miércoles, noviembre 02, 2011

Bar

Este tío del bar en el que desayuno, que indaga por el lugar en el que toman el café mis compañeros, que pregunta por la calidad de las tostadas del bar de al lado, que se queja continuamente de cómo está la vida. Este tío que cree que la hostelería es el centro de la vida económica de este país. Suele decir con la vista perdida en un horizonte que solo él ve que si los clientes fueran justos con él y supieran apreciar la calidad que ofrece, se le llenaría el local de gente. Pero no, mira por dónde, cada vez hay menos gente degustando su buen café, sus ricas tostadas. Si no entras al local le estás traicionando. Y es un síntoma de lo mal que va el país.

lunes, octubre 31, 2011

Ascensor

Qué sería del peinado de los presumidos mañaneros sin los espejos de los ascensores. Coincido todas las mañanas con una vecina que en lo que bajamos cuatro pisos se acicala tanto que solo le falta el neceser y la bata.

jueves, octubre 27, 2011

Periódicos

Llueve. Oigo la lluvia en la ventana mientras escribo a estas horas de la mañana. Tomo un café y deseo que la lluvia arrastre toda la suciedad. Que limpie y purifique. Que se lleve por delante esta sensación de estafa que le queda a uno al leer los periódicos en el ordenador. Porque leer el periódico en el ordenador es peor que leerlo en papel. Parece como si, al estar condensado el contenido, las noticias de internet fueran más iracundas, con los titulares más gordos, superlativos. Las leemos rápidamente, como resumidas, por encima. El mundo va a peor, los sinvergüenzas siguen campando a sus anchas, no sabemos si mañana cobraremos una pensión.

Las noticias del periódico, que se compra en el kiosco, que se tiene en las manos, y cuyas páginas pasamos, si acaso, mojándonos levemente la yema de un dedo, se pueden abordar como un conjunto heterogéneo, detenernos en las que nos parezca, y tomarlas con tranquilidad, y hasta meditar sobre ellas. Se nos atragantan, pero menos. Al final podemos pintarrajear unos anteojos y bigote a Elena Salgado o a Esperanza Aguirre, y eso ayuda a metabolizar la realidad.

martes, octubre 25, 2011

Barrio

Vuelve uno al barrio en el que transcurrió su infancia y juventud, a visitar a los abuelos, pisa aquellos suelos de tierra prensada, pasa por delante de los bancos en los que se sentó al sol horas y horas, y atardeceres; se cruza con vecinos que han envejecido de forma asombrosa, porque uno siempre los tiene en mente jóvenes y fuertes, gritando en reuniones de la comunidad de propietarios.

Es como otro mundo. Ha cambiado todo. Hasta las tiendas, ahora regentadas por los chinos. Hasta los corros de las mujeres, que ya no existen. Hasta los sentados en los bancos, al sol, fumando, bebiendo cerveza, que son colombianos o dominicanos y que han cambiado la música de Led Zeppelin o Leño por esa que bailan moviendo las caderas y dando pasitos cortitos. Gente altanera que arruga las latas de cerveza y mira al frente, como hacíamos los demás.

Quedan todavía reliquias con las que uno se cruza, gente de tu misma edad con cara de ternera compungida que sobrevivió de mala manera a los desastres de aquellos años. Gente a la que saludas y te saluda. Cuando mi hija me dice que este es un barrio viejo y sucio y que no le gusta yo le contesto que es mi barrio y que a mí sí me gusta.

lunes, octubre 24, 2011

Insomnio

El insomnio, que hace que me levante antes de tiempo, a las cuatro o las cinco de la mañana. Abro los ojos con algo parecido a un clic. Resisto en la cama dando vueltas un rato pero es imposible.

Tomo un café. Leo los periódicos en el ordenador, repaso blogs, siempre los mismos, ya descubro pocos que merezcan la pena, ya no busco. Y luego, a las siete, salgo a la calle a caminar. Ya no amanece como antes. Ahora amanece como si la luz del día fuera un soplo, un candil que se encendiera. En el suelo, las hojas de los árboles, las cacas de los perros. Los dueños de los animales, ensimismados, se cruzan en las aceras. Los perros se enredan con sus correas. Deberían poner semáforos para perros, y para los dueños de los perros, a ciertas horas, cuando todavía no ha salido el sol. Procuro hacer todas las mañanas el mismo recorrido y así ver a la misma gente. Todos van al autobús, al metro, a trabajar, a pasear al perro. Corren, todos corren.

Luego vuelvo a casa. Busco el coche en el aparcamiento. Yo también me voy a trabajar. Así, a las diez de la mañana, ya estoy cansado.

domingo, octubre 23, 2011

Otoño

Qué verano tan largo y desproporcionado, qué otoño tan raro: las hojas de los árboles siguen en los árboles. Me dan ganas de encaramarme y arrancar alguna.

