lunes, marzo 24, 2008

Trabajo
Llegué tarde al trabajo. Agarré un par de folios, paseé por los pasillos mesándome los cabellos como si ya llevara un par de horas allí. Hablé sólo, en voz baja pero audible. Dije, por ejemplo: “me va a oír, me va a oír”. O: “si no cumple sus plazos que no nos pida el compromiso de la lealtad”.
Un botón de mi camisa cayó al suelo y rodó unos metros como si fuera una rueda. Mi primer impulso fue ir tras de él, pero luego comprendí la insignificancia del empeño.
A la máquina del café le brillaban los ojos. Decía “introduzca importe exacto” con letras rojas y demasiado brillantes.
Volví. Me senté en la silla, la arrimé a la mesa. Pulsé el interruptor del monitor e introduje mi clave de acceso. Le di los buenos días a mi compañera. No pude evitar mirar sus pechos. Pensé en lirios, en paisajes hermosos, en abejorros. Creo que estuve veinte segundos con la vista en los pliegues de su camisa, añorando la profundidad del mar, los cielos azules y sin nubes. Me prometí: que no volvería a mirar sus tetas con tanta fijación, que hoy no desayunaría café con churros, que mañana me afeitaría, que sonreiría a la primera persona que llegara gritando, que buscaría en el diccionario las palabras sinergia, jalbegar y cilla.

5 comentarios:

Ernesto Schutz dijo...

Ja,ja,ja, no creo no vuelvas a mirar los ojos, (por decirlo asi) de tu compañera.

conde-duque dijo...

"Le di los buenos días a mi compañera. No pude evitar mirar sus pechos. Pensé en lirios, en paisajes hermosos, en abejorros".
Qué bueno...

la luz tenue dijo...

Ay, amigos, la belleza, la belleza.
"La belleza, como el dolor, hace sufrir". Thomas Mann

Portarosa dijo...

¿Por qué era un empeño inútil?

Me has hecho consultar el DRAE, a mí también.

Un saludo.

la luz tenue dijo...

¿Gastar fuerzas en ir detrás de un botón? Hay mañanas, Portorosa, en las que uno debe dejarse llevar (aunque luego se haga promesas a sí mismo).
Un saludo.