15, 2009

Ayer

Ayer estuve triste.
Ayer anduve y corría un viento de cara, fuerte y molesto.
Ayer no pude concentrarme en el trabajo y me faltaron 20 euros en la caja al final de la mañana.
Ayer cené pizza con sabor a salsa barbacoa.
Ayer leí en la cama unas páginas de los diarios de Trapiello y me reí un rato y me puse las manos en la barriga, contento.

martes, mayo 05, 2009

Descampado

Mi padre tiene setenta y tres años, un enfisema de tanto fumar y una cadera mal soldada desde que era un crío y se cayó de una mula. A mi padre no le gusta salir a la calle, le da pereza. Pero a veces sale para ir a la farmacia, o a la caja de ahorros, y se queda en la calle un rato, para tomar el sol y fumar. No hay parques cercanos, ni flores ni césped que contemplar. En la acera que mira al descampado hay tres bancos a los que les da el sol de frente por la mañana. Dos de esos bancos, cincelados a navajazos, con pintadas que proclaman la añoranza de Ecuador o el amor con iniciales, los suelen ocupar los jubilados, en corrillos, y allí se sienta él, porque no puede estar más de diez minutos de pie. El tercer banco lo ocupan unos drogadictos que andan gritando siempre con voz ronca. Tienen siempre en el suelo unas cervezas de lata, como si fueran sus mascotas. Antes les acompañaba una puta esquelética que cobraba muy barato sus servicios, y que debía padecer una cistitis enorme y fabulosa, porque cada muy poco tiempo se ponía a orinar entre los coches del descampado. A veces se llevaba la cerveza, que sostenía con una mano, agachada. Con la otra se apoyaba en un coche. Desde los bancos se le veía el culo blanco. Y los jubilados la señalaban con sus bastones. Ya hace mucho tiempo que no la ven por el barrio.

lunes, mayo 04, 2009

Madurez

Veo a C. en la biblioteca. Está en el paro, y su marido, desde el mes pasado, también. Me dice que está preparando unas oposiciones. A Justicia y a la Comunidad de Madrid. Mira, dos enormes tomos, los señala. Me dice que lo malo es que ya, a ciertas edades, en lugar de retener conocimientos se retienen líquidos.

miércoles, abril 29, 2009

Gastronomía

Uno de los platos servidos al chef Andoni Luis Aduriz en el famosísimo restaurante japonés Mibu, y que al parecer conmovió mucho al susodicho: “arroz insípido acompañado por semen de pez fugu asado y adornado con tres gramos de sal gruesa”.
Leído en El País Semanal , 26 de abril de 2009, Pág. 85.

martes, abril 28, 2009

Nublado

Ha vuelto a empeorar el tiempo. Dan ganas de comprarse un sombrero para que el aire lo haga volar.

domingo, abril 26, 2009

A por espárragos (y VII)

Volvimos al coche. Me dolían los pies (es que todavía no me he recuperado de una tendinitis). Con los espárragos en la mano, hice una lista de buenos propósitos. No comer tanto, no beber demasiado. Escribir, escribir. Que nada me distraiga. Concentrarme, concentrarme. En el traqueteo del viaje volví a meter el dedo en la tapicería del Opel Omega. Saqué un trozo de esponjita. Con las ventanillas abiertas, seguía oliendo a pino. Tenía la palma de la mano rugosa, casi insensible, de tanto toquetear hierbajos. Esta noche dormiría bien. Hablaban ahora de aquel tío que no era capaz de dejar de reír en el entierro de un vecino.

sábado, abril 25, 2009

A por espárragos (VI)

La palma de la mano empezó a picarme, de tanto restregarla por los hierbajos, para comprobar si eran o no esparragueras. Encontré algún espárrago, verde, oscurecido, duro. Lo corté a ras de tierra. Ya teníamos unos manojos.

Cruzó ante nosotros un conejo, como una exhalación. Contaron de aquel perro de caza que era tan malo que cuando oía un tiro se subía a los árboles.