Esperamos la lluvia. Todo está sucio. Necesitamos aire limpio.

viernes, agosto 12, 2011

Agosto (9)

Estos son algunos de los apodos (motes) de estos pueblos, generalmente con historia pintoresca detrás, que he ido recopilando con tranquilidad y cuando tenía un bolígrafo a mano:

Andadenoche
Papatrés
Borroñoña
Berengena
Catroce
Pocapringue
Capitán de los perros
Malparío
Matraca
Jiñijaña
Gachillas

jueves, agosto 11, 2011

Agosto (8)

El agua de la piscina está helada. Introduzco la mano en ella y los dedos hacen de quilla de un barco que surcara grandes mares-

Decido volver a la toalla. Me tumbo y cierro los ojos. Zumban unos insectos en mis oídos. (Creo que les llaman cínifes). Huele a cloro y a crema bronceadora. Se me ralentiza el pulso, el corazón, el tiempo.

martes, agosto 09, 2011

Agosto (7)

Subimos al sobrado. A barrer, a quitar el polvo. Una tarea de todos los veranos, higiénica. A ver fotos antiguas, ropas en sus perchas, zapatos deformados. Pisamos con cuidado sobre listones de madera. Camas con el cabecero de latón, viejos aperos de labranza, artesas para la matanza. Nos asomamos al ventanuco que da a la calle. Cunas para bebés, viejos sacos para el abono, linternas de carro. Parece ser que las vigas del techo, los listones del suelo, las paredes, resistirán. Aquí no hay fantasmas, solo memoria (memoria ajena).


jueves, agosto 04, 2011

Agosto (6)

Mientras riega las macetas la anciana habla de aquel muchacho que, por mucho que sus padres insistían en que estudiara, se dedicó a holgazanear.

Termina su discurso diciendo “total, que le salió rata”.

“Será que le salió rana, madre”.

“No, le salió rata. Y bien rata”.

miércoles, agosto 03, 2011

Agosto (5)

La conversación es inodora, indolora, insípida. Nuestros pasos levantan un polvo leve. Vamos hasta el antiguo lavadero.

Todavía no es tiempo de culebras. Ya llegará el tiempo en el que, en cuanto al atardecer se revuelva el cielo, salgan las culebras al camino. Por si acaso, paseando por las veredas de estos campos amarillos, ya cosechados, llevamos un buen palo en las manos.

Agosto (4)

Al cazador le han regalado un par de cachorrillos de podencos andaluces. Son los mejores para la caza del conejo. Zascandilean por el corral, entre las macetas. Mueven el rabo, no paran. El hombre agarra uno, se lo pone a la altura de los ojos y dice: “Es listo. Tiene cara de maestro de escuela”.

martes, agosto 02, 2011

Agosto (3)

La anciana está sentada en la butaca. El patio está recién regado. Corre el agua hasta el albañal. Huelen la hierbabuena y la menta.

Dice la anciana: “Mi cumpleaños fue ayer”.

“No, madre. Su cumpleaños fue en octubre”.

“No me disgustes. Yo ya tengo edad para cumplir años cuando me salga de las narices”.

lunes, agosto 01, 2011

Agosto (2)

Cuatro niñas a la hora de la siesta, a la sombra de la galera de un tractor, las bicicletas tiradas en la acera. Cada una de ellas con un gato esmirriado en sus brazos. (Seguramente habrá que desparasitarlas cuando lleguen a casa).

Agosto

“¿Qué son esos abanicos que hay a lo lejos?”, pregunta la anciana, que va en el asiento del coche como si fuera una reina.

“Son paneles solares, madre”, le contesta el conductor.

“No te digo. En ese pueblo siempre han sido muy raros. Muy curitas, muy de misa diaria”.

domingo, junio 05, 2011

Cuento

El hombre se apoyó en el lavabo. Desencajó la dentadura postiza y la metió en un vaso de agua con líquido desinfectante. Luego orinó, se lavó las manos y vio en el espejo sus mejillas hundidas, su mirada cansada, mientras el agua del grifo corría.

Comprobó el cerrojo, apagó todas las luces.

En la cama la empujó suavemente con el codo. Ella se quejó levemente, como siempre cuando se quejaba. Él encontró su sitio sobre el colchón y agarró la almohada, para apoyarse. Le dolían todos los huesos, y los riñones. No respiraba demasiado bien.

Miró la sombra de la lámpara en la mesilla.

Pensó en los nietos. El mayor se iría a Londres este verano, sus padres podían permitírselo. La pequeña estaba otra vez con otitis.

