lunes, diciembre 06, 2010

La oscuridad duele

Un día tras otro, cuando me levanto en la oscuridad de la noche para ir a mear, me doy de bruces con la pared. Nunca acierto a la primera con la puerta.

viernes, noviembre 26, 2010

Medicina



Verídico. Leo en el prospecto de una medicina para infecciones bacterianas que uno de sus componentes es el esperma de ballena.

Miro la gragea, admirado. No sé si esto es un avance de la medicina.

miércoles, noviembre 24, 2010

A veces pienso que mi vida es como un montón de ropa limpia. Toda colocada, toda apilada. Si cojo la prenda de arriba no pasa nada, todo marcha. Simplemente espero a que se ensucie, la coloco en la lavadora y voy a por la siguiente. Lo malo es cuando quiero una prenda del montón, o de abajo. Corro el riesgo de que todo se desmorone.

lunes, noviembre 22, 2010

Tortuga (III)

En época de apareamiento el macho persigue a la hembra con urgencia, empujándola y llegando a morderle las patas. Cuando la hembra se detiene es el momento, la señal convenida para el apareamiento.

El macho se encarama encima y se consuma la cópula. Es entonces cuando el macho alarga el cuello hacia delante de una forma extraordinaria, increíble. Hay zoólogos que dicen que ese alargamiento del cuello es para mantener el equilibrio. Otros dicen que es porque en ese momento, en esas milésimas de segundo, el animal percibe la eternidad.

domingo, noviembre 21, 2010

Tortuga (II)

Los psicólogos de tortugas recomiendan que la tortuga tenga obstáculos en su camino (una piedra, un desnivel, unas hierbecillas), para que se esfuerce en él, pero que siempre tenga ante sus ojos un horizonte, para que no se desespere.

La tortuga tiene una mirada triste, como constipada, y parece necesitar siempre un pañuelo. A veces parece que la tortuga espera que le des el pésame pero lo que en realidad quiere es su hojita de lechuga.

viernes, noviembre 19, 2010

Tortuga



Las tortugas que viven en cautividad deben ser bien alimentadas, (a menudo con un suplemento de calcio), recibir la luz del sol, y, sobre todo, y es muy importante, para que no sufran, tener unos límites en su terrario que no les permitan ver el horizonte. Las paredes deben ser opacas, (o de ladrillo o madera, por ejemplo).

Si el terrario es transparente se arrimarán a la pared y pondrán un empeño imposible y continuo en huir. No comprenderán nunca que es imposible. Su cuerpo no limitará con el terrario, que puede ser amplio. Lo hará con la pared.

jueves, noviembre 04, 2010

Esas vidas

De la biblioteca cojo Esas vidas, de Alfons Cervera. Es un librito duro, poco emotivo, casi cruel, en el que el autor narra los últimos días de su madre, una anciana a la espera de la muerte, y bucea en sus recuerdos.

En la página 50 hay un papelito doblado con una receta de madalenas caseras, legado (u olvido) del anterior lector (o lectora) del libro.

Dudo si dejar yo también una entre estas páginas. Por ejemplo, repápalos en salsa, una de las recetas que más me gustan de mi madre.

domingo, octubre 03, 2010

Domingo por la tarde. Está nublado, parece que va a llover. Mejor así. Tiene uno ganas de que llueva. De que empiecen a caer las hojas de los árboles. De que comience el frío y sea necesario abrigarse. De que cambie algo. Estamos pisando siempre el mismo charco sin agua.
***
Noticia leída en la prensa de hoy:
“Muere ahogado tras caer con su coche en un pantano por un error del GPS”.

jueves, septiembre 30, 2010

Sientes un poquito de vergüenza cuando te cruzas con algún viejo profesor del instituto y te acuerdas de cómo emborronabas la portada de los cuadernos con ampulosas frases salvadoras de la Humanidad.
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Había compañeros del instituto que estaban ya predestinados a lo que ahora son, empleados de banco (economizaban la tiza).
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El peso de las mochilas de algunos llevaba implícita la penitencia de hoy (hombros caídos, mirada a la punta de los zapatos).

domingo, septiembre 26, 2010

Los libros de texto de nuestros hijos están hechos con las cenizas de nuestra infancia.
*****
Todo evoluciona menos el material escolar de nuestros hijos (compás, ceras Manley y lápices Alpine).

viernes, septiembre 24, 2010

Jornada laboral

Cuanto más cansancio laboral, cuanto más hastío, más me fijo en los escotes femeninos.