—Cómo trepaba, el cabrón. Parecía que quería la cucaña.

Hablaron del cura, que ha adelantado la hora de la misa de los domingos porque tiene que montar a caballo. Le han regalado un caballo tordo. Es un cura inocente, un cura hecho a esto, que no brama contra nada y que todo lo disculpa. Un cura grandote que monta a caballo por estas llanuras, después de decir misa en ocho pueblos de la comarca, antes de tomar el vermú.

Hablaron de Moisés y de que no es capaz de sacar adelante unos tomates desde hace años.

—O los apuerca en el invernadero, o los jalbega con insecticida cuando los trasplanta.

viernes, abril 24, 2009

A por espárragos (V)

Por fin llegamos al lugar en el que buscaríamos los espárragos. Me enseñaron a distinguir las esparragueras. Me pusieron una navajilla en las manos. Cele ordenó que nos desperdigáramos por las veredas. Olía a tomillo y a pino, aunque el pinar quedaba lejos. Había tocones de árboles, con círculos enmohecidos en su superficie. Unas flores amarillas crecían en hilera, a lo largo del camino. Hablábamos a voces, lejos unos de otros, mientras de vez en cuando todos se agachaban a por un espárrago. Yo no veía ni esparragueras ni, por supuesto, espárragos. Acabé por no mirar el suelo. Acabé por mirar al frente.

jueves, abril 23, 2009

A por espárragos (IV)

Cuando me di cuenta iban hablando del coche, un Opel Omega grande y viejo, y de todas las aventuras que habían pasado con él. Reían los cuatro y yo no sabía demasiado bien por qué. Me había distraído pensando en el cuarto de baño de la casa de mi suegra. Se me van los pensamientos. No soy capaz de concentrarme. Cada vez que me levanto de la taza me doy en la cabeza con el pico del armario. Duele. Qué estrecheces. Con la de espacio que hay en la casa, una casa de pueblo, y qué pequeño es el cuarto de baño. Tengo varias heridas en el cuero cabelludo que así lo atestiguan. Me siento en la taza, cago, me levanto y me golpeo. Me siento en la taza, cago, me levanto y me golpeo. Siempre ahogo una exclamación y me miro en el espejo. En ese momento, con los pantalones bajados, con el papel higiénico en la mano, tengo una expresión de estupefacción absoluta, la veo en el espejo, y quiero irme a mi casa. Quiero ponerme a escribir, quiero escribir el mejor de los cuentos y no distraerme. Pero no. Me limpio, alzo los pantalones, me abrocho y continúo con mi vida. Con mi vida en el pueblo, sí, de vacaciones.

—¿Os acordáis de cuando Félix dijo para, para, tú, que devuelvo, y no me dio tiempo a parar y me echó todo en la cabeza?

—Qué cabrón. Como olía aquello. Yo creo que el cabrón no mastica. Allí se veían trozos de pollo, y setas enteras, y medias manzanas.

-- Todo sobre mi calva.

-- Cómo íbamos todos, eh, de cargados.

miércoles, abril 22, 2009

A por espárragos (III)

El conductor dio un volantazo y a continuación se metió en el camino, pero le costó un poco dominar el coche. Derrapó y casi nos introducimos en la cuneta. Durante unos segundos fuimos dando tumbos.

—Oehh. Me cago en la puta, que nos matas.

Miré hacia atrás y vi el pueblo envuelto en una especie de llamarada de polvo rojo que íbamos dejando a nuestro paso. El coche iba despidiendo grava a los lados, esquivando algunos baches y cayendo en otros. Un perro nos ladró desde lejos. Aquí los perros siempre ladran y son fieros con la gente de fuera. Aquí el único perro que he visto atado ha sido uno con una piedra al cuello, el de un pastor, porque se distraía con las perdices y descuidaba las ovejas.

martes, abril 21, 2009

A por espárragos (II)

—¿Nos vamos? Joder, que se van a entallar los espárragos—gritó Usta.