Dio una cabezada y se le vino a la mente su jefe, un energúmeno con Económicas. Calculó que al coche le vendría bien una puesta a punto.

Luego pensó en el día que se compraron el piso, y después, en los tiempos en que iba a buscarla a la salida de la academia nocturna. Ella bajaba las escaleras como una princesa y él siempre estaba allí, esperándola. Ella salía siempre sonriendo, y nunca se quejaba de nada.

Después durmió un rato y ya le despertó su madre. Le preguntó en voz baja si había preparado la mochila para el cole. Dijo que la leche caliente estaba en la mesa. Le dio un beso en la frente y él se tiró de la cama con una energía tremenda, listo para ir al cole, para jugar al fútbol, para comerse el mundo.

miércoles, junio 01, 2011

Preadolescencia

En casa estamos siendo testigos de una preadolescencia: gastamos litros de champú.
También gastamos kilos de pasta variada, sobre todo macarrones.

jueves, mayo 26, 2011

Pepinos españoles

"Pepinos españoles provocan una infección mortal en Alemania”, leo en varios periódicos. Y pienso, (por un momento, solo por un momento) que al final siempre se hace justicia.

miércoles, mayo 25, 2011

Primavera

El olor pegajoso de los pólenes y las flores, el primer calor fuerte de la primavera, la luz extraordinaria de esta hora del mediodía provoca las ganas de llegar a casa, de preparar la comida, de comer, de descansar en el sofá con el sopor de las noticias. (Todo sigue igual, si acaso todo empeora).

Luego, con el café de la tarde, veremos folletos multicolores, libros gordos con ofertas de todo incluido, y pensaremos en las vacaciones, esas que nos prometimos para cuando acabara la hipoteca.

domingo, abril 24, 2011

Pueblo

Todos los caminos tienen su final. Todas las cunetas están verdes. Todas las siembras están fuertes. Todos los charcos están limpios. El aire huele a humedad. El cielo está oscuro.

Nos saca a pasear la perra. Está como loca de alegría. Corre y salta. Se aleja y luego vuelve, vuelve con un correr perfecto, sincronizado, con las orejas al viento. Este cachorrillo se para frente a nosotros y nos mira. Te da a elegir: O le acaricias o se restriega contra tus piernas.

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La señora tiene casi cien años. Llueve. Está con su hija, acurrucadas las dos, asomadas a la ventana, mientras ven llover. Pasamos corriendo, pisando charcos, pero hay que parar y saludarlas. Le preguntan cómo está y ella contesta que cada vez más arrugada. Es que la tierra me llama, dice.

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A las tantas de la madrugada, en una bodega, con el estómago lleno de sopas de ajo y del primer vino cosechero del año, vino peleón y amansador de fieras, me entero de que la ginebra es uno de los mejores limpiadores de gafas que existen. Me las piden, las cedo (con un poco de miedo), las embadurnan con ginebra, las yemas de unos dedos las limpian con una servilleta. Efectivamente, al ponérmelas noto que lo que veo es más nítido, casi perfecto, que no hay bruma.

martes, abril 12, 2011

Historias del cesped (y VII)

Su hermano esperaba los fines de semana para abrevar en cualquier barra de metacrilato con la ayuda de pastillas de colores. Su padre, camionero, a veces se preguntaba por qué tantos clubs de carretera se llamaban Oasis. Su madre tenía los armarios de la cocina atestados de decenas de tarros ordenados y cerrados herméticamente, algunos con alimentos exóticos, pero siempre comían lo mismo, una y otra vez, legumbres y legumbres.

Todo eso se lo dijo a ella en el césped del Allende, mientras la abrazaba y sentía cómo una piedrecita se le clavaba en los riñones. Intentó rozarle los pechos pero le fue imposible. Por lo visto, las batallas debían comenzar siempre por el principio y no había pasos intermedios.

En los corros corrían las litronas. Les ofrecieron patatas fritas y pipas de girasol. No le hacía gracia el perrillo que ladraba al ritmo de la guitarra. Las conversaciones de los demás eran insulsas, y las bromas le resultaban de una reiteración tal que si se descuidaba le levantarían dolor de cabeza. Quería, además de acariciarla y sentir su olor fresco, oírle una palabra de ánimo, sentirse acompañado en su decisión de abandonar los estudios.

Ella, sin embargo, le dijo que era un aburrido. Se lo dijo como una constatación de la realidad. Se zafó de sus brazos y se puso boca arriba, mirando el cielo, por si salían las estrellas. Él miró su cuello tenso y sus párpados ahora cerrados. Abriría los ojos y querría que el mundo la sorprendiera. Le preguntó si quería marcharse. ¿Nos vamos? Ella dijo que no, que le gustaba cómo tocaba el tío de la guitarra.