Los escotes de las mujeres que cruzan el vestíbulo, que se acercan al mostrador para enviar una carta o un giro son el precipicio deseado, ideal, de la jornada.

miércoles, septiembre 22, 2010

Mosca

Viene un señor a Correos para enviar un giro. Su hijo, que está en Tenerife y ha perdido la cartera, o se la han robado, que necesita el dinero. Viene con una mosca a la altura de sus ojos. Lo sé porque le veo espantarla con las manos mientras espera su turno.

Luego, mientras me dicta los datos para el giro me dice que la mosca lleva con él desde primera hora de la mañana, y son casi las dos. Intenta espantarla de nuevo. Le digo que qué raro, porque ya parece que no hace calor para moscas. Ya, contesta, pero aquí me tienes, con ella. No me abandona. Y manotea de nuevo, ahora con una mano y después con la otra.

Intento animarle diciéndole que he oído que la vida de las moscas no sobrepasa las veinticuatro horas.

No sé yo esta, no sé yo… Dice mientras firma el impreso, paga, y sale de Correos con la mosca tras él.

lunes, septiembre 20, 2010

Domingos

La gente se queja de los domingos. Los domingos son para descansar del fin de semana, y para esperar la semana que viene, que llega, que está ahí, a horas vista, al final del precipicio. Los domingos son una especie de tiempo muerto. Yo creo que los domingos amanecemos con ojeras más desmejoradas, si cabe.

Yo todavía sigo haciéndome propósitos los domingos. Con lo mayor que voy siendo y no escarmiento. Todos los días me propongo cosas que al minuto siguiente, al día siguiente, cumplo, pero los domingos más y con más intensidad. Me propongo un horario para escribir, me propongo no beber demasiado para acabar con la barriga cervecera, me propongo dedicarme cierto tiempo a mí mismo, me propongo pedalear en la bici estática. Nunca lo cumplo, nunca cumplo nada.

Pero todos los domingos me parece que el lunes comenzará una nueva etapa en mi vida.

viernes, septiembre 17, 2010

Buenas noches

Me parece que algo significará este trajín de cables para recargar toda clase de móviles, cámaras y demás utensilios. No sé qué clavija encaja en qué enchufe ni en qué aparato. Ni siquiera atino a desenredar los cables. Podría, pero me parece una tarea descomunal, a estas horas de la noche.

Miro en la encimera esa porción de tortilla de patatas que sobró de la cena. Parto un trocito, me lo echo a la boca y, con ese gesto, me doy las buenas noches.

miércoles, septiembre 15, 2010

Fuego lento

Se echa el aceite y se calienta. Mientras, se pica finamente el puerro y la cebolla.
Se sofríe.

Se pica en la tabla la calabaza y la patata. Muy finamente, una y otra vez, pum-pum-pum, con el cuchillo sobre la tabla, finamente, una y otra vez, pum-pum-pum, hasta que casi se desintegren, la calabaza y la patata, finamente, pum-pum-pum, el cuchillo en la tabla, hasta que, poco a poco, se te pase el cabreo….

Tampoco es para tanto. Pero, por si acaso, pum-pum-pum, se pica otro poquito.

Luego se echa todo a la cazuela y que hierva veinte minutos a fuego lento, todo tapado.

martes, septiembre 14, 2010

Domingo, mediodía

El domingo vuelve la gente de misa e interroga Ramón a su mujer: ¿Cómo está Dios? ¿Te ha preguntado por mí? ¿Se ha enterado de lo de la semana pasada? Si acaso, dile que ya iré a confesarme.

Y Ramón se toma el vermucito con torreznillos, sonriendo, en la confusión de la barra.

lunes, septiembre 13, 2010

Pueblo (IV)

Ay, este anciano tan digno que cuando habla de su infancia recuerda al patrón como “amo”. Es que mi amo me pagaba los viernes. Mi amo tenía no sé cuántas tierras en arriendo.

Este hombre que se casó con veinte años y se hizo libre.

Este hombre que recuerda lo del rayo en la era, o lo de los cien gansos que llevó a vender a Madrid, o lo de la máquina de hacer fideos que inventó.