Habían perdido la partida. Pagaron las consumiciones. Por fin arrancábamos. El dueño del bar seguía pasando el trapo por la barra. Subimos al coche entre gritos. Sudábamos los cinco.

—Ya verás qué paisajes—me dijo Frasco—Como esto no lo hay en Madrid.

El cristal de la ventanilla no bajaba hasta el final, pero el viento nos azotaba en las caras, en el pelo. Yo iba en el asiento de atrás, en el medio. Daban ganas de abrir la boca, de boquear como los peces, aunque solo fuera para aspirar el aire caliente.

Descuidadamente metí un dedo en un agujero de la tapicería del asiento. Saqué un trozo de espuma sucia y lo miré como si fuera un tesoro.

Cele propuso abandonar la carretera e ir por el camino de tierra.

—No sea que esté la Guardia Civil por ahí. Los copazos de la partida.

lunes, abril 20, 2009

A por espárragos (I)

A la hora de la siesta, mientras las mujeres recogían los platos de la mesa, Cele vino a buscarme y fuimos al bar. Al fin y al cabo a esa hora en casa solo podía dedicarme a matar moscas en la mesa de formica de la cocina, a salvo del sol de fuera, y a oír las conversaciones de las mujeres. Tomamos café y copa. Íbamos a ir a coger espárragos. Luego llegaron los otros y tomaron su café y su copa. Ya nos íbamos a por los espárragos cuando alguien les retó a una partida de tute. Por lo visto era pronto. Mientras colocaban el tapete y jugaban, Cele y yo seguimos bebiendo. En la barra de bar había unos cacahuetes como náufragos. El dueño pasaba un trapo como si le fuera la vida en ello. No me gusta demasiado el whisky en vaso largo, pero ahora es la moda servirlo así. Oía los gritos de los jugadores de la partida, los golpes en la mesa, las maldiciones. Cele me contó cosas de su vida y yo le agradecí las confidencias. Yo no soy del pueblo. La que es del pueblo es mi mujer. Mi mujer y la suya son amigas desde siempre, desde la infancia o desde antes, desde la cuna o desde las barrigas de sus madres. Cele es una buena persona, un buen vecino. Quizás bebe un poco de más, pero aquí todos lo hacen.

sábado, abril 18, 2009

Impresos

Todos los formularios, todos los impresos, todo se queda en nada cuando la señora, que ya habrá pasado los ochenta, que ha venido sola y renqueante, dice, apoyada en el mostrador: Hijo, ¿puedes rellenarme el papelito del certificado? Es que veo menos que una polla envuelta en un trapo.

jueves, abril 16, 2009

Retención

Trabajo en Correos. Últimamente mi trabajo consiste en transcribir-transmitir telegramas. Hoy había uno que decía más o menos:”... en relación a la retención de unos calzoncillos, se le cita a usted para que se persone en este Juzgado...”

miércoles, abril 15, 2009

Baterías

Última hora, después de cenar. En la cocina, dos enchufes, ella carga su móvil, y yo cargo el mío. En medio, el frutero, con unos plátanos descoloridos y dos peras, y media barra de pan.

martes, febrero 24, 2009

Las olas

Querido Juanqui:
Espero que sigas bien en ese país tan lejano. Me alegro mucho de que Susana y los niños estén contentos y se hayan adaptado tan pronto. Ya sabéis que os echamos mucho de menos.

Me pides en tu carta que te cuente algo de aquel viaje a la playa. Dices que para ti es como si no existiera el recuerdo de la mirada triste y húmeda de papá cuando íbamos a visitarle al hospital; de mamá lavándole con una esponja, el agua con jabón goteando por la línea de sus costillas. Comprendo que desees recordarle con sus botas de goma y su delantal, anunciando a voces las sardinas más frescas, piropeando a las clientas, abriendo con agilidad las tripas del pescado. Yo también quiero conservar esa imagen de él, junto con la de aquel día en la playa, que ahora rememoro para compartir contigo. Y ten en cuenta, al leer esta carta, que en aquellos días yo no había cumplido todavía los trece años y era vuestra hermana pequeña, de la que Javi y tú os burlabais tanto.

