
En las terrazas, tomando una cerveza fresquita, en estas tardes de final de verano, se producen las conversaciones más insustanciales, leves como mujeres con vestido al viento, piernas cruzadas y sonrisas melancólicas; como hombres sin tiempo para ir al cuarto de baño, porque no apetece levantarse.
Van los camareros entre las mesas con el itinerario aprendido y como gozosos de que les necesites, levantando la barbilla y agitando el mandil si les apetece.
Parece ser que en estos momentos en los que la espuma de la cerveza se posa en nuestros labios es cuando nuestros pensamientos se convierten en volutas indolentes, y surgen en la conversación, mezcla de olas, trampolines de piscina, ensaladas de tomate y cebolla, y noches sudorosas.