Este anciano que entre hijos, nietos y bisnietos en los días de fiesta cuenta veintinueve a la mesa y antes eran treinta y por eso se le humedecen los ojos.

lunes, junio 28, 2010

Pueblo (II)

7.-
En el comercio hay de todo, desde legumbres hasta fiambres, pasando por verdel frito y envasado en cubas de madera. Cuelgan detrás del carnicero enormes piezas de panceta, morcillas negras emparejadas, costillares brillantes. Parte el hombre las chuletas como si se despidiera de ellas una a una, y las lengüetea con el cuchillo, colocándolas sobre el papel.

8.-
“Va a llover a lo burro”. “La que va a caer no nos la quita nadie”. Amenaza tormenta y se ven relámpagos a lo lejos. El hortelano mira al cielo con el azadón al hombre. No suda, pero hace el ademán de limpiarse el sudor. Este hombre se limpia el sudor como yo me como las uñas: por costumbre. (Toda la vida sudando). Caen las primeras gotas, que parecen horadar el suelo.

9.-
Noche cerrada. Huelen todavía a verde los sarmientos y no hacen humo blanco, porque son de este año. Entre dos acercan la parrilla al fuego. Huelen las chuletas. Parece que finalmente no lloverá.
El vino de la jarra está fresco. El primer trago es el que lima la aspereza de la garganta. Todos los días deberían acabar así.

domingo, junio 06, 2010

Pueblo

1
Al llegar está el camión del pescadero en la plaza, y las mujeres preguntan, miran, porfían y compran. Señalan. En los pueblos se señala con el dedo de una forma espectacular, como si el dedo fuera el solista de un gran ballet.
Desde su entrada en el pueblo persiguen al camión del pescadero unos cuantos perros que husmean a unos metros. Deberían ser gatos los que persiguieran al camión del pescadero, pero no, son perros. Uno de ellos es tuerto.

2
Benito ha retejado. Su familia ha venido hoy de Madrid para ayudarle a plantar unos puerros para el verano, dice él, con sus ochenta años a cuestas. Buena gente. Varias generaciones haciendo surcos en la tierra.
Benito utiliza palabras exquisitas. Ignominia, por ejemplo, se la oí un día que contaba sus primeras experiencias como agricultor
Benito tiene párkinson, pero todavía se atreve a cortar leña (siempre que sea a primera hora de la mañana).

3
Salimos de tomar unas cañas en el bar. Son las tres de la tarde y, por la acera, de camino a casa, nos arrimamos a las paredes de las casas para buscar la sombra. Vemos una lagartija que corre. Luego otra, y otra.

4
Me gusta leer en la hora de la siesta en estas camas enormes, de príncipes rurales. Tres páginas después me duermo.

5
En el patio hay unas tomateras y un par de matas de calabaza. Un laurel enorme, altísimo. Dos parras. Una higuera canija. Un pozo, una lata de Atún El Velero atada a una cuerda. Suena la lata en el agua del pozo y solo oírla ya refresca. ¿Cuántos años tendrá la lata? ¿Cuántas latas necesitará el riego de cada tomatera? ¿Cuándo comeremos tomates? ¿Nos picarán las avispas que rondan el agua fresca?

6
Anochece. Paseamos por el monte. Huele a tomillo. Todo está verde. Hay lugares frondosos, impenetrables. Me pican mil bichos. Uno de ellos me hace una roncha en la sien. Parezco Frankenstein.

sábado, junio 05, 2010

Pasos

Vivo en un piso noveno. Esta tarde estaba leyendo en la terraza La marca de Creta, un libro de cuentos de Oscar Esquivias. Juro que desde el noveno he oído el sonido de las sandalias de mi hija al llegar al portal. He distinguido el trote infantil de sus pasos. Poco después han llamado a la puerta, y era ella, con su madre. He cerrado el libro, alegre porque volvían.

jueves, junio 03, 2010

Obra

De qué puedo quejarme si fuimos nosotros los que les invitamos a pasar. Prometieron que tardarías tres días, cuatro como máximo. Llegaron como si procedieran de muy lejos, cargados con sus bártulos, y en un momento se hicieron los amos. Miraban como si de ellos dependiera la felicidad de una porción amplia de la humanidad.

Mientras trabajaban abrieron cajones, manosearon libros, olieron colonias y untos. Hasta se permitieron aconsejarnos sobre la forma de alimentar a Pelusa, nuestro hámster.