Emprendió el camino a casa. Pisó el césped nuevamente. Miró la acera, tan larga. Pegó una patada al retrovisor de un coche. Luego a otro. Dejó un rastro de coches mutilados y, con la destrucción, se sintió mejor.

sábado, abril 09, 2011

Historias del cesped (VI)

Cuando firmó el contrato en la ETT y se fijó en el prorrateo de las pagas extras, en que le descontarían el precio de las botas de trabajo del primer sueldo aquello ya no le pareció el paraiso en la tierra. Hizo cuentas y resultó que los descansos de veinte minutos en la descarga de camiones no contaban como tiempo de trabajo efectivo. Decididamente, aquello ya no le pareció la consecución de un sueño. Se vio a sí mismo claudicando ante un enemigo. Un enemigo invisible, poderoso y con paciencia infinita, que le absorbería la rabia y estaría siempre a sus espaldas con una calculadora.

Al mediodía, ante un plato de legumbres, su hermano le animó a comer mucho para estar fuerte y poder descargar camiones a destajo. Su padre golpeó el plato con el cuchillo como si quisiera matar un oso, (una lenteja se pegó a la piel de una naranja, otras salieron volando a posarse en la pantalla del televisor). Su madre lloriqueó y le repitió de nuevo que cometía un error al abandonar los estudios.

A última hora de la tarde hizo una llamada perdida y a los pocos minutos recibió otra en la que ella le preguntaba cómo le había ido y le decía que le esperaba en el césped, con todos los demás. Alguien tenía una guitarra y sonaba muy bien. Por lo visto un perrito bailaba al son de la música. Qué gracioso.

viernes, abril 08, 2011

Historias del cesped (V)

Era verano y él había decidido que no acudiría más al instituto. Había algunos que se fumaban los porros con ansia, para que brillaran sus ojos y se les pasaran las ganas de llorar. Conocía a otros que ingresaban en el paraíso a través de las porterías de futbito, celebrando el gol en la red. Los había que buscaban como podencos cadenas de las que liberarse y solo veían al bedel, que les rogaba que no gritaran en el vestíbulo. Él era ya otro. Él trabajaría en el Mercadona, haría turnos, y llegaría a casa cansado de trajinar con el pescado o con la fruta. Dormiría bien. Conocería las ofertas, saludaría al encargado, puliría el suelo. Se reiría de todo. Tendría dinero para ir con ella al paraíso, confiaba en que el camino le fuera mostrado. Los dos pensarían en el césped del Allende y, al mencionarlo, reirían. Recordarían los atardeceres de los días del verano.

jueves, abril 07, 2011

Historias del cesped (IV)

Lo que aún recuerda, cuando está en su habitación, tendido en su cama, escuchando música, es el sonido de la cabeza de ella contra los buzones, y los susurros de miedo: temían que les viera algún vecino. Pero al fin y al cabo los vecinos eran personajes de otra película, y nada era más importante que ellos. Los vecinos dormían mientras ellos hacían el amor. En unos momentos él la aprisionó y ya no pudo más. Algo había salido mal y algo había salido bien.

martes, abril 05, 2011

Historias del cesped (III)

Una madrugada, después de haber sentido el troquel del césped húmedo del Allende en sus espaldas, después de haber mirado la luna en varias ocasiones, él la acompañó a casa. Me aburro, había dicho ella dándole un trago a la cerveza. Y se marcharon. Él bajó la cabeza, miró al suelo, y, mientras recorrían las calles hasta su casa, las baldosas le marearon. En el portal la arrinconó contra el panel de los buzones. No fue nada premeditado. El verano dulzón. Las risas que habían oído, lejanas. El ascensor, parado, como un monstruo al acecho. Chupó su cara, lamió sus labios. Posó sus garras en sus caderas, le rajó las bragas. Ella bajó la cremallera de su bragueta demasiado deprisa, como enfadada con el mundo, como si el mundo le debiera algo.

lunes, abril 04, 2011

Historias del cesped (II)

Eran una pareja. Todos decían que lo suyo iba en serio. De camino a casa les apetecía quedarse atrás, separarse de los demás. Los hay muy brutos, decía ella. Son mis colegas, contestaba él. Gritaban, reían, se empujaban. Andaban por las calles de Valleaguado, agazapados, y los coches de policía reducían la velocidad y los maderos, cuando les veían, sacaban el codo por la ventanilla. Durante un minuto el coche iba a su paso, en primera, y ellos caminaban más erguidos.

jueves, marzo 31, 2011

Historias del cesped

Empezaron a salir juntos después de aquellas noches en el césped del Allende, a la luz de las farolas de luz amarilla, mecidos por el ruido de los coches en la avenida de José Garate. Parecía que en las sombras alargadas de los setos se escondían demonios, que en los toboganes y columpios solitarios quedaba el rastro del último movimiento, la última sonrisa de los niños. Era verano y se veían nubes de mosquitos alrededor de las cagadas de los perros o del agua de las fuentes.

