miércoles, octubre 14, 2009

Policías y ladrones II

En cierta ocasión, hace muchos años, le propinaron tres palizas en una sola noche. Estaba borracho hasta la extenuación, lleno, ahíto como un bebé que hubiera recibido el pecho de su madre. La primera paliza la recibió del servicio de seguridad de Tina Turner, cuando se acercó demasiado a las vallas protectoras y aquellos negracos interpretaron que quería abrazar a la cantante. Le pisotearon la espalda detrás del escenario.

La segunda paliza se la endosaron un par de horas más tarde unos críos que acababan de salir del concierto, con los que discutió por alguna razón estúpida. Fue una especie de intercambio de golpes y aquellos muchachos no pusieron demasiado interés en hacerle verdadero daño. Le dejaron tendido sobre el césped que rodea el Palacio de los Deportes, oreándose, preguntándose cuál era el motivo por el que faltaba amor en su vida.

La tercera paliza de la noche se la dieron un par de policías nacionales a los que interpeló cuando ya llegaba al portal de su casa, de madrugada. El coche —lechera se llamaba entonces— estaba aparcado allí, justo allí. Dentro, en la oscuridad, fumaban tranquilamente. Golpeó los cristales, les hizo algunas preguntas en voz muy alta. Por qué falta amor en mi vida, por qué falta amor en mi vida, gritó. Vosotros lo sabéis, preguntó. Primero le ordenaron que se marchara. Luego le aporrearon concienzudamente durante un par de minutos. Les animó el verle con la cara y la ropa de toda la noche, una noche muy larga, una noche ensangrentada.

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