miércoles, octubre 01, 2008

Sola

Hoy cumplo cuarenta y tres años. Dios mío, cuarenta y tres años. Ahí están ellos, metidos en la cueva de su habitación, el Messenger a todo trapo, las paredes llenas de carteles de cantantes con narices perforadas por aros dorados, mirando páginas pornográficas en la pantalla del ordenador, mientras yo soplo las velas imaginarias de la tarta de mi cumpleaños, porque estos hijos míos han vuelto a olvidarse del cumpleaños de su madre.

Antonio ha venido muy cansado. Está harto en el trabajo. No duerme bien. Dice que quizás debamos posponer lo de salir a cenar. Por si fuera poco, en el último análisis el antígeno prostático le ha vuelto a subir y tendremos que ir al urólogo. Le han citado con urgencia. “No me gusta que me los palpen, no me gusta”, dice mientras el doctor efectúa las palpaciones, buscando, sopesando la posibilidad de una alteración en los testículos, que afortunadamente nunca se produce.

Qué mayores, Dios mío. Cercanos a los cincuenta. Antonio rozándolos: cuarenta y ocho. Me debo a mí misma una mamografía y una liposucción. Un cursillo de yoga. Un balneario. Un fin de semana en Paris. Una aventura con el chaval de la pescadería, que me mira con ojos acuosos cuando me entrega los boquerones, que se fija en mi escote cuando me da la vuelta, que admira mi culo cuando me marcho.

Si no habrá cumplido todavía los veinte. ¿Tendrá novia? Seguro que sí. Podría ser mi hijo. Me mira como si fuera un cocodrilo dispuesto a devorarme, con esas manos enguantadas que colocan la merluza escurridiza, que remolonean entre las gambas y hacen sonar el cascabel de las chirlas.

Este muchacho, con la locura de la juventud, podría proponerme alguna vez una locura.
Y yo le contestaría que no. Le diría que me siento muy halagada, pero que lo nuestro es imposible; que él es muy joven y yo muy mayor. No, no le diría que soy muy mayor. Le diría que tengo esposo e hijos.

Él insistiría. Se frotaría las manos enguantadas en el mandil chorreante. Me miraría a los ojos con esa cara de animal de la selva que tiene, a punto de rugir, a punto de devorarme.

Y entonces yo no podría resistirme. Ya no. Me sería imposible y sucumbiría, y debo dejar de tocarme, ya estoy de nuevo soñando, que bien se está en la cama, con las piernas abiertas, sola, tranquila, con los ojos cerrados, y me amaría y me diría que me quiere...

1 comentario:

Anónimo dijo...

como te entiendo!!!!!!!!!! yo he cumplido cuarenta y cinco