domingo, febrero 14, 2010

Un entierro

El tanatorio era un tanatorio de pueblo, un tanatorio de andar por casa. Constaba de dos salitas para dos muertos, un vestíbulo, un cuarto de baño unisex y una “cafetería” que consistía en una máquina de café escondida en una habitación chiquitita, en la que había, además, carpetas con material de oficina y archivadores apilados unos encima de otros. Daban ganas de abrir aquella puerta, echar unas monedas y tomarse un cafelito en un vaso de plástico. Daban ganas de echarle un vistazo a las carpetas mientras se calentaba el gaznate. Mirar las estadísticas de los decesos de la comarca. Comprobar ciertas cosas. Por ejemplo: ¿Había habido overbooking en alguna ocasión en el tanatorio? ¿Habían muerto más de dos personas el mismo día en la comarca? En tal caso, ¿se pujaba por una plaza o la contrataba la familia del primer muerto que llegara?
Hacía frío. Eran las nueve de la mañana y ya había gente acompañando al muerto y acompañándose entre sí. El muerto era un difunto esperable, un muerto anunciado desde hacía tiempo. Era una persona querida y respetada. Se había hecho respetar hasta en los últimos días de su vida, esos en los que uno, si se descuida, pierde la dignidad y adquiere cara de pánico. Él no, él había sabido morir con entereza. Todos lo resaltábamos en los corrillos a su alrededor, mientras mirábamos de reojo su cadáver tras la cristalera, rodeado de coronas. Una de las coronas era de “la sociedad de cazadores de San Roque”, la del pueblo, aquella a la que perteneció durante mucho tiempo. No sé por qué ver esa corona me emocionó, porque yo no soy cazador ni me caen demasiado bien, tan brutos, tan convencidos de que están en su derecho. Los cazadores piensan que el que no es cazador es gilipollas. Siendo justo debió emocionarme nuestra corona, la de “todos tus sobrinos”, pero no, me emocionó la de los cazadores del pueblo. Le recordé hablando de caza, de campo, de ganado. De pinos. Era un experto en pinos. Un campeón de los pinos.

5 comentarios:

Miguel Angel Gara dijo...

Espero que no se trate de nadie conocido, aunque sea en la ficción.
Un abrazo

Miguel Baquero dijo...

Muy pocos, de verdad, observan tan fijamente como tú

la luz tenue dijo...

Querido Miguel Ángel: Murió Guillermo, el cuñado de Vicenta. Era una persona excepcional. Con las historias que le he oído contar (de tratantes, del bar que llevó durante años, de la caza) se podría escribir un libro.
Un abrazo, y besos para la familia.

la luz tenue dijo...

Hola, Miguel: Gracias. A veces uno siente la necesidad de escribir. Para quedarse más tranquilo. O para fijar la mirada.
Un abrazo.

BB dijo...

Esa necesidad de escribir es la que nos llena de placer a tantos que esperamos cuanto tienes que decir, tú, que sabes la forma, la manera de contárnoslo, de fijar tu
mirada...
Siempre leyéndote.
Un beso
BB