lunes, abril 20, 2009

A por espárragos (I)

A la hora de la siesta, mientras las mujeres recogían los platos de la mesa, Cele vino a buscarme y fuimos al bar. Al fin y al cabo a esa hora en casa solo podía dedicarme a matar moscas en la mesa de formica de la cocina, a salvo del sol de fuera, y a oír las conversaciones de las mujeres. Tomamos café y copa. Íbamos a ir a coger espárragos. Luego llegaron los otros y tomaron su café y su copa. Ya nos íbamos a por los espárragos cuando alguien les retó a una partida de tute. Por lo visto era pronto. Mientras colocaban el tapete y jugaban, Cele y yo seguimos bebiendo. En la barra de bar había unos cacahuetes como náufragos. El dueño pasaba un trapo como si le fuera la vida en ello. No me gusta demasiado el whisky en vaso largo, pero ahora es la moda servirlo así. Oía los gritos de los jugadores de la partida, los golpes en la mesa, las maldiciones. Cele me contó cosas de su vida y yo le agradecí las confidencias. Yo no soy del pueblo. La que es del pueblo es mi mujer. Mi mujer y la suya son amigas desde siempre, desde la infancia o desde antes, desde la cuna o desde las barrigas de sus madres. Cele es una buena persona, un buen vecino. Quizás bebe un poco de más, pero aquí todos lo hacen.

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