miércoles, septiembre 03, 2008

Cercanías
La obstinada melancolía de estas tardes nubladas, de calima y sudor. Estación de tren. Cercanías. Llevo un libro para leer, pero no leo. Levanto la vista. Un hombre narigudo, con el pelo ensortijado y barba de varios días, que viste pantalón corto, fuma y mira al andén de enfrente. Seguramente pensará en las cervecitas que tomará al llegar a casa.

Varias muchachas con ropa de escote superlativo parecen cansadas. Sus movimientos son tan lánguidos que merecerían estar en la playa, al sol, y no esperando un tren.

Una señora habla por teléfono. “Ya llego, ya llego...”, dice.

Llega el tren y subimos. Somos muchos. Un hombre tiene el pie desnudo sobre el asiento de enfrente, y con ese gesto desanima a los que nos queremos sentar. Luce un gesto como de reto, parece apretar los dientes mientras nos enseña su pie. El pie es largo y sus dedos, enormes, están ahí en medio del asiento.

Después de un día de citas telefónicas con médicos, de rellenar papeles y más papeles, de buscar la sombra de las paredes de los edificios en mi deambular por Madrid, este pie desnudo y maleducado me hace desear el motivo, la razón que redima el día. Lo deseo con toda mi alma (un instante, una mirada, unas palabras), pero puede que este día no tenga redención. Me quedo de pie. Intento leer.

2 comentarios:

Miguel Baquero dijo...

Qué pena de esos tipejos guarros que están enfadados con la vida y pagan su frustración jodiendo a los pasajeros de un Cercanías. A veces me gustaría ser una especie de Suazenager o de Van Damne para coger a esos tiparracos de los huevos, romperles la nariz y luego arrojarles por la ventana a la vía. Y ya no digo más que me enciendo...

iulius dijo...

Un comentario de un lector del blog de uno suele ayudar a redimir el día (al menos a mí me ayuda), así que valga éste :O)