Había fines de semana que tocaba algún grupo en el anfiteatro de piedra. Algunas veces eran amigos, o conocidos, y siempre la música les parecía gloriosa.

Las litronas embutidas en bolsas de plástico, las palmeras de chocolate, los ganchitos con sabor a kétchup, las bolsas de pipas. Los corros. Los amigos. El móvil, que sonaba. Hablaban de todos los temas con una sabiduría de monjes tibetanos: a ellos nadie se la daría con queso. No creerían en nada para no ser engañados. Mirarían de reojo.

lunes, marzo 28, 2011

Deporte

Me hacen jugar de defensa. Aunque estoy confundido, yo sé que soy muy bueno y que debería ser delantero. Delantero centro y marcar goles. Correr la banda y celebrarlo. Sé celebrar los goles mejor que nadie. Lo he practicado. Lo veo en la tele.

El entrenador dice que todos somos importantes en el equipo, que todos tenemos nuestra función. No soy un chupón, entreno más que nadie, pero hace que juegue de defensa. ¿Defensa de cierre? Dice que la pelota puede pasar pero el contrario no. Que tengo que cargarme al contrario, que suelte leña.

Para eso estoy, para soltar leña. ¿Es esto vida?

sábado, marzo 26, 2011

Cambio de hora

Fui a la biblioteca. Vi a algunas estudiantes sentadas a las mesas y cómo levantaban la vista de los libros. Es completamente necesario que llegue la primavera, proclamo. (Una come una manzana, otra se sienta en las escaleras para hablar por teléfono y ya las ecuaciones no dan resultado ni los apuntes están claros).

Ya estamos llegando al tiempo en el que no apetecen los guisos y sí las ensaladas. Ya apetece un trago de agua. Abrir las ventanas. Ya acechan la manga corta y los escotes.

Ya los perritos cagan duro en las esquinas mientras sus dueñas se rascan impacientes la nuca. Brotan del asfalto figuras con chándal. Los niños ocupan posiciones frente a los columpios. Ya hay colas en las gasolineras para hinchar las ruedas de las bicicletas. Ya las mamás están en los parques, dispuestas a hablar en corro mientras comen pipas de girasol a velocidad supersónica. Ya las abuelas se sientan en los bancos y tratan de poner la espalda recta, de mirar al horizonte.

Llega la primavera. Aunque llueva.

jueves, marzo 24, 2011

He leído Las batallas en el desierto



He leído Las batallas en el desierto, una novelita de José Emilio Pacheco, y me he enamorado de Mariana, la mujer bella y madura, con los ojos del niño protagonista.
He experimentado el amor desmesurado que solo se siente en la infancia.

He descubierto la diferencia entre ricos y pobres con los ojos de un niño.

“Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquél?” Así comienza esta novelita deliciosa.

jueves, marzo 17, 2011

Japón y la tortuga

A veces me quedo embelesado mirando mi tortuga. Cómo come. Cómo se mueve. Cómo se baña en su pequeña pila. Es lo contrario de mirar la tele en estos días. Qué pensaría este animal, si pudiera pensar, sobre la hecatombe nuclear que parecer ser que se avecina.

Hay un movimiento slow muy de moda en ciertos lugares. Vivir lento, comer lento. Disfrutar lentamente de todo lo que se hace. Parece un descubrimiento importante. Hay libros, blogs y hasta películas sobre el movimiento slow. Los japoneses que vemos ahora en las pantallas parecen todos integrantes convencidos del movimiento slow. Bien, pues todo eso lo inventó el abuelo de mi tortuga. Solo hay que ver cómo mastica las hojas de lechuga mi tortuga. A los japoneses, que lo aguantan todo debajo de las mesas cuando el suelo tiembla, y que ahora más que nunca nos parecen verdaderamente admirables, les falla lo de las nucleares. (A nosotros también, y hasta tenemos a Aznar y a González a sueldo de grandes empresas eléctricas, para que nos convenzan, los muy sinvergüenzas). El abuelo de mi tortuga no habría permitido nunca que existiera la energía nuclear. Así habría sido feliz en Japón.

miércoles, marzo 16, 2011

He leído El pez volador



He leído El pez volador, una antología de cuentos de Hipólito G. Navarro, y salgo a la calle creyendo que todo puede suceder, que el aire tiene virutas, que el panadero que me vende el pan tiene una doble vida como súper héroe, que del cielo van a caer mujeres enamoradas, que cuando nieva suceden cosas importantes.