Recuerdo a mamá y a papá en el aeropuerto. A mí dándole la mano a papá, y agarrándosela fuerte, tras subir al avión y sentarnos. Había una revista de tapas brillantes en el respaldo de los asientos. Nos dieron un zumo. Durante el viaje vi por la ventanilla nubes que parecían de algodón sucio.

Cuando llegamos a Palma de Mallorca hacía mucho calor. Pasaba ya el mediodía y el sol parecía humear. Subimos a un taxi y papá le contó al conductor que había sufrido un infarto y que venía a la playa a recuperarse. Le dijo que había cerrado la pescadería quince días y que estuvo a punto de morir. Que aquel viaje era empezar de nuevo. En el recorrido desde el aeropuerto vimos palmeras y algún molino de viento. Olía a sal. Recuerdo que había tanta luz que me pareció excesiva, como si la estuvieran hurtando de otro lugar. Al apearnos en la puerta del hotel mamá se enfadó con papá. Dijo que el taxista era un gilipollas y que nadie tenía que enterarse de nuestra vida.

Desde el vestíbulo del hotel os llamaron por teléfono a Javi y a ti. Ya sabes, no hace tanto tiempo de aquello, de aquellas llamadas de amonestación que los tres hemos sufrido, como si tardáramos demasiado en dejar de ser niños. Recuerdo que por teléfono mamá hablaba a voces. El viaje bien, ya habíamos llegado. Sí, todo era muy bonito. Volvieron a advertiros sobre los exámenes de fin de curso y la responsabilidad que teníais. Os dijeron que no querían que os olieran las manos a pescado toda la vida. Colgasteis. Reconoce, Juanqui, que en aquellos tiempos erais unos jovencitos cerriles y maleducados, admiradores de los policías guapos de Corrupción en Miami. Yo decía que erais patéticos y vosotros me llamabais Pocopecho. Qué rabia me daba. Siempre fui, y seré, la pequeña de la casa. Mamá miró el auricular mudo del teléfono y dijo que qué chicos, que parecía que siempre estabais enfadados. Papá le contestó que confiaba en vosotros. Me guiñó un ojo y puso la mano en mi hombro.

Subimos a la habitación en un ascensor enorme en el que nos vimos reflejados, y en cuyas paredes decía bienvenidos en varios idiomas; también que el agua era un bien escaso y que no la malgastáramos. Recorrimos el pasillo buscando el número de nuestra habitación y nos cruzamos con una pareja rubia y malencarada que no respondió a nuestro saludo. Extranjeros, dijo mamá, y creo que estuvo a punto de escupir. En cuanto abrió la puerta señaló que allí olía a ambientador de pino. Huele a limpio de quiero y no puedo, dijo. Abrimos las ventanas para que la estancia se aireara y luego salimos a la terraza. No se veía el mar, se adivinaba. Papá me preguntó si quería ir a la playa. Debí mirarle con tal cara de ansiedad que rió. Me gustó oírle reír. ¿Recuerdas su risa? Antes debo dormir una siesta, porque estoy cansado, se excusó. Siempre estás cansado, dijo mamá. Luego se miraron y ella agachó la cabeza.

Tomó sus pastillas y durmió sobre la cama, sin retirar la colcha, hinchando y deshinchando su barriga, enorme en comparación con las costillas que constreñían su pecho. Cuando roncaba ya, mamá se asomó a mirarle, y yo también. Le arropó, aunque no era necesario porque no hacía frío. Dormía placidamente y le caía el hilillo de baba, como siempre desde que sufrió el infarto, ese hilillo que de vez en cuando le caía al dormir, al comer o al hablar con alguien. Mamá y yo volvimos al salón y nos sentamos en el sofá, oyendo sus ronquidos. Luego mamá aprovechó para deshacer el equipaje y yo para imaginar el mar, tan cercano ya.

