sábado, febrero 02, 2008

Volver
Abro la puerta. Oigo la televisión. Ahí está. Es un volumen imposible de cubicar, una montaña de arena y agua. Duerme, con los pies encima de la mesa, con los brazos cruzados. La palma de mi mano en su hombro, y despierta.
Me mira. Has llegado, dice.
Quiero descalzarme, beber un vaso de agua porque tengo sed.

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