domingo, marzo 06, 2011

Rita

Parece un vodevil lo que arman en el patio, entre geranios y perejiles, esta perrita negra recién llegada que ayer todavía mamaba de las ubres de su madre, y el gato resabiado y bigotudo. Somos espectadores y llamamos a los demás, para que contemplen el espectáculo. La recién llegada corretea alrededor del cuenco lleno de pienso, y el micifuz gordo y con galones enseña las uñas y bufa desde lo alto de la pared, esperando que todo vuelva a ser como antes, cuando despreciaba cuanto la dueña le ofrecía y se marchaba por días enteros para casarse en los tejados con todas las que encontrara. (Por ahí, a la sombra de las ruedas de los tractores, han quedado camadas enteras que el padre no se digna visitar).

El gato llega al suelo y salta sobre el mismo lugar, una y otra vez. Enseña las uñas. Bufa. Se pone rígido, arquea el lomo. La perrita lo mira, parece sonreír, y lame la cazuela. Esta perrita lustrosa, con el pelo brillante y cara de calendario, que menea el rabo cuando nos siente cerca, nunca conocerá un día nublado. Todo en su vida será perfecto; la vida le sonreirá, con los debidos cuidados. Está escrito en la cartilla que le ha dado el veterinario esta mañana.

De pronto el gatazo lanza su pata delantera hacia ella y la perrita gime, ladra, llora, porque la garra del minino gordo y melifluo se ha llevado por delante uno de sus ojitos lustrosos, que está ahí, en el suelo encementado, entre geranios y perejiles.

La perrita queda tuerta y el gato se marcha por los tejados.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Los celos son siempre insaciables. Duro relato y a la vez hermoso.

Besos,

Miguel Baquero dijo...

Durísimo relato, me ha estremecido con toda esa crueldad. ¿Es cierto?

la luz tenue dijo...

Sí, Alice. Los celos son siempre malos, y lo devoran todo.

la luz tenue dijo...

la historia no es cierta, pero podría serlo porque la perrita y el gato existen, en el pueblo. La perrita se llama Luna y se la han regalado a mi hija, aunque, claro,cómo no, la cuidará la abuela. Y el gato es una bestia color ceniza que ahora no abandona el patio por nada del mundo.
Esperemos que no suceda lo que el relato cuenta.
Escribiéndolo se cojura la posibilidad, espero.