A última hora de la tarde salimos del hotel. Todavía hacía sol, aunque se notaba que se estaba yendo. Llevábamos una bolsa con las toallas y la crema bronceadora. Recorrimos un caminito acotado por juncos y, tras subir una pequeña duna de arena amarillenta y volver a bajarla, llegamos a la playa.

Vi el mar, Juanqui. No lo había visto nunca. Era grande, un monstruo. Más que sonar, retumbaba. Las olas azotaban continuas, rítmicas, mansas. Si te fijabas en ellas parecían adormecerte. Creí adivinar que cada cierto tiempo su sonido paraba un segundo. Todo quedaba en silencio un segundo para luego continuar. Como si cogiera fuerza para alimentar un engranaje oculto.

Los bañistas estaban colocados frente al mar, en varias líneas paralelas a la que formaba la espuma de las olas, todos mirando en dirección al horizonte del agua azul y clara. Parecían meditar, tendidos sobre sus toallas, todos cavilando, todos excepto un par de niños que jugaban con un cubo y unas palas a construir un castillo. También vi a unas mujeres incorporadas, apoyados sus codos en la toalla, hablando, y su conversación, aunque no la oí, me pareció inocua; supuse que en ella no se permitiría nunca una discrepancia. Hablarían de la vida, de la levedad del tiempo, de la cena próxima o del precio de la fruta. Yo era una adolescente que haría cosas importantes en la vida.

Paseamos por la arena mojada. Papá caminaba erguido y con pasos grandes y firmes. Sonreía. Notó que le miraba y se incomodó. Ya sabes que no quiso nunca que nos preocupáramos por él, ni en los peores días del hospital. Pero yo tenía ya trece años y a ratos me sentía más alta y fuerte que él.

Al principio nos pareció que el agua del mar, en olas que lamían nuestros tobillos, estaba helada, pero pronto nos acostumbramos. A mí me pareció perfecta, tonificadora. Miré los pies de papá y mamá, hundiéndose en los pequeños charcos que sus talones abrían, con el agua cristalina cubriendo sus dedos, y me pareció que la vida era eso: entrar y salir en pequeños charcos.
Anduvimos mucho. Propuse ir hasta el final de la playa, donde los contornos de la gente se difuminaban, pero al rato me impacienté porque quería bañarme. Y nos bañamos, primero yo y luego ellos agarrados de la mano. Penetré en el agua hasta que noté que las olas rompían a la altura de mi pecho. Puse empeño y las olas no me empujaron ni hicieron que me tambaleara, sino que chocaban en mí y luego seguían hacia tierra, evitándome. Así estuve un rato: resistiendo las olas. Cuando volví a mirarlos estaban muy juntos, allá dentro, frente a frente. Mamá chillaba como un ratoncito y papá levantó sus brazos.

Anochecía cuando volvimos al hotel. Me adelanté unos pasos. Vi una lagartija correr hacia los hierbajos del camino. El sol había enrojecido mi espalda. Oí que mamá decía que todo se arreglaría. Él contestó que claro que sí, pero que había que tener paciencia. Lo habían dicho los médicos: poco a poco. Luego papá dijo que debía recuperar las fuerzas y añadió unas palabras al oído de mamá. Los dos rieron.

