
Buscábamos mejillones entre las rocas, conchas en la arena. Jugábamos con los cubos y las palas. Una vez vimos un pulpo.
Siempre nos metíamos al agua con los mayores, que no nos quitaban la vista de encima. Si hubieran podido, nos habrían atado con una cuerda. Para que no nos llevara la corriente. Niño, al mar hay que tenerle respeto.
Por las tarde olía a eucalipto y a sal. Nos untábamos de crema la piel roja, candente. Después, cenábamos con voracidad y nos acostábamos. Los mayores hablaban en voz baja. Nadie estaba enfadado.
5 comentarios:
Como han dicho antes, estos textos nos cuentan a muchos. No sabes cómo me reconozco en ellos, cómo reconozco un mundo. ¡Pero si hasta en mi infancia hubo una sombrilla de playa idéntica a la del texto anterior, las mismas flores, los mismo flecos blancos!
"Nadie estaba enfadado"... Qué bueno, esa frase desprende toda una filosofía de la vida (o como se diga).
Qué bien te/nos sienta esta nostalgia con una sonrisa en la boca...
Gracias, Jesús, Conde y Ana.
Me mandó mi hermano un montón de fotos escaneadas y estaba repasándolas y me daban unas ganas tremendas de escribir sobre ellas, así que me puse a ello.
Publicar un comentario