Vivimos fuera de casa no tres días, como nos habían prometido, sino casi dos semanas, porque surgieron problemas. Finalmente la instalación eléctrica de la casa se completó y renovó. Las ventanas antiguas fueron reemplazadas por las nuevas, oscilo-batientes y con rotura de puente térmico. Lo malo es que al renovar la instalación eléctrica los electricistas destruyeron el cable de internet, lo cortaron, y no nos dimos cuenta hasta que se hubieron ido. Era fin de semana. Intenté colocarlo de nuevo, y con el intento me cargué las llamadas telefónicas. Al final logré pasar uno de los trozos del cable por la ventana de la terraza. Así estamos ahora, con un cable gordo que cuelga de una ventana oscilo-batiente con rotura de puente térmico, sin poder cerrarla ni abrirla, esperando que uno de estos días vuelvan a colocarlo en su sitio. Parecer ser que habrá que hacer otro agujero en la pared. Pero ya no estamos aislados.

viernes, mayo 21, 2010

Sueños

Se acuesta uno tan tranquilo. Se mete uno entre las sábanas como el más inocente de los seres humanos y amanece con la mente obnubilada y sucios los pensamientos, tras unos sueños perturbadores, que a ratos parecen durar un segundo y a veces mil horas. Son sueños en los que te despeñas por precipicios negros o cometes actos impuros; sueños en los que sientes el sudor frío en tu frente o en los que te relames admirando lo que siempre despreciaste.

Suena el despertador y te levantas de un salto. Sientes durante un segundo las piernas rígidas y la boca con demasiada saliva. Pero sabes entonces, al preparar el café con galletas, que ese mejunje te salvará de todo, y que cumplirás tus obligaciones. Acabará la jornada laboral. Llegarás por la noche cansado a la cama.

miércoles, mayo 19, 2010

Viaje

Vuelvo de hacer la compra, con las bolsas en la mano, y me encuentro a una amiga a la que hace tiempo que no veo. Suelto las bolsas en el suelo y hablamos. Interrumpimos el paso de la gente en la acera y ella agarra mi brazo suavemente para que nos retiremos. Le pregunto por cómo le va la vida y ella me contesta. Me cuenta. Al rato ella sigue hablando, y hablando, y hablando, extendiéndose en detalles completamente superfluos. Me fijo en sus labios, que no paran. ¿Y respirar? ¿Cuándo respira? No me deja intervenir, ni siquiera puedo colocar en la conversación un triste monosílabo. Yo pienso en todas las cosas que tengo que hacer. Me gustaría evadirme. Montar en una nave espacial y surcar el espacio sideral en busca de otros planetas, otros universos. Imaginemos que la bolsa en la que va el pan es el fusil para partículas de verborragia, y que la otra, con la fruta, contiene el acelerador de mentes unívocas. Voy bien pertrechado en mi nave espacial contra este tipo de gente, habitantes de cualquier Pandora de pacotilla. Ah, pero ahora me habla de la salud de su suegra, que, por lo visto, será intervenida quirúrgicamente de varices en breve tiempo (está diciéndome que el cirujano tiene bigote).

lunes, mayo 17, 2010

Ventanilla

Una pareja de ancianos quiere enviar una carta a Suiza. Preguntan cómo mandarla. Si certificada, si urgente, si ordinaria. Digo que depende de lo que vaya dentro. Contestan que son papeles importantes. Lo que contiene el sobre es la fe de vida anual, para que puedan seguir cobrando la pensión. Me ruegan que les rellene el impreso. Él se recuesta en el mostrador. Habla ella mientras escribo. “Rellena tú el impreso, hijo. Vemos menos que una polla envuelta en un trapo. Mándalo certificado, no sea que se pierda. Es que a ellos les daría una alegría si supieran que estamos muertos. Unos francos menos que pagarían. Estuvimos un montón de años allí. Qué gente tan limpia. Eran tan limpios que no querían tener nada que ver con nosotros. Decían que gritábamos en los autobuses y que tirábamos las colillas al suelo. Ellos no. Ellos eran limpios, limpios como la patena. Hasta la manguera para regar el jardín la manejaban como unos señores”.

jueves, mayo 13, 2010

Recuerdo

Han pasado unas semanas y todavía recuerdo la sensación. La perfección del momento, la felicidad del placer sencillo. Me dije entonces que escribiría sobre ello y ahora, días después, lo hago:

