viernes, abril 04, 2008

Seguridad Social
Estás tan tranquilo. De pronto comienzas a hundirte en un pozo que resulta ser el sofá. Sudas, y las gotas de sudor las notas en la espalda y en las piernas. No sé qué me pasa, dices. Qué, preguntan, sin separar la vista del televisor. Te vas al cuarto de baño, y cierras la puerta. Vomitas durante dos horas. Vomitas hasta que te duele la garganta. Te cuecen una manzanilla, se preocupan.
Toda la noche la pasas tumbado boca arriba en la cama, temeroso de moverte porque, en cuanto lo haces, tienes que salir corriendo a continuar vomitando. Parece mentira, pero todavía queda algo ahí dentro.
Al día siguiente no vas a trabajar. Te quedas solo en casa y duermes como si hubieras vuelto de la guerra.
Como puedes, vas a la consulta del médico. El tío no permite que le cuentes nada. En cuanto comienzas a hacerlo te pregunta si además de devolver tenías el vientre suelto. Le dices que no. Un retrovirus, cuestión de veinticuatro horas, dice. Y no hay más que hablar. Ni te palpa la barriga, ni se compadece, ni dieta blanda, ni nada. Un retrovirus, hay que joderse.

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