viernes, noviembre 30, 2007


Mar
La mujer no había visto nunca el mar. Nunca pensó que llegaría a verlo: tan grande, tan ancho, tan limpio, con esa espuma en la orilla de la playa, con las olas que sonaban hasta cuando no estaba cerca de él.
La mujer había visto el chorro de la acequia regando la huerta, y una alberca que perdía agua por sus bloques de cantería y en la que se bañaban los niños pero nunca ella. Nunca había echado de menos el mar, decía.
Ahora, cuando los nietos se iban a la orilla a jugar a hacer castillos, ella se sentaba a mirar el mar. Veía la gente pasar, oía el ruido ensordecedor de las olas, sentía el aire salado en la cara. De vez en cuando hincaba los zancajos de sus pies en la arena y veía los hoyitos que hacían. Luego esperaba durante horas que el viento tapara esos cráteres, paso a paso, grano a grano. A veces llegaban antes los nietos.

3 comentarios:

conde-duque dijo...

Joder, JM. Con una sencillez y humildad increíbles, pero estás glosando las biografías de miles de personas. Grano a grano, como el viento en la playa, generaciones enteras pasan por tus párrafos. Muy grande.

Mabalot dijo...

Poco a poco y en silencio estás escribiendo una obra que poco tiene que ver con los fósforos de un día que se encuentra en la literatura española actual.

Sin prisa pero sin pausa. Sí, señor, muy grande.

la luz tenue dijo...

Conde, Mabalot: gracias. (Vosotros sí sois unos amigos).