Primera hora de la mañana, en el pueblo. Estoy solo, sentado en el merendero, frente a la ventana. Fuera, en el patio, hace frío. O no es exactamente frío, es fresco. Anoche llovió. El merendero está caliente. Huele a la leña quemada anoche. En la enorme mesa de madera en la que me apoyo quedan restos de la celebración del cumpleaños de A. con sus amigas (globos, porciones de pizza, palomitas). Hay también un frutero en el que relucen naranjas, manzanas y un solitario kiwi. Lo más importante es que el sol que entra por la ventana me da en la cara. Es un sol que no pica y sí acaricia. Brilla. Arrimo un poco más la silla, para que no perder nada de su luz y calor. Tengo todavía en la boca el sabor del café recién tomado. Estoy releyendo las últimas páginas de los diarios de Cheever. Son palabras tristes, descreídas. Le comprendo, comprendo lo que dice, porque sabe decirlo. Cierro el libro. Esto es admiración. Qué bien escribe. Las tapas del libro son preciosas. El sol sigue acariciando mi cara.

lunes, mayo 10, 2010

Historias del paro (y XVIII)

Salimos a tomar unas cañas. Hace buen tiempo. La gente está en la calle. Miles de niños corren en bicicleta por las aceras. Perros defecan por riguroso turno, pues no hay sitio suficiente para que todos dejen su zurullo al mismo tiempo. (Hay uno de raza siberiana, con mucho pelo, que parece estornudar. Otro, demasiado canijo, ladra, y cuando ladra se queda suspendido en el aire unos segundos, como si volviera de un viaje astral). El polen de los árboles pulula por ahí, y se deposita en el capó de los coches, en el corazón de las gentes, en mi garganta.

Nos sentamos en una terraza a tomar unas cañas. Calculo cuántas barras de pan compraría con el dinero que nos gastaremos hoy. Cuántos litros de leche. Cuánta carne para guisar.

Rellenar una primitiva, quizás.

miércoles, mayo 05, 2010

Historias del paro (XVII)

El Mercado, la Deuda, la Prima de Riesgo, la Eurozona, el Parqué Europeo, el Ibex 35, el contagio griego. ¿El contagio griego? El 3x1 en droguería, 1 de filetes de pollo + regalo de 1 de contramuslos, la derrama de la comunidad de vecinos, el seguro del coche, las gafas del pequeño. La concentración de las Cajas, la calidad crediticia, la regulación del Mercado, los Bonos basura. La tarifa plana de internet, la mochila rota del mayor, el pescado congelado, la cuenta del teléfono móvil.

martes, mayo 04, 2010

Historias del paro (XVI)

Primero preparo el desayuno para los niños. Cuando se marchan al colegio hago las tareas de casa, que Lidia deja anotadas en la encimera de la cocina. Aireo las habitaciones, paso la aspiradora. Luego dedico un par de horas diarias a enviar currículos por correo electrónico, a consultar ofertas de trabajo por internet. A media mañana acabo viendo páginas pornográficas, tomándome un par de cervezas, triste, solo, esperando la vuelta de los chicos para poner al fuego la cazuela de la comida. Me asomo a la ventana. A veces veo a Javi, el vecino, que vuelve de correr. Hasta en chándal tiene pinta de estar en paro.

domingo, mayo 02, 2010

Historias del paro (XV)

Con este calor parece que el verano se aproxima. Las vacaciones escolares llegarán pronto. No tenemos dinero. No podremos salir de vacaciones. Hace calor. La ventana está abierta. Lidia continúa con las piernas abiertas. Me arranco el preservativo.

jueves, abril 29, 2010

Historias del paro (XIV)

Nos llamó el Jefe de Ventas a su despacho. Mostró diagramas. Habló de expectativas. Llegó un momento en el que solo esa palabra ocupó mi atención. Expectativas, expectativas. Supe que las expectativas serían mi ruina. Pero también pensé que yo no sería de los primeros. Creí que su mirada había sido más dulce al posarse en mi rostro, porque aguantaba la mía sin pestañear. Creí que me comunicaba su decisión salvadora sin palabras.

martes, abril 27, 2010

Historias del paro (XIII)

En la urba conozco a Javier, en paro, que un año de estos montará un negocio informático. También conozco a Rober, policía municipal, que presume de timar a su compañía de seguros una vez al año dando partes de falsos siniestros. Sé de Rodrigo, administrativo, papá primerizo, que ya ha sido condenado un par de veces por “conducción alcohólica”. La última vez rompió la pierna de una niña por tres partes diferentes. Iba bebido y se saltó un semáforo.

