jueves, octubre 25, 2007

Chino
El chino siempre está viendo la televisión. Le pides una barra de pan y te la da sin quitarle la vista a la pantalla que tiene detrás del mostrador, esa pantalla siempre llena de paisajes y de locutores que hablan en su idioma como si estuvieran nerviosos y fueran a cabrearse de un momento a otro (como si fueran karatekas en letargo). El chino siempre sonríe, ante la tele y ante el cliente. Se levanta cuando entras a la tienda y te sigue con la mirada.
El chino tiene en su tienda anacardos y cacahuetes riquísimos, y las cervezas más baratas de los alrededores. En las estanterías hay desde las cosas más imprescindibles —lentejas, pan de molde o latas de sardinas— a las más exóticas —tofu, verduras deshidatradas o empanadillas de puerro y cerdo— y él se sorprende cuando le pides pasta para canelones y no sabe qué es eso pero te dice que mañana lo tendrá. Le dices que no se preocupe, que era un antojo y contesta que mañana tendrá también antojos. Sonríe y apunta.
Yo voy a su tienda porque en la de al lado, un español de Soria quiso cobrarme 10 euros por la última botella de agua que le quedaba. Fue un día que no hubo agua corriente en todo el barrio. Le dije que me parecía caro y me contestó con una sonrisa que esperara a que volviera a tener agua en el grifo. Esto es lo que hay, dijo, en 10 minutos será más cara. En aquellos tiempos el chino no había abierto su tienda todavía.
El chino es buena gente y es vecino mío. Su mujer es muy guapa y está muy delgada. Tienen un hijo pequeño que está aprendiendo a andar. Le vemos en el parque. Es gracioso: cuando tropieza y cae se levanta y ríe en lugar de llorar y quejarse. El español de Soria no sé dónde vive, ni si tiene hijos, ni si sonríe alguna vez.

1 comentario:

Cerillo dijo...

El premio puede ser algo de la tienda del chino buena gente