sábado, febrero 03, 2007

Frío
Las frías paredes de piedra nos cobijan, y sentimos frío en los pies. El eco de las palabras del cura consigue que, poco a poco, nos aislemos y nuestra mente huya a otros sitios. Estamos ahí, tan lejos. Qué es lo que hicimos mal y cómo nos podemos hacer perdonar. Nos sentamos en el banco, agachamos la cabeza y nuestros ojos nadan en la veta de la madera oscura, perdidos. Queremos ser mejores y más felices, y repartir felicidad como se reparten caramelos. Despertamos. Oímos palabras, y éstas luego son contestadas por un coro desafinado. El cura recita unas palabras subidas en el tobogán del eco. Un rayo de claridad, no es siquiera un rayo de sol, cruza desde la vidriera hasta posarse en la cabeza rala de un señor, tres o cuatro filas delante de nosotros. Luego, silencio y algún carraspeo. El cura se mueve allá arriba, y el micrófono exagera esos pequeños ruidos. De pronto, vemos al trasluz una mosca. Desde atrás la vemos. ¿Una mosca, una mosca en pleno invierno? El cura da un par de manotazos al aire y la mosca huye. Pero luego, de vez en cuando, vuelve. La mosca ha venido para quedarse.

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