Es gente que lleva a sus hijos al mismo colegio al que van los nuestros. Yo soy un tipo en paro con insomnio crónico que a veces siente ganas de llorar. Somos todos gente normal.

lunes, abril 26, 2010

Historias del paro (XII)

El día que compramos el piso pensé que no nos hacía falta gimnasio, ni piscina climatizada, ni pistas de deporte. Debí hacerlo constar en la notaría, o al empleado del banco, que sonreía demasiado. Una urbanización excelente para parejas con hijos, decía el de la constructora.

Hoy hace calor y el césped está recién regado. Si no lo miras bien no notas las calvas. Las zonas comunes de la urbanización sirven para que nos descuarticemos entre nosotros, mientras nuestros hijos juegan sin que les perdamos de vista. Nadie puede abandonar una conversación en las zonas comunes y retirarse a su domicilio sin correr el peligro de que le despellejen sus vecinos.

viernes, abril 23, 2010

Historias del paro (XI)

Tito llega del colegio con una nota del tutor. Quiere hablar con nosotros. Le preocupa su rendimiento académico. A mí me preocupa de este niño gritón que me dibuje caracterizado de hormiga cabezona. Si dibuja a su madre y a su hermano con cabezas en consonancia con el tamaño de sus cuerpos, a mí no puede colocarme una cabeza sobredimensionada. Algo debe significar eso. En la hoja del cuaderno se nos ve a los cuatro. Se ve una casa con chimenea y humo, el sol, nubes, y, destacando en la línea del horizonte, mi cabezón.

martes, abril 20, 2010

Historias del paro (X)

Decían que los primeros en marcharse serían algunos de los directivos. Esa sería la señal de que las cosas no marchaban demasiado bien. Por ahí empezarían a ahorrar gastos en personal. Mirábamos las plazas reservadas del aparcamiento. Todas seguían ocupadas.

domingo, abril 18, 2010

Historias del paro (IX)

Domingo.

Salgo a pasear a primera hora de la mañana. Me lo ha recomendado el médico. Los dueños de los perros y yo ya nos conocemos. Más adelante me conocerán los perros. Ya me huelen. Es cuestión de tiempo.

En la plaza hay latas de cerveza de medio litro, vacías, puestas en pie, como en una bolera, esperando ser derribadas. Son restos del botellón de los rumanos de anoche. El botellón de los jóvenes españoles es en el parque. Sin cervezas de medio litro, con botellas de Cacique y Coca Cola de dos litros. No sé cómo lo harían anoche, con lo que llovió, y sin los soportales acogedores de la plaza. Quizás se fueran al cine. A ver Alicia en el país de las maravillas.

A primera hora de la mañana de un domingo, el paseo de un hombre en paro no es el mismo que el de uno que trabaja. Paseo porque quiero y me obligo. Para el parado no hay paréntesis. En todo lo que contemplo veo señales ocultas. Nada tiene remedio. Y sin embargo se me ocurren varias razones para seguir adelante: Huele a tierra mojada, compraré churros, escribiré esto que estoy rumiando.

sábado, abril 17, 2010

Historias del paro (VIII)

Los primeros días Lidia me llamaba por teléfono. Hablábamos. Hablábamos mientras yo estaba recostado en el sofá y tenía cuidado de bajar el volumen al televisor. Me decía que me animara mientras en la pantalla yo veía la reposición de un episodio del Equipo A en la que salvaban a una chica de las garras de un malhechor.

jueves, abril 15, 2010

Historias del paro (VII)

Nos dieron la carta de despido un viernes. Está todo estudiado. Dicen que la perspectiva del fin de semana hace menos traumática la comunicación. Te despides de los compañeros como si fueras a verlos el lunes, dicen. La mente hace un pequeño paréntesis, dicen. Los psicólogos son gilipollas.

miércoles, abril 14, 2010

Historias del paro (VI)

Lidia en la cama. Lidia está leyendo una revista. Dice que el sobrepeso es enemigo del deseo sexual. Me miro la barriga. Las hojas de palmera del estampado de la colcha parecen moverse a la altura de su vientre. El artículo se titula “Los enemigos de la libido”. Miro la lámpara de la mesilla.

martes, abril 13, 2010

Historias del paro (V)