domingo, marzo 06, 2011

Rita

Parece un vodevil lo que arman en el patio, entre geranios y perejiles, esta perrita negra recién llegada que ayer todavía mamaba de las ubres de su madre, y el gato resabiado y bigotudo. Somos espectadores y llamamos a los demás, para que contemplen el espectáculo. La recién llegada corretea alrededor del cuenco lleno de pienso, y el micifuz gordo y con galones enseña las uñas y bufa desde lo alto de la pared, esperando que todo vuelva a ser como antes, cuando despreciaba cuanto la dueña le ofrecía y se marchaba por días enteros para casarse en los tejados con todas las que encontrara. (Por ahí, a la sombra de las ruedas de los tractores, han quedado camadas enteras que el padre no se digna visitar).

El gato llega al suelo y salta sobre el mismo lugar, una y otra vez. Enseña las uñas. Bufa. Se pone rígido, arquea el lomo. La perrita lo mira, parece sonreír, y lame la cazuela. Esta perrita lustrosa, con el pelo brillante y cara de calendario, que menea el rabo cuando nos siente cerca, nunca conocerá un día nublado. Todo en su vida será perfecto; la vida le sonreirá, con los debidos cuidados. Está escrito en la cartilla que le ha dado el veterinario esta mañana.

De pronto el gatazo lanza su pata delantera hacia ella y la perrita gime, ladra, llora, porque la garra del minino gordo y melifluo se ha llevado por delante uno de sus ojitos lustrosos, que está ahí, en el suelo encementado, entre geranios y perejiles.

La perrita queda tuerta y el gato se marcha por los tejados.

miércoles, marzo 02, 2011

Cebollas

El anciano se para, azadón al hombro. Lo deja en el suelo, saca un paquete de ducados, resopla, mira hacia el final de la calle, enciende un cigarrillo. Que no me vea fumar la Berta, resopla. Después de unas caladas pregunta: Qué tal por Madrid, salao? Mucho coche, contesto, y sé que le apetece hablar.

Dice que ha plantado mil trescientas cebollas. Para toda la familia, hasta para los tres biznietos. Le han ayudado a plantarlas dos de sus hijos. Se desriñonan, los jóvenes se desriñonan. Voy y vengo. Está uno medio malo, pero yo si salgo de casa no es para pasear. Que pasee la Berta. Yo tengo que sacar algo en claro. Plantar algo en la huerta, partir leña, recoger los huevos de las gallinas.

Dinero no tengo, pero memoria, ay, memoria tengo mucha. El cementerio nuevo lo inauguraron el año 89, y desde ese año tengo yo un cuaderno en el que apunto a los que se van. A todos. En esta calle éramos muchos: Antonio, el otro Antonio, Pedro… ya quedamos pocos para celebrar los cumpleaños con un café y una pasta flora. Si alguien tiene alguna duda de fechas, mándamelo, que abro el cuaderno, que yo soy el notario de los muertos.

Me gustaría tener una grabadora a mano cuando este hombre se pone a hablar y cuenta y cuenta, mientras mira al final de la calle, por si se asoma a la puerta Berta. Habla este hombre alzando y bajando la voz, en plan épico.

He hecho de todo. He pasado hambre, pero no más que otros que tenían más obradas y una yunta. Se igualaron las cosas hace tiempo. Ahora vamos todos a misa y nos sentamos todos en el mismo banco. He sido labrador, mayormente. Pero también he capado cochinos, he ido a las ferias a comprar y vender mulas, he sido cartero. Y fui el portero del baile, porque este pueblo tuvo baile, aquí donde lo ves, y yo cobraba las entradas. Más de una pareja la he arreglado yo, en la puerta. Cuánto cuchicheo. A mí me utilizaban de celestino, y no es una ignominia decirlo.

Asoma Berta a lo lejos y se va el juglar, calle adelante. Recuerdos a los madriles, salao, dice.

miércoles, febrero 23, 2011

Amusgar

Como todos los días hay que aprender algo nuevo, hoy he sabido que amusgar es entrecerrar los ojos para ver mejor. Amusgar es lo que yo hago, que soy miope y sufro la maldita presbicia. Amusgaba también Marilyn Monroe en sus películas, y en amusgar, como en otras cosas, era una reina. Amusgar es lo que hacemos todos en estos tiempos, por si vemos algo claro.

sábado, febrero 12, 2011

Cuatrocuentos



La revista de literatura Cuatrocuentos ha publicado en su número de febrero Galería de personajes, un cuento mío que formó parte de Zeppelín, mi primer libro de relatos.