Lo demás, Juanqui, ya lo sabes. De madrugada mamá gritando el nombre de papá y llorando. Papá boqueaba, como un pez fuera del agua, empapado en sudor. El médico del hotel diciendo que a él le habían puesto ahí para las gastroenteritis, pero no para atender infartos. Lo dijo mil veces. No se lo decía a nadie, se lo repetía a sí mismo, en voz baja, como una letanía, mientras aplicaba a papá un masaje cardiaco. Golpeaba rítmicamente su pecho y yo miraba aquello como si fuera un sueño. Llegó la ambulancia y a mí no me dejaron ir con ellos. Alguien hizo que un camarero me subiera una tila a la habitación. Era un chico joven y guapo. Al irse cerró la puerta con cuidado. Me asomé a la terraza. Estaba oscuro. Cerraba los ojos y veía a papá golpeando la tabla del mostrador con el lomo del pescado húmedo. A mamá, que colocaba hojas de helecho verde y brillante en las cajas de la merluza. A los dos bajando el cierre metálico del puesto. A los dos, bañándose en el mar. Abrí los ojos. No vi el mar, pero lo adiviné. Pensé en el mecanismo de las olas como el engranaje perfecto.

jueves, febrero 12, 2009

Certeza (IX)

No es que me duela demasiado. Es que añoro el sol que ahora luce, y el frío que parece sentir la gente que veo por la ventana. Y solo llevo nueve días en casa.

miércoles, febrero 11, 2009

Conocimiento del Medio (VIII)

Le pregunto la lección a A. (le tomo la lección, se decía antes). Trata sobre la materia, los átomos, la masa, el volumen, los cambios físicos y químicos. Aprendo que la sublimación es el paso directo de sólido a gas, sin pasar por el estado líquido.
Cuaderno gris (VII)

Media mañana. Se oye la algarabía de los niños entrando al colegio. Leo. Leo hasta que me escuecen los ojos. Leo hasta que los pinos y las viñas de las que habla Pla están ante mí. Me duermo y veo al Gervasi arrancando hierba y dándole a comer un caracol a la perra. Me despierto con el olor del pinar y vengo corriendo a escribirlo.


Ecógrafo (VI)

El ecógrafo me hizo la ecografía del tobillo. Bien. Perfecto. Es su trabajo. Pero nadie le pidió opinión. Y la expresó. Yo solo quería la ecografía para llevársela el traumatólogo. Prescripción médica, se llama. Sí, joder, sí sé lo que significa que se te rompa el tendón de aquiles. Sí sé lo que significa una convalecencia de esa intervención quirúrgica. Solo le faltó la banda sonora de Psicosis. Inmovilícese eso, inmovilícese eso, me dijo. Creo que sonreía. Y después: siguiente, siguiente. Movió los brazos como si oxeara a las gallinas. Así me despidió.

martes, febrero 10, 2009

Pla (V)

Comienzo con El cuaderno gris, de Pla, ese hombre que disfrutaba tanto con los paisajes del Ampurdán, su pequeño mundo. Me viene bien, entre vuelta y vuelta en la cama, leer estos párrafos tan bien adjetivados sobre los paisajes, los olores, la luz, ahora que tanto miro por la ventana.
Idea (IV)

Tengo una idea: Me pondré debajo de la planta del pie un paño de estos de cocina, y cuando vaya de un sitio a otro, arrastrándolo, sacaré brillo al parquet.
Leer (III)

Me propongo leer algo de lo que tengo atrasado en la mesilla, esa pila que amenaza con caérseme encima. En estos primeros días de convalecencia intenté leer El Villorrio, de William Faulkner, pero lo dejé a medias. Esas imágenes sureñas de gente a caballo, de personas ociosas y en cuclillas a la puerta del bazar, de heniles y empalizadas herrumbrosas no es lo más adecuado para un lector que no va a poder salir a la calle en una temporada. Los antiinflamatorios y las oraciones subordinadas de Faulkner me adormecen.
Castigado (II)

Llevo ocho días sin salir a la calle.
Ayer C. y A. se fueron al cine y me dieron ganas de despedirme de ellas con un pañuelo en la mano.
Son las ocho de la mañana. Voy a beber agua arrastrando la pierna izquierda y parezco un preso arrastrando una bola invisible.
Tendinitis (I)

Reposo absoluto. Una tendinitis en el talón de aquiles. Si al andar no haces el juego del pie pareces Terminator. O Luis Ricardo, aquel monstruo infantil y entrañable (y estúpido).

