domingo, abril 06, 2008

Hombre estupefacto
El hombre estupefacto no ha adquirido esa condición ahora, ni hace tres o cuatro meses, no. Si hace memoria él podría afirmar que su estupefacción comenzó a manifestarse cuando era joven, o niño. Algún día —en el colegio, o cuando se masturbó por primera vez, o cuando notó el primer acné en su frente— se quedó pasmado. Y desde entonces, no pasa día sin que caiga en la más honda estupefacción.
El hombre estupefacto trabaja en una empresa en la que todos han ascendido. Él también, pero un par de peldaños menos que los que ingresaron en la empresa en la misma época. Sin embargo, no le importa asumir responsabilidades que, según su rango, no le competerían, porque cree que es su deber.
Esta mañana un mozo de almacén especialmente haragán ha llamado a primera hora para decir que anoche se emborrachó y que hoy no acudiría a trabajar. El hombre estupefacto ha subido, de un salto, a la carretilla vacía y ha comenzado a acarrear palés de material eléctrico a los camiones que esperaban su pedido para Italia. Todos saben que los clientes italianos son unos tiquismiquis Cuando ya estaba cargando el tercer camión y parecía que el hombre estupefacto le había cogido el truco a los engranajes de la carretilla, el director gerente de la empresa ha aparecido por el muelle de carga, se ha cruzado en su camino y ha sido atropellado por la carretilla. El hombre estupefacto ha dado marcha atrás y, con los nervios, ha avanzado de nuevo y atropellado por segunda vez al director gerente. Es obligatorio decir que los altos cargos de la empresa nunca aparecen por el almacén, y mucho menos por el muelle, así que es lógico que el hombre estupefacto esté ahora completamente deslumbrado por su mala suerte. Y no hablemos de la mala suerte del director gerente.

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