Galería de personajes está en compañía de cuentos de Hipólito G. Navarro, Pilar Adón e Iban Zaldua. Este número de febrero está editado por Javier Sáez de Ibarra.

http://cuatrocuentos.wordpress.com/

viernes, febrero 11, 2011

Cartero

Señores usuarios de Correos del Polígono Industrial adyacente al Centro de Transportes:

Soy Eulogio Marín Pesa. La presente es para comunicarles lo que ya saben: que soy cartero y reparto cartas en el mencionado polígono industrial en el que también ustedes trabajan. Ya me conocen. Reparto cartas en primavera, en verano, en otoño y en invierno; las reparto todo el año excepto el mes de agosto, que disfruto de mis vacaciones.

Ustedes saben que el frío y la lluvia son malos para un cartero, todo el día encima de la moto, todo el día a la intemperie. Hay ocasiones en las que el personal de recepción de sus empresas me ofrece un cafelito en taza de plástico, y yo lo agradezco, aterido y mustio, o que los jurados de las barreras me permiten que me arrime a la estufa de la garita, pero, a pesar de todo, yo prefiero el frío y la lluvia del invierno más crudo al calor del mes de julio en Madrid. El calor de julio en Madrid es simplemente aterrador. Para mí es lo peor que hay, se lo advierto a ustedes.

Se suda mucho dentro de la camisa amarilla, con el casco en la cabeza, con la cornamusa en el pecho, con la PDA colgando, repartiendo cartas entre el humo de los camiones, y aguantando el calor del asfalto en la suela de las botas, porque, eso sí, si repartes en moto, el casco y las botas son obligatorias para una mayor seguridad. Señores, ¿qué me dicen ustedes del casco? En julio parece uno un pollito escaldado. O lamido por una vaca. Se quita el cartero el casco e inmediatamente sienten ustedes sed.

Pero sin ninguna duda lo peor de repartir cartas en Madrid en el mes de julio es que se te escuecen los sobacos. Por más que se refresque uno, por más que use uno un buen desodorante —hasta crema hidratante para bebés me he puesto en ellos—, no hay manera: el sudor hace que raspen, escuezan, que se pongan en carne viva. Al final, señores, al transcurrir de las jornadas, con tal de evitar el frotamiento, se te ahuecan los brazos y adoptan forma de arco tensado; se suben unos centímetros los hombros, notas la rigidez del cuello.

Caminas y la camisa amarilla de Correos sobre tu piel parece esparto, adherida como el sello al sobre. De vez en cuando das un golpe de caderas con tal de evitar que la tela se pegue a la piel, pero lo único que consigues es aparentar que eres un matón de discoteca, un mastuerzo de playa, un animal de gimnasio.

Así que ya lo saben ustedes: pronto llegará el verano. Si ven a un cartero que lleva los brazos separados del torso y que intenta aparentar que es Bruce Lee, o Charles Bronson, no se rían de él ni de su aspecto. Compadézcanme, compadézcanme, que soy yo, Eulogio, el de siempre, que no quepo por las puertas.

Firmado.
Eulogio Marín Pesa.
Trabajador de Correos.

miércoles, enero 19, 2011

Estática



Me cago en los triglicéridos. A mi edad y así… ¿Y el colesterol? Me cago en el colesterol. Ahora resulta que hay colesterol bueno y colesterol malo. Como los policías: policía bueno, policía malo. Ciento veinte pulsaciones, y subiendo. A dieta. Sin sal. Nada de alcohol. Y tengo que cambiarle el aceite al coche. Llené el depósito ayer. No se llena con sesenta euros, el cabrón. Enchufas la manguera y te puedes dormir. Es que no da, el sueldo no da. Ciento treinta pulsaciones, y subiendo. Cómo sudo. ¿Y mi jefe? ¿Y el trabajo? Mejor escucho música. Mejor miro al frente, por la ventana. Pedaleo. Ciento cuarenta pulsaciones. Se me pega la camiseta. Me escuece la entrepierna. Sudo.

sábado, enero 15, 2011

Septiembre



Eran los últimos días del verano. No había llovido, ni llovería en los próximos días. Íbamos andando desde el pueblo, desde el Camino del Pozo, allá en los arrabales, por caminos polvorientos, y yo me cansaba pronto porque era un niño. A ratos me llevaba en brazos mi abuela, una mujer pequeñita y con un nervio de apretar los dientes. Se quedaba atrás, nos quedábamos atrás, y mirábamos a los demás alejarse en dirección al cortijo porque se ensimismaba. Para ella todo era maravilloso. Ahora sé que las distancias no son tan grandes, pero entonces me parecían enormes. Yo veía a los demás perderse en el camino y me impacientaba. Ella paraba y recogía una piedra del camino para admirarla, se detenía frente a las esparragueras medio secas y con la palma de la mano acariciaba aquellas matas que a cualquiera le hubieran pinchado, me agarraba la mano y continuábamos.