lunes, febrero 09, 2009

Ratón

El ratón no me obedece. Al pulsar algunas teclas no consigo que obedezca. Por ejemplo, Supr. No consigo borrar algunas páginas de las que no me siento demasiado orgulloso.

sábado, febrero 07, 2009

viernes, febrero 06, 2009

martes, febrero 03, 2009

Perezoso

Con esa postura, los perezosos de las selvas amazónicas parece que de un momento a otro vayan a utilizar el teléfono móvil.

domingo, febrero 01, 2009

viernes, enero 30, 2009

Hormiga

Las hormigas de la fila confían ciegamente en la que va la primera (ya veremos cuando se pare a atarse un zapato, o a rascarse un pie).

miércoles, enero 28, 2009

lunes, enero 26, 2009

domingo, enero 25, 2009

sábado, enero 24, 2009

jueves, enero 22, 2009

martes, enero 20, 2009

lunes, enero 19, 2009

Hoy

Si en estos días abrimos el paraguas y nos protegemos no es solo porque llueva.

viernes, enero 16, 2009

Frío

La mujer que ayer vi cruzar la calle llevaba todo el frío del mundo en su mirada. Ni sus brazos cruzados sobre su pecho ni sus pasos largos pudieron evitar que sintiera como una tarea urgente la de hacer una hoguera al lado del semáforo, para cuando ella llegara a esta orilla de la calle.

miércoles, enero 14, 2009

Nieve

Si siempre pisase con el paso prudente y firme con el que lo he hecho estos días de nieve en las calles y aceras no tropezaría nunca, y así siempre estaría erguido y nunca caería para después sentir que tengo el deber de levantarme.

martes, enero 13, 2009

Morfemas

Esta niña tan linda que me vuelve loco con sus tareas de inglés y lengua, con morfemas y lexemas, con ideas principales e ideas secundarias, con los poemas de Gloria Fuertes, se sopla el flequillo, agacha la cabeza y escribe con una letra abigarrada —unas erres de película y unas des medievales— sobre la migración de las aves, mientras pide que no salga de la habitación hasta que ella cierre el cuaderno de espirales.

viernes, enero 09, 2009

Vacaciones de Navidad

El patio de madrugada. Los geranios en penumbra, la sombra del árbol seco. Se oyen ruidos si se presta atención.

Va al cuarto de baño dando pequeños saltitos. Y luego vuelve, a cobijarse entre las sábanas y sentir la respiración de ella como la de un buque en medio del mar.

Antes de cerrar de nuevo los ojos e intentar dormir mira el techo, con esas vigas de madera, enormes sobre sus cabezas. Se ajusta la sábana a los hombros, coloca la cabeza sobre la dura almohada. Corrige la posición y piensa que pronto amanecerá y comenzaran a sonar las palomas que anidan en el hueco del tejado, las que andan a la pata coja, como si taconearan. Todos los pájaros del pueblo terminarán por despertarle y ya habrá salido el sol.

miércoles, enero 07, 2009

Regalos

Con esto han llegado los Reyes:
Más presbicia, más alopecia, algún centímetro barrigón.
También me han entregado un paquete que contiene la intención de que no me enfade, no discuta, no dañe a nadie.

martes, enero 06, 2009

Cabalgata

Si consigues asistir a la cabalgata de Reyes, soportarla mirando a los ojos de los niños y ser finalmente alcanzado por un caramelazo en plena frente estarás ungido durante todo el año de una especie de dulzor interior, que no resultará empalagoso sino necesario para que los días transcurran sin repechos ni desniveles, uno tras otro, hasta la del año que viene, que volverás a colocarte a pie de cabalgata, con la frente limpia y serena, dispuesto para recibir tu caramelazo anual.

domingo, enero 04, 2009

Continuidad

Leí hace tiempo un texto de Luisa Castro que ahora cito recordándolo sin exactitud. Decía que la facultad de escribir se desarrolla en las personas en las que la ausencia de otras facultades es patente y notoria.