Javi, el vecino del 6º, está intentando montar una empresa de informática. Trabajaba de programador o algo así en el BBVA, o para una empresa auxiliar del BBVA. Dice que ya lo tiene todo a punto, pero así lleva un año. Dice que el paro es una oportunidad. Abre expectativas, dice. Como tiene tiempo y le sobran expectativas Javi va a correr todas las mañanas. Suda como un cabrón. Como un cabrón con expectativas. Se le van las energías en correr. Le veo y, casi sin respiración, me dice que le falta el local. El local y lo pongo en marcha, dice.

lunes, abril 12, 2010

Historias del paro (IV)

Prefería no acercarme a la máquina del café. De aquella máquina brotaban rumores. Salían junto con el café cortado, el capuchino o la manzanilla. Lo último que oí antes de la gran patada fue que habían hecho una ampliación de capital. Cómo iban a echar a la gente si hacían una ampliación de capital.

Historias del paro (III)

El Lexatín es un medicamento cojonudo. Me pongo nervioso si no tengo una caja en el armario del cuarto de baño. En la madrugada, desvelado, me tomo un lexatín con un trago de agua. Me miro un rato en el espejo y luego vuelvo a la cama. El suelo está seco y frío. En él la planta de los pies hace un ruido como de agua en la palangana. Dispuesto a dormir: es como ordenar los pensamientos, pero sin tener ninguno. Como si se evaporaran, los pensamientos. Como si tuviera una campana extractora de pensamientos.

Lidia no quiere que tome ansiolíticos. Pone en sus revistas que los ansiolíticos producen adicción. En sus revistan hablan de las virtudes del brócoli, del punto G, de la moda de primavera y de escapadas de fin de semana a Nueva York.

domingo, abril 11, 2010

Historias del paro (II)

Salimos del ascensor cargados con las bolsas de Mercadona y al ir a abrir, tú-yo, tú-yo, nos damos cuenta de que nos hemos dejado las llaves dentro. En ese momento qué ganas tengo de estar en mi casa, de sentarme en el sofá, de tomar una cerveza. Hacemos un esfuerzo para no gritarnos y lo conseguimos. Silencio. Como no se me ocurre qué hacer, me agacho y miro por la cerradura. “Qué ves, estúpido”. “Miro”. “¿Qué ves?” Los niños ríen.

Llamo a mi cuñado para que traiga una llave. Nos alegramos de no necesitar un cerrajero. Necesitamos a mi cuñado con su coche. Esperamos en el portal, rodeados de bolsas de plástico. Las bolsas de Mercadona no son como las de Carrefour: se rompen. Cuando te das cuenta vas tirando latas de paté o sobres de jamón york como si fueras Pulgarcito y no estuvieras seguro de cómo volver a casa.

viernes, abril 09, 2010

Historias del paro (I)

Estoy tan gordo que en la ducha no me veo la punta de los pies. A veces paso cerca del frigorífico y me llama. Susurra: Ven, ábreme, mira lo que tengo en las entrañas.

A veces tardo en conciliar el sueño y me levanto de madrugada a tomar leche con galletas y a mirar en la tele programas de tele-venta. Mojo galletas y miro la jeta de las vendedoras. Tienen una cara especial. Te miran como si te conocieran. Creen que saben lo que necesitas. Las galletas esponjosas se vierten en la taza y forman una pucha dulzona.

miércoles, febrero 17, 2010

Dentista

Miro los cuadros colgados en las paredes, reproducciones de pinturas impresionistas que representan los mares del sur, con palmeras, con lugareñas lánguidas que no acudían nunca al dentista y eran felices comiendo fruta mientras la brisa del mar azotaba sus rostros, pero poco, los azotaba poco porque tenían que sonreír con sus ojos grandes y su dentadura perfecta. Paso la yema de los dedos por el lomo de las revistas que hay apiladas en la mesa, pero no, no cojo ninguna porque sería demasiado esfuerzo el que invirtiera en leer cotilleos y chismes estúpidos y en ver fotos de tías escuálidas, que estoy harto de ver mujeres sin curvas, mujeres largas y sin curvas como las carreteras de la Mancha.

La verdad es que parezco enfadado, lo noto. Hago todo lo posible para olvidar que estoy aquí, en la consulta del dentista, rodeado de adolescentes larguiruchos que cruzan las piernas como condes de la campiña inglesa. Cuando abren la boca veo que la mayoría lucen alambres en los dientes, arriba y abajo, y si sonríen, que casi nunca, parecen psicópatas eligiendo víctima. Fuera llueve.