Al final del camino siempre estaba la casita pequeña que ahora tanto añoro, con su umbral de cantería y su parra en la fachada. Dentro todo era oscuridad y frescor, y olía a hierba mojada. El suelo era de tierra, con unos camastros para resguardarse o dormir allí si llovía. Unos basares colgaban de las paredes, cerca de la chimenea negra que hacía tiempo que ya no se usaba. Detrás de la casa estaban las zahúrdas, con jaramagos y chumberas apoyadas en sus paredes de piedra, derruidas y cubiertas de musgo. Sigo soñando con aquella casita pequeña y pobre, en lo alto de una loma. En mi mente no hay monumento más grande a mi infancia que aquella casa.

Mientras los mayores colocaban los trastos y mis primos bromeaban y reían, peleándose entre ellos, yo escapaba y hundía mis pies en aquella tierra oscura y blanda, polvorienta y aterronada. Llegaba hasta la era y, desde allí, desde aquella llanura, lo abarcaba todo con mi mirada. Todo podía explorarlo excepto el pozo, al que no debía acercarme. Era un pozo oscuro, fabuloso, capaz de engullir a una burra en cierta ocasión mítica y renombrada, con ranas en su orilla, con el zumbido de nubes de insectos en sus inmediaciones. Si hubiera intentado acercarme al terreno prohibido, mi abuela habría corrido hacia mí sin dejar de gritar. Sin verla, sentía su mirada.

Me acercaba a las higueras y sentía el frescor fragante de su sombra. Veía los olivos frondosos en un extremo de la finca. Y allí estaban los almendros, uno tras otro, esperándonos, con su fruto ya a medio abrir, ofreciéndolo.

Luego comenzaba el trabajo. Mis primos se encaramaban a los árboles y recogían las almendras de las copas, de las ramas más altas. Los demás las recogíamos al ordeño, una a una, y las echábamos a los cubos, a los sacos, a las mantas extendidas en el suelo. Mi abuela escamondaba el fruto de las hojas con una rapidez asombrosa y vareaba algunas ramas a las que nadie llegaba. A ratos se trabajaba en silencio, a ratos gritaban y reían. A mí me tenían allí, recogiendo almendras del suelo, pero al rato se olvidaban de mi presencia y podía ir a los muros de la zahúrda a buscar lagartijas, y volver luego a la casa y sentarme en el umbral, a la sombra.

A media mañana volvían todos y mi abuela sacaba un bolso de cuadros lleno de comida. Mis primos discutían y voceaban. Los mayores hablaban de cómo se presentaba el año. Siempre se quejaban, nunca se presentaba bien. El aperador que alguien conocía había dicho que venían tiempos malos. Todo estaba cambiando, decían. Ahora, cuarenta años después, sé que no sospechaban cuanto. Mi tío y mi padre bebían vino de un vaso de aluminio y se limpiaban los hocicos con las mangas. Todo sabía a ajo y perejil, a orégano, y a aceite de oliva. Queso, chorizo, filetes empanados, tomates con sal. Comíamos a dentelladas. La abuela estaba pendiente de todo y, si me descuidaba, me hacía una caricia. El mayor de mis primos se levantaba con la boca llena, nos daba un pescozón a los demás, se marchaba andando como un oso, y se acomodaba en la horquilla de una higuera. Se ponía a leer un tebeo del Capitán Trueno, allí, entre el sol y la sombra. Me gustaba verle allí, leyendo, a lo lejos, mientras terminábamos de comer, como si estuviera enfadado. Mi padre y mi tío descansaban un rato, fumando, silenciosos. Yo pensaba en lo que quedaba de jornada, en que al anochecer volveríamos al pueblo, cansados. Pensaba en que mi madre se escandalizaría en cuanto me viera. Este niño viene hecho un Adán, diría, a este niño lo meto en la bañera ahora mismo. Este niño trae almendras hasta en los calzoncillos.

domingo, enero 09, 2011

Año Nuevo

En esta tarde de domingo fútil y lluviosa preparo un cocido. Un cocido denso y contundente para alimentarnos mañana, cuando volvamos definitivamente a la rutina. Quizás nos asalte luego un ardor de estómago de camionero en ruta, sí, pero así es la vida, vivamos al límite. Para otros las acelgas rehogadas y los filetes de pollo a la plancha, esos filetes resecos que fomentan la tendencia al llanto y la desesperanza.