miércoles, septiembre 12, 2007

Viaje
Volvíamos (siempre hay que volver) en una caravana larguísima. En la radio sonaban las canciones que suenan siempre y en los arcenes veíamos, de vez en cuando, coches derrotados, con sus dueños vestidos con el chaleco amarillo, esperando la grúa. Paramos en una gasolinera.
Mientras yo iba al cuarto de baño ella dio una vuelta entre las estanterías de la tienda. Vendían navajas de Albacete, quesos manchegos y morteruelo envasado al vacío. Un hombre despeinado y con sonrisa de sátiro le guiñó el ojo. Le dijo: “si esperas un momento, cojo una servilleta del bar y escribo una poesía para ti”.
Me lo contó después. Por qué no esperó. No llevábamos tanta prisa.

2 comentarios:

conde-duque dijo...

Qué romántico, en una servilleta...
Un hombre de los de antes.

la luz tenue dijo...

Ya nadie escribe en servilletas, es verdad.
Yo he escrito mucho en servilletas, frente a raciones de bravas y cervezas con espuma. Sobre todos las tardes de domingos, temiendo los lunes.