Viene a buscarme una señorita vestida de blanco y me conduce por un pasillo a la consulta propiamente dicha. Hace que me siente en un sillón que parece un boomerang. Me reclina, me quita las gafas. Qué modales. Me dan ganas de decirle que soy capaz de apoyar la cabeza solo, que soy capaz de quitarme las gafas solo, pero no lo hago, no vaya a enfadarse y luego tome represalias.

Se marcha. Ahora vendrá la doctora. Veo a mi derecha un vasito con agua. Me dan ganas de beber, pero no lo hago, que nadie me ha dado permiso. Si me quitara los zapatos estaría más cómodo, pero presiento que no procede.

Espero.

Espero.

Aparece la doctora. Me saluda. No se quita la mascarilla para hablar. Parece simpática, le brillan los ojos. Hace que abra la boca. Con dos dedos lo logra. Toca, palpa mis dientes y mis muelas, mira al techo. Sí, dice, usted padece bruxismo, como sospechaba su médico de cabecera. El bruxismo consiste en rechinar los dientes, en apretar los dientes, en apretarlos de forma inconsciente hasta que duele la mandíbula y la cabeza. Normalmente esto sucede mientras duerme. En ocasiones despierto. Con una férula de descarga se arregla todo, dice.

Se marcha. No sé si levantarme, si beber agua, si decir lentamente y como una letanía bruxismo, bruxismo, bruxismo…

domingo, febrero 14, 2010

Un entierro

El tanatorio era un tanatorio de pueblo, un tanatorio de andar por casa. Constaba de dos salitas para dos muertos, un vestíbulo, un cuarto de baño unisex y una “cafetería” que consistía en una máquina de café escondida en una habitación chiquitita, en la que había, además, carpetas con material de oficina y archivadores apilados unos encima de otros. Daban ganas de abrir aquella puerta, echar unas monedas y tomarse un cafelito en un vaso de plástico. Daban ganas de echarle un vistazo a las carpetas mientras se calentaba el gaznate. Mirar las estadísticas de los decesos de la comarca. Comprobar ciertas cosas. Por ejemplo: ¿Había habido overbooking en alguna ocasión en el tanatorio? ¿Habían muerto más de dos personas el mismo día en la comarca? En tal caso, ¿se pujaba por una plaza o la contrataba la familia del primer muerto que llegara?
Hacía frío. Eran las nueve de la mañana y ya había gente acompañando al muerto y acompañándose entre sí. El muerto era un difunto esperable, un muerto anunciado desde hacía tiempo. Era una persona querida y respetada. Se había hecho respetar hasta en los últimos días de su vida, esos en los que uno, si se descuida, pierde la dignidad y adquiere cara de pánico. Él no, él había sabido morir con entereza. Todos lo resaltábamos en los corrillos a su alrededor, mientras mirábamos de reojo su cadáver tras la cristalera, rodeado de coronas. Una de las coronas era de “la sociedad de cazadores de San Roque”, la del pueblo, aquella a la que perteneció durante mucho tiempo. No sé por qué ver esa corona me emocionó, porque yo no soy cazador ni me caen demasiado bien, tan brutos, tan convencidos de que están en su derecho. Los cazadores piensan que el que no es cazador es gilipollas. Siendo justo debió emocionarme nuestra corona, la de “todos tus sobrinos”, pero no, me emocionó la de los cazadores del pueblo. Le recordé hablando de caza, de campo, de ganado. De pinos. Era un experto en pinos. Un campeón de los pinos.

domingo, enero 24, 2010

Ayer

Llovió de madrugada y amaneció mojado el suelo de la calle. Por alguna razón lo que veía por la ventana me recordó a un cuento de Cheever. No consigo explicarme el motivo, porque en los cuentos de Cheever raramente llueve.

Estuve media hora en la ducha. Me afeité. (Mal, me lo hicieron ver a última hora de la tarde).

Dormí una siesta de la que salí con dolor en un hombro.

Fuimos a ver "Up in the air", la nueva película del guapete George Clooney. Parece que es una obra maestra. Eso dicen las críticas que he leído. Lo mejor de la temporada, dicen. A mí me pareció una gilipollez.

Comencé a ver en la tele, a las tantas de la madrugada, “Qué verde era mi valle”, de John Ford. Yo solo, frente al televisor y tras la charla de Garci. Qué película. De 1941. Emociona. Me fui a la cama cuando ya estaba terminando, enardecido por esos mineros galeses que cantan como fieras.