jueves, junio 03, 2010

Obra

De qué puedo quejarme si fuimos nosotros los que les invitamos a pasar. Prometieron que tardarías tres días, cuatro como máximo. Llegaron como si procedieran de muy lejos, cargados con sus bártulos, y en un momento se hicieron los amos. Miraban como si de ellos dependiera la felicidad de una porción amplia de la humanidad.

Mientras trabajaban abrieron cajones, manosearon libros, olieron colonias y untos. Hasta se permitieron aconsejarnos sobre la forma de alimentar a Pelusa, nuestro hámster.

Vivimos fuera de casa no tres días, como nos habían prometido, sino casi dos semanas, porque surgieron problemas. Finalmente la instalación eléctrica de la casa se completó y renovó. Las ventanas antiguas fueron reemplazadas por las nuevas, oscilo-batientes y con rotura de puente térmico. Lo malo es que al renovar la instalación eléctrica los electricistas destruyeron el cable de internet, lo cortaron, y no nos dimos cuenta hasta que se hubieron ido. Era fin de semana. Intenté colocarlo de nuevo, y con el intento me cargué las llamadas telefónicas. Al final logré pasar uno de los trozos del cable por la ventana de la terraza. Así estamos ahora, con un cable gordo que cuelga de una ventana oscilo-batiente con rotura de puente térmico, sin poder cerrarla ni abrirla, esperando que uno de estos días vuelvan a colocarlo en su sitio. Parecer ser que habrá que hacer otro agujero en la pared. Pero ya no estamos aislados.

4 comentarios:

Miguel Baquero dijo...

Los obreros son una plaga biblica. Bastante poco te han hecho. A mí me cambiaron el baño y me pusieron el grifo de la ducha a la altura del pecho; cuando me quejé al encargado me dijo que la soluciòn era ducharme agachado... como lo oyes

Anónimo dijo...

Así que era eso, ¿eh? Tenía que haberme imaginado que tenías oreros en casa...¡Qué suplicio!

Anónimo dijo...

uff...es realmente horrible, y lo peor de todo es eso...que nunca sabes si de verdad lo están haciendo bien porque tú no tienes ni idea.

Un saludo

la luz tenue dijo...

Hace unos años cambiamos los armarios y los muebles de la cocina. El operario que nos los colocó tardó casi una semana en lo que era el trabajo de un par de días. Dejaba las colillas de sus ducados en todas partes, desde los tiestos de la terraza al lavabo del cuarto de baño. Se permitía decirnos qué es lo que debíamos comer y hasta cómo debíamos comportarnos. Decía: ehhh, eeiiihhh... cuando nos daba la charla, y se rascaba el culo cuando hablaba. Llegué a soñar con él y con las colillas de sus ducados. Llegué hasta a soñar que se quedaba a